Típicamente, la agresión comenzó fabricando un incidente por la supuesta emisión de la Marcha Real desde un piso de monárquicos (algo perfectamente legítimo, si realmente ocurrió), y difundiendo bulos sobre el imaginario asesinato de un trabajador por el marqués de Luca de Tena. Métodos usados desde las matanzas de frailes del siglo XIX, so pretexto de que envenenaban las fuentes públicas.
Todo indica que, como el 13 de abril, los incendiarios salieron del Ateneo, convertido desde meses atrás en centro de agitación republicano con fuerte influencia masónica.
Los incendios cundieron los días siguientes por Andalucía y Levante, dejando un balance final de unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores, o el colegio de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza cientos de hijos de obreros; escuelas salesianas, laboratorios, etc. Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas, etcétera; o la del Instituto Católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes y obras únicas en España, más el irrecuperable archivo del paleógrafo García Villada, producto de una vida de investigación. Quedaron reducidas a cenizas cuadros y esculturas de Zurbarán, Valdés Leal, Pacheco, Van Dyck, Coello, Mena, Montañés, Alonso Cano, etcétera, así como artesonados, sillerías de coro, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza… Un desastre casi inconcebible.
Pero lo más revelador fue la reacción del Gobierno y de las izquierdas. Azaña paralizó en seco cualquier intento de frenar los disturbios, arguyendo: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano". Alcalá-Zamora, jefe del Gobierno provisional, escribe con amargura en sus memorias: "La furiosa actitud de Azaña planteó, con el motín y el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa crisis de que haya memoria". Pero omite su propia actitud contemporizante y amedrentada, reseñada en cambio por Maura. A los pocos días, en una reacción final muy desmesurada cuando el mal estaba hecho, el Gobierno declaró el estado de excepción y movilizó al Ejército, cesando instantáneamente los desmanes. Unas pocas compañías de la Guardia Civil habrían bastado para impedirlos.
Las izquierdas en general justificaron las tropelías atribuyéndolas "al pueblo", y culpando a las derechas por haber "provocado a los trabajadores". El Socialista amenazaba: "Si de algo han pecado los representantes de la revolución victoriosa es de excesivas contemplaciones con los vencidos" (no habían vencido a nadie, los monárquicos les habían regalado el poder).Viejo talante, que identificaba al pueblo con unas turbas de delincuentes y, lógicamente, a las mismas izquierdas con semejante "pueblo". Aún más graves que los incendios resultó esta clara inclinación de las izquierdas a vulnerar la ley y amparar las violencias so pretexto de un pretendido carácter popular. (…)
Ninguno observa la reacción pacífica de los católicos ante agresión tan brutal y premonitoria, ni la crisis abierta en la opinión pública, ni las consecuencias políticas generales. Tengo la impresión de que estas omisiones encajan con el presupuesto de que, en definitiva, las izquierdas tenían cierto derecho a sus violencias, pues venían a resolver grandes problemas del país y la Iglesia constituía un obstáculo a sus bellos proyectos. Esos historiadores simpatizan, más o menos claramente, con los mesianismos de entonces y, de un modo u otro, hacen suya la democrática advertencia del periódico izquierdista La Época a las derechas: "Callen y aguanten. La vida es así. Y hay que aceptarla como es". (Extraído del diario digital madrileño “Libertad Digital”, autor D. Pío Moa)
Todo indica que, como el 13 de abril, los incendiarios salieron del Ateneo, convertido desde meses atrás en centro de agitación republicano con fuerte influencia masónica.
Los incendios cundieron los días siguientes por Andalucía y Levante, dejando un balance final de unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores, o el colegio de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza cientos de hijos de obreros; escuelas salesianas, laboratorios, etc. Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas, etcétera; o la del Instituto Católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes y obras únicas en España, más el irrecuperable archivo del paleógrafo García Villada, producto de una vida de investigación. Quedaron reducidas a cenizas cuadros y esculturas de Zurbarán, Valdés Leal, Pacheco, Van Dyck, Coello, Mena, Montañés, Alonso Cano, etcétera, así como artesonados, sillerías de coro, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza… Un desastre casi inconcebible.
Pero lo más revelador fue la reacción del Gobierno y de las izquierdas. Azaña paralizó en seco cualquier intento de frenar los disturbios, arguyendo: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano". Alcalá-Zamora, jefe del Gobierno provisional, escribe con amargura en sus memorias: "La furiosa actitud de Azaña planteó, con el motín y el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa crisis de que haya memoria". Pero omite su propia actitud contemporizante y amedrentada, reseñada en cambio por Maura. A los pocos días, en una reacción final muy desmesurada cuando el mal estaba hecho, el Gobierno declaró el estado de excepción y movilizó al Ejército, cesando instantáneamente los desmanes. Unas pocas compañías de la Guardia Civil habrían bastado para impedirlos.
Las izquierdas en general justificaron las tropelías atribuyéndolas "al pueblo", y culpando a las derechas por haber "provocado a los trabajadores". El Socialista amenazaba: "Si de algo han pecado los representantes de la revolución victoriosa es de excesivas contemplaciones con los vencidos" (no habían vencido a nadie, los monárquicos les habían regalado el poder).Viejo talante, que identificaba al pueblo con unas turbas de delincuentes y, lógicamente, a las mismas izquierdas con semejante "pueblo". Aún más graves que los incendios resultó esta clara inclinación de las izquierdas a vulnerar la ley y amparar las violencias so pretexto de un pretendido carácter popular. (…)
Ninguno observa la reacción pacífica de los católicos ante agresión tan brutal y premonitoria, ni la crisis abierta en la opinión pública, ni las consecuencias políticas generales. Tengo la impresión de que estas omisiones encajan con el presupuesto de que, en definitiva, las izquierdas tenían cierto derecho a sus violencias, pues venían a resolver grandes problemas del país y la Iglesia constituía un obstáculo a sus bellos proyectos. Esos historiadores simpatizan, más o menos claramente, con los mesianismos de entonces y, de un modo u otro, hacen suya la democrática advertencia del periódico izquierdista La Época a las derechas: "Callen y aguanten. La vida es así. Y hay que aceptarla como es". (Extraído del diario digital madrileño “Libertad Digital”, autor D. Pío Moa)
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