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domingo, 6 de abril de 2008

La Persecución Religiosa en España



Como es sabido, durante la guerra civil española se produjo una de las mayores persecuciones religiosas de todos los tiempos, marcada por muy numerosos actos de vesania y de crueldad extrema con fines explícitos de exterminio del clero y de los fieles más militantes, abarcando la matanza incluso a gente por el mero delito de ir a misa. Hubo además un programa deliberado de erradicación de cuanto recordase la religión cristiana: incendio de iglesias y monasterios, destrucción de las cruces y lápidas con signos religiosos en los cementerios, destrozo o robo de objetos valiosos de culto, de bibliotecas valiosísimas, etc. Dada la enorme acumulación de cultura y arte debida a la Iglesia, la persecución causó daños invalorables al patrimonio histórico, artístico y bibliográfico de la nación.
Esta persecución no irrumpió como un rayo en un cielo sin nubes. Al contrario, fue preparada por un hostigamiento permanente desde el siglo XIX, que alcanzó su máxima intensidad durante la II República. La acción anticristiana comenzó, apenas llegado el nuevo régimen, con la célebre quema de conventos, bibliotecas, obras de arte y centros de enseñanza, protegida por la inhibición de la fuerza pública. Pero lo más grave no fueron los delitos mismos, con ser gravísimos, sino la autoidentificación casi unánime de las izquierdas con los delincuentes, a quienes otorgaron el título de “el pueblo”. Y como el pueblo es soberano, los delincuentes se convertían así en soberanos de la nueva situación. No creo exagerar en lo más mínimo, pues tal identificación constituye el prólogo de actos todavía peores. Luego las izquierdas rompieron las normas democráticas que decían representar, con una Constitución no laica sino anticatólica, la cual reducía a los clérigos a ciudadanos de segunda y permitía usar el poder, ilegítimamente, para asfixiar a la Iglesia, vulnerando de paso las libertades políticas.
Los años siguientes, sobre todo con ocasión de la insurrección de octubre de 1934 – verdadero comienzo de la guerra civil– y el triunfo del Frente Popular en febrero del 36, volvieron los incendios de templos y comenzó la matanza de clérigos, más de treinta en Asturias; y episodios significativos como el de los caramelos envenenados, cuando algunos agitadores soliviantaron a las masas con el cuento de que las monjas distribuían tales caramelos a los niños, provocando así un motín con algún muerto y heridos. La propaganda anticatólica cobró mayor virulencia. Es decir, la sangrienta persecución lanzada al reanudarse la guerra civil en julio de 1936 solo culminó una preparación de años. (...) (Extraído del discurso de Pío Moa del 2 de abril de 2008)

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