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jueves, 31 de marzo de 2016

El Túnel de la Muerte de Usera










                                                               Santiago Carrillo y plana mayor del Partido Comunista





«Nos han preparado una encerrona y traído a esta casa con otros quince más. Espero nos matarán. Sea la voluntad de Dios». Son las palabras que Manuel Toll Messía, uno de los 67 hombres asesinados en el túnel de la muerte de Usera durante la Guerra Civil, escribió con la hebilla de su cinturón en una pared, sabedor del trágico final que le esperaba. Su historia y la de sus compañeros fue olvidada por la Memoria Histórica.
Decenas de niños juegan animados en el patio del colegio concertado Nuestra Señora de la Providencia, bajo la dirección de la orden de las Teatinas. Bajo sus pies, se esconde una cripta olvidada. Es el Túnel de la Muerte, donde a finales de 1937 perecieron 67 personas víctimas de un vil engaño.
El comienzo de la Guerra Civil dejó el barrio de Usera como un territorio de nadie, donde nacionales y republicanos se peleaban cada palmo de terreno. A la 36ª Brigada Mixta del Ejército Republicano se le encomendó la defensa de Madrid en esa orilla del Manzanares. Al frente de ésta se encontraba Casimiro Durán, un hombre de confianza del Partido Comunista obsesionado por la «caza de fascistas».
En aplicación del Derecho de Asilo, las embajadas y legaciones extranjeras se convirtieron durante la guerra en improvisados asilos para aquellos que no comulgaban con la causa republicana y que habían quedado «presos» en la capital. Hasta la legación de El Salvador llegó en 1937 un hombre con una extraña misión, la búsqueda de un sacerdote que diese la extremaunción a un moribundo.
Descanso espiritual
A pesar del peligro que suponía salir de la representación salvadoreña, un sacerdote salesiano se ofreció a dar este último descanso espiritual. Lo que no sabía el religioso era el revelador secreto que conocería en el hostal donde se alojaba el enfermo: en Usera había un túnel por el que se podía pasar a la zona nacional de la mano de algunos oficiales comunistas que, aparentemente, renegaban de su uniforme. El trato era simple. Una elevada cantidad de dinero o joyas a cambio de un salvoconducto para reunirse con sus familias en la zona sublevada. «Estaban desesperados. Me lo contó el salesiano. Un día apareció por aquí a despedirse por última vez de sus compañeros del refugio», explica sor Mari ángeles, la antigua profesora de Historia del colegio.
La noticia del túnel liberador se extendió como la pólvora entre los cientos de refugiados en las embajadas. El problema era el elevado coste. En la legación salvadoreña, el Marqués de Cubas y de Fontalba, Francisco de Cubas y Erice, y su nieto vieron en este túnel la ocasión perfecta para huir.
Enmascarados en las sombras de la noche del 8 de noviembre de 1937, un coche de la Cruz Roja, trasladó a los de Cubas, al conde Cazalla del Río, Manuel Toll y a otros tantos aristócratas, abogados y militares hasta un pequeño chalet en Usera. La suya fue una de las ocho expediciones que no terminaron como ellos esperaban.
Al llegar a la casa todo cambió. Un capitán del Ejército Republicano, apellidado Cabrera, les hizo bajar del camión. Empezaba su pesadilla. Encañonados por los fusiles de los brigadistas, los expedicionarios fueron conducidos al interior del chalet, donde se les despojó de todo su dinero y alhajas. A continuación fueron interrogados brutalmente y encerrados en un túnel que no conducía a ninguna parte. Todo era mentira. Nunca más se volvió a saber de ellos.
67 fusilados sin escrúpulos
Lo más granado de la aristocracia madrileña y del mundo de las finanzas, junto con abogados, militares de distinta graduación, estudiantes, catedráticos, arquitectos, aparejadores y empleados de diversas profesiones libres perecieron en el túnel de la muerte. 67 personas en total, de las que solamente pudieron ser identificadas 36.
Temerosos de lo que pudiera pasar, antes de partir, algunos acordaron enviar un código por radio que hiciese saber a los que dejaban que habían pasado al otro lado. Pero aquel «santo y seña nunca llegó», cuenta la religiosa.
Cuando el equipo de forenses del doctor Piga exhumó los cadáveres, descubrió que estaban desfigurados y que todos tenían las manos atadas. La mayoría habían muerto fusilados, pero también los había que habían perecido por asfixia o estrangulación.
Hemingway lo sabía
Olvidado por muchos, el túnel no pasó desapercibido para Ernest Hemingway, quien en su obra «Por quién doblan las campanas» hablaba de lo sucedido en Usera en boca de uno de sus personajes. El estadounidense conocía los hechos de primera mano, había estado con quien él llamaba «los topos de Usera» tan sólo dos meses después de que acabaran los macabros engaños, en diciembre de 1937.
Hasta hace unos años, los familiares de las víctimas se reunían en una misa anual en la cripta en recuerdo de sus fallecidos. Hoy apenas hay descendientes directos. «Tenemos una profesora nueva cuyo abuelo murió aquí», explica sor Rosa, la directora del colegio, a quien lo que más le preocupa es el mal estado de conservación del túnel: «Con el lío de la Memoria Histórica de Zapatero vinieron de la Comunidad a interesarse, pero nada más».
El deterioro de la cripta es notable. Las humedades campan a sus anchas y el mármol de las lápidas de los nichos –vacíos después de que las familias decidiesen trasladar los restos a camposantos– se desprenden. «Con la crisis que hay nos dijeron que no había dinero para arreglarlo», comenta la religiosa mientras señala los estragos del paso del tiempo. Mientras tanto, la barbarie que aquí se cometió continúa enterrada bajos los juegos de los niños del colegio, para quienes el interior de la cripta sólo es parte de su imaginación.