Lo peor, en Cristina, es asistir al desmoronamiento de una ilusión. Arrastraba, la señora, una sensación de cambio. De apertura ética, que estéticamente, de por sí, ella representaba. Por la esperanza del emprolijamiento administrativo, y del abandono del aislamiento internacional. Por la promesa, en fin, del enriquecimiento de la calidad institucional.Sin embargo, desde el descalabro de Antonini Wilson, hasta el último show de las Retenciones Móviles, en los evaluados cien días, sea por mala suerte o por ineptitud, las imposturas jactanciosas de Cristina se sostienen con los emblemas que ella, justamente, intentaba diferenciarse.Las caras más reprobables, para ella, de las llamadas “organizaciones sociales”.Con su peripecia, D’Elía desdibuja la paradoja que cerca al laberinto de Cristina.Porque, en las escenas infortunadas de “la recuperación” de la Plaza, mientras auténticamente la defendía, D’Elía, políticamente, a Cristina, le sepultaba su identidad.Otro emblema lo representa la estética de Moyano. El estilo sindical que Cristina prefería demoler. Incluso estimuló, oportunamente, a su marido, para que lo demoliera. Pero como indica Rocamora: Kirchner es “un duro en el difícil arte de arrugar”. Lo convirtió en el principal aliado.El tercer pilar, el más fundamental, lo representa la corporación del peronismo. El “aparato”, especialmente el bonaerense, que supo degradar. Sobre todo en la epopeya que signa la aniquilación temporaria de Duhalde. Contra la corporación, el “pejotismo”, los Kirchner edificaron la razón (superadora) de ser de su proyecto, espantosamente vulgarizado por la “real politik”.Consecuencias agravadas, inexorablemente, del patrimonio político que Cristina, pobrecita, recibe. Llave en mano. La “pesada herencia”. La que la ubica en el sitial que le excede, y que simultáneamente la acota. Los “desastres seriales del gobierno trivial”. Arrebatos arbitrarios que jalonaron la gestión del marido, supuestamente consagratoria. Ante una sociedad estragada por la contradicción de sus frustraciones. Con una dirigencia globalmente entregada, que permitió el crecimiento, y la ponderación de un estilo, del que hoy, abrumada, se espanta. Entre prepotencias teóricas, coloridas corrupciones, inadmisibles ineptitudes y televisivos tortazos.En los cien días de infortunios, Cristina completa, con pretextos de género, el estilo de construcción de poder impuesto por la omnisciencia vigente del marido.Un descripto, en el Portal, hasta el hartazgo, Sistema Recaudatorio de Acumulación que, invariablemente, se desmorona.Aciertan, al preocuparse, los “argentinos” sensatos que intuyen que el gobierno huele a la cala del final. Más que a la creatividad, debe invocarse, en adelante, a la paciencia. Para ayudar, a los Kirchner, a que lleguen, con la respiración agitada, con el prestigio en el tercer subsuelo, hasta la frontera, lejana e incierta, del 2011.
(Carolina MantegariConsultora Oximoron para JorgeAsísDigital)
(Carolina MantegariConsultora Oximoron para JorgeAsísDigital)
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