"El Partido Comunista Español estaba férreamente tutelado desde Moscú, como admiten hoy prácticamente todos los historiadores, dando lugar a la paradoja de que un partido que era literalmente agente de una potencia extranjera, y orgulloso de serlo, llamase a combatir por la independencia contra un supuesto invasor. En el curso de la guerra, el PCE se convirtió en la fuerza mejor organizada, más disciplinada y más potente de la izquierda, hegemónica en instituciones tan cruciales como el Ejército y la Policía. Así pudo imponer su línea de acción, venciendo sucesivamente a todos sus rivales, al principio más poderosos: a los socialistas de Largo Caballero, antes aliados privilegiados suyos, a los anarquistas, a los nacionalistas catalanes o a Prieto. Siendo el PCE un instrumento ciego y eficaz del Kremlin, su predominio convirtió al Frente Popular en un protectorado o satélite de la Unión Soviética, de lo cual hoy no caben muchas dudas entre los historiadores serios.
Pero esa caída en el protectorado no se debió sólo al PCE, sino también a la decisión de entregar el grueso de las reservas de oro español a Moscú, decisión tomada por los dirigentes socialistas, entonces casi tan admiradores de la Unión Soviética como los comunistas. Ha habido mucha controversia sobre si Stalin estafó al Frente Popular, pero a mi juicio se trata de una polémica de poca enjundia al lado de la constatación del hecho político clave: el Frente Popular perdió el control de sus reservas financieras, que pasó a otros.
Si el propio Largo Caballero califica de milagro la llegada del tesoro español, sano y salvo, a Odesa, su recuperación habría sido un milagro mayor todavía. De resultas, quedó en manos del Kremlin un factor tan vital como el abastecimiento de armas y, por tanto, el destino de sus protegidos. Es inútil hablar aquí de traición por parte de la URSS, como dice el título de una compilación reciente de documentos soviéticos, pues fueron los gobernantes izquierdistas españoles quienes, por propia voluntad, entregaron al tirano soviético las reservas financieras y, con ellas, su propia causa. Pudo comprobarlo Largo Caballero cuando, arrepentido de su decisión, intentó resistirse y fue defenestrado.En sus papeles testimonia hasta qué punto se permitían presionarle los soviéticos, amos del oro y de las armas. El Frente Popular perdió así toda independencia real, sin protesta eficaz de anarquistas ni de republicanos, ni, desde luego, de Azaña, que en sus diarios pasa por alto este trascendental hecho. Tal es la conclusión política decisiva en cuanto a este asunto, y también en cuanto a la presencia o ausencia de una idea de España en aquel régimen, siendo las demás cuestiones derivadas y casi anecdóticas por comparación.
La falta de una idea de España o de un sentido nacional capaz de aglutinar a los diversos partidos y superar las discrepancias entre ellos se manifestó de muchas formas, impidiendo una elemental lealtad entre las fuerzas izquierdistas, por lo cual resultó determinante en la suerte de la guerra. Merece la pena repasar la evolución de los acontecimientos y ver hasta qué punto tenía razón Azaña a pesar de las argucias que hubieran podido oponérsele sobre diferentes maneras de concebir la idea de España.
El primer factor de desunión fue, paradójicamente, la euforia de los momentos iniciales de la guerra, ante la abrumadora superioridad material y estratégica del Frente Popular y la consiguiente seguridad en la pronta derrota del enemigo común. Como constata también Azaña, citando al nacionalista catalán Lluhí, cada partido pensó entonces en adquirir la mayor fuerza con respecto a los demás, a fin de asegurarse la mejor porción en los frutos de la victoria.El resultado fue un desorden y descoordinación que los sublevados aprovecharon audazmente para salir en pocas semanas de una situación prácticamente desesperada y tomar la iniciativa.
Ante las derrotas continuadas, la euforia de las izquierdas dio paso a la aprensión y, finalmente, a un franco temor. Ese temor se convirtió en el principal factor de cohesión del Frente Popular, y obligó incluso a los anarquistas a arrumbar sus propias doctrinas y entrar en el Gobierno. Aun así, fue un sentimiento negativo e inepto para forjar una unidad verdadera, como bien observa Azaña.
Las tensiones internas llegaron al punto de que en mayo de 1937 estalló en Barcelona una Guerra Civil dentro de la guerra civil, siendo sañudamente reprimidos los perdedores, es decir, los anarquistas y poumistas. Esa fue la manifestación más explosiva de dichas tensiones, pero las desconfianzas, intrigas y rivalidades subterráneas no cesaban. El propio Azaña había intentado maniobras diplomáticas en Londres sin conocimiento del jefe del Gobierno, Largo Caballero.Poco después, al rendirse Vizcaya, los nacionalistas vascos traicionaron a sus aliados, que habían combatido a su lado en defensa de Vizcaya, hasta el extremo de señalar a las tropas fascistas italianas las mejores vías de ataque para que «coparan» a los gudaris y abrieran así una amplia brecha en el frente. Luego, en plena batalla del Ebro, los nacionalistas vascos y catalanes intrigaron en Londres y París, siempre a espaldas de sus aliados, para que las Vascongadas y Navarra, más Cataluña y posiblemente Aragón, se convirtieran en protectorados inglés y francés respectivamente.En fin, la guerra terminó en una segunda guerra civil en el seno de las izquierdas, entre comunistas y negrinistas, por un lado, y socialistas, anarquistas y republicanos, por otro. Estos datos, aunque muy resumidos, creo que tienen la máxima significación.
Ante tales desgarramientos cabe preguntarse cómo pudieron las izquierdas sostener la guerra durante cerca de tres años. La respuesta es doble: estuvieron a punto de perderla en los primeros cinco meses, pese a su superioridad material, y si luego lograron reforzarse y continuar fue gracias, por una parte, a los envíos soviéticos de armas pero, sobre todo, a la disciplina y unidad impuestas por los comunistas, con métodos cada vez más duros, incluso terroristas, pero eficaces. Ahora bien, esos métodos se hicieron cada vez más insoportables para los demás partidos, al punto de que éstos terminaron por sublevarse, prefiriendo rendirse sin condiciones a un Franco que no les prometía mucha clemencia, antes que seguir luchando bajo la hegemonía comunista.Y de modo tan revelador terminó una guerra ya perdida de todos modos."
Pero esa caída en el protectorado no se debió sólo al PCE, sino también a la decisión de entregar el grueso de las reservas de oro español a Moscú, decisión tomada por los dirigentes socialistas, entonces casi tan admiradores de la Unión Soviética como los comunistas. Ha habido mucha controversia sobre si Stalin estafó al Frente Popular, pero a mi juicio se trata de una polémica de poca enjundia al lado de la constatación del hecho político clave: el Frente Popular perdió el control de sus reservas financieras, que pasó a otros.
Si el propio Largo Caballero califica de milagro la llegada del tesoro español, sano y salvo, a Odesa, su recuperación habría sido un milagro mayor todavía. De resultas, quedó en manos del Kremlin un factor tan vital como el abastecimiento de armas y, por tanto, el destino de sus protegidos. Es inútil hablar aquí de traición por parte de la URSS, como dice el título de una compilación reciente de documentos soviéticos, pues fueron los gobernantes izquierdistas españoles quienes, por propia voluntad, entregaron al tirano soviético las reservas financieras y, con ellas, su propia causa. Pudo comprobarlo Largo Caballero cuando, arrepentido de su decisión, intentó resistirse y fue defenestrado.En sus papeles testimonia hasta qué punto se permitían presionarle los soviéticos, amos del oro y de las armas. El Frente Popular perdió así toda independencia real, sin protesta eficaz de anarquistas ni de republicanos, ni, desde luego, de Azaña, que en sus diarios pasa por alto este trascendental hecho. Tal es la conclusión política decisiva en cuanto a este asunto, y también en cuanto a la presencia o ausencia de una idea de España en aquel régimen, siendo las demás cuestiones derivadas y casi anecdóticas por comparación.
La falta de una idea de España o de un sentido nacional capaz de aglutinar a los diversos partidos y superar las discrepancias entre ellos se manifestó de muchas formas, impidiendo una elemental lealtad entre las fuerzas izquierdistas, por lo cual resultó determinante en la suerte de la guerra. Merece la pena repasar la evolución de los acontecimientos y ver hasta qué punto tenía razón Azaña a pesar de las argucias que hubieran podido oponérsele sobre diferentes maneras de concebir la idea de España.
El primer factor de desunión fue, paradójicamente, la euforia de los momentos iniciales de la guerra, ante la abrumadora superioridad material y estratégica del Frente Popular y la consiguiente seguridad en la pronta derrota del enemigo común. Como constata también Azaña, citando al nacionalista catalán Lluhí, cada partido pensó entonces en adquirir la mayor fuerza con respecto a los demás, a fin de asegurarse la mejor porción en los frutos de la victoria.El resultado fue un desorden y descoordinación que los sublevados aprovecharon audazmente para salir en pocas semanas de una situación prácticamente desesperada y tomar la iniciativa.
Ante las derrotas continuadas, la euforia de las izquierdas dio paso a la aprensión y, finalmente, a un franco temor. Ese temor se convirtió en el principal factor de cohesión del Frente Popular, y obligó incluso a los anarquistas a arrumbar sus propias doctrinas y entrar en el Gobierno. Aun así, fue un sentimiento negativo e inepto para forjar una unidad verdadera, como bien observa Azaña.
Las tensiones internas llegaron al punto de que en mayo de 1937 estalló en Barcelona una Guerra Civil dentro de la guerra civil, siendo sañudamente reprimidos los perdedores, es decir, los anarquistas y poumistas. Esa fue la manifestación más explosiva de dichas tensiones, pero las desconfianzas, intrigas y rivalidades subterráneas no cesaban. El propio Azaña había intentado maniobras diplomáticas en Londres sin conocimiento del jefe del Gobierno, Largo Caballero.Poco después, al rendirse Vizcaya, los nacionalistas vascos traicionaron a sus aliados, que habían combatido a su lado en defensa de Vizcaya, hasta el extremo de señalar a las tropas fascistas italianas las mejores vías de ataque para que «coparan» a los gudaris y abrieran así una amplia brecha en el frente. Luego, en plena batalla del Ebro, los nacionalistas vascos y catalanes intrigaron en Londres y París, siempre a espaldas de sus aliados, para que las Vascongadas y Navarra, más Cataluña y posiblemente Aragón, se convirtieran en protectorados inglés y francés respectivamente.En fin, la guerra terminó en una segunda guerra civil en el seno de las izquierdas, entre comunistas y negrinistas, por un lado, y socialistas, anarquistas y republicanos, por otro. Estos datos, aunque muy resumidos, creo que tienen la máxima significación.
Ante tales desgarramientos cabe preguntarse cómo pudieron las izquierdas sostener la guerra durante cerca de tres años. La respuesta es doble: estuvieron a punto de perderla en los primeros cinco meses, pese a su superioridad material, y si luego lograron reforzarse y continuar fue gracias, por una parte, a los envíos soviéticos de armas pero, sobre todo, a la disciplina y unidad impuestas por los comunistas, con métodos cada vez más duros, incluso terroristas, pero eficaces. Ahora bien, esos métodos se hicieron cada vez más insoportables para los demás partidos, al punto de que éstos terminaron por sublevarse, prefiriendo rendirse sin condiciones a un Franco que no les prometía mucha clemencia, antes que seguir luchando bajo la hegemonía comunista.Y de modo tan revelador terminó una guerra ya perdida de todos modos."
(Seleccionado de la web española del diario El Mundo .Nota del distinguido historiador Pío Moa-
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