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domingo, 1 de noviembre de 2009

La Guerra Fría Comenzó En España En 1937 – Parte II


Cuando, en 1936, estalló la guerra civil española, la ayuda que las potencias fascistas dieron a Franco ofreció a Stalin una nueva oportunidad de construir con Francia y Reino Unido el frente antifascista que deseaba. Ahora bien, no era ésta la única oportunidad que España ofrecía a los soviéticos. La revolución que enseguida estalló en el territorio controlado por los republicanos les brindó la oportunidad de reconducirla, para convertir el movimiento en una revolución bolchevique, y al estado que de allí surgiera en el primer satélite soviético del globo. Es decir, parecía llegado el momento de empezar a propagar el comunismo por el mundo.

Aparentemente, ambas oportunidades podían aprovecharse a la vez, por ser complementarias. La reconducción y el control de la revolución en España permitirían hacer el régimen más presentable ante las democracias occidentales, a fin de que éstas colaboraran en su protección de la agresión fascista. De hecho, a partir de septiembre de 1936 la URSS hizo un enorme esfuerzo por controlar los desmanes que se producían en la zona republicana, y
acometió una ingente labor de propaganda para presentar la Guerra de España como una guerra entre el fascismo y la democracia, en la que, como era natural, los comunistas estaban del lado de la democracia. De hecho, las Brigadas Internacionales no se llamaron Brigadas Comunistas, que es lo que más propiamente eran, no en vano estaban integradas casi exclusivamente por comunistas.

Sin embargo, la República española no era, en 1936, una democracia burguesa. No se trata de discutir aquí si la degradación empezó a producirse en febrero o a partir del 18 de julio, pero de lo que no cabe duda es de que en septiembre,
cuando Stalin se fijó en España, la República era un régimen abiertamente revolucionario que nada tenía que ver con la democracia que disfrutaban en Gran Bretaña o en Francia, por mucho que esta última estuviera gobernada por un Frente Popular. Al tratar de reconducir la revolución y moderarla a la fuerza para hacerla más aceptable a las democracias occidentales, Stalin impuso con dureza sus propios puntos de vista. No logró el fin propuesto. Franceses y británicos pasaron de ver la República española como un régimen revolucionario anárquico y violento a contemplarla como uno fríamente controlado por los comunistas. A ninguno de los dos países les interesó tener junto a ellos un régimen de una u otra naturaleza. Por eso, ni Francia ni Gran Bretaña intervinieron jamás en la Guerra de España, porque no tenían interés alguno en la victoria de una República que ya no era democrática.

Cuando las dos democracias occidentales llegaron a un acuerdo con Hitler en Múnich, en septiembre de 1938, Stalin perdió el interés por España. Era obvio que el conflicto que se desarrollaba en nuestro país ya no serviría de pretexto para levantar un sistema de seguridad colectiva que aliara a la URSS con Francia y Gran Bretaña contra Alemania. Stalin pudo haber continuado apoyando a la República en su esfuerzo de convertir España en un satélite soviético, pero una vez que la alianza con el bando de las potencias capitalistas no era posible, lo prioritario era aliarse con el otro. Hacer esto exigía abandonar, de momento, la posibilidad de contar con un satélite soviético y renunciar a derrotar en España a la que tendría que ser en pocos meses la nueva aliada de la URRS, la Alemania de Hitler.

Cuando estuvo claro que Gran Bretaña y Francia no participarían en el sistema de seguridad colectiva que la URSS quería levantar contra Alemania, Maxim Litvinov fue cesado (marzo de 1939) y en su lugar fue nombrado Vyacheslav Molotov:
su misión fue la de establecer una alianza con Alemania para evitar la posibilidad de que todas las potencias capitalistas, las burguesas y las fascistas, se aliaran contra la Rusia comunista.

El pacto Ribbentrop-Molotov (agosto de 1939) produjo una convulsión en Europa.
Stalin se quitó la careta de defensor de las democracias frente al fascismo para revelarse lo que siempre fue, un comunista calculador y realista cuya única finalidad era propagar el comunismo en el mundo. Para ello tenía que derrotar a las potencias capitalistas, y para poder tener éxito necesitaba que éstas primero se enfrentaran entre ellas. Si no podía estar del lado de Francia y Gran Bretaña, lo estaría del de Alemania. En todo caso, lo que trataría de evitar a toda costa era verse aislado frente a todas a la vez, arriesgando una alianza entre ellas.

Al ponerse del lado de Alemania, calculó que tarde o temprano tendría que enfrentarse a ella. Pero creyó que eso no tendría lugar sino después de que Berlín acabara con sus dos antagonistas occidentales. Mientras tanto, él emprendería un rearme frenético para preparar el enfrentamiento final con aquélla. Por eso, cuando Hitler invadió Rusia, en 1941, antes de haber derrotado a Gran Bretaña, Stalin no pudo dar crédito a los informes que le llegaban de su frontera occidental. En sus esquemas resultaba imposible que Alemania tomara la decisión de enfrentarse a todos a la vez.

No es éste el lugar para estudiar los motivos que manejó Hitler a la hora de tomar esa decisión. Importa destacar la sorpresa que produjo en Stalin. Cuando finalmente asumió lo que estaba ocurriendo, concluyó que no había mal que por bien no viniera: al traicionar Hitler el pacto Ribbentrop-Molotov, colocó a Gran Bretaña, Francia y la URSS en situación de virtuales aliados: lo que siempre quiso el georgiano. Ahora se trataba de derrotar a Alemania. Luego llegaría el momento de enfrentarse a las democracias burguesas.

Lo que nunca calculó el Hombre de Hierro es que Estados Unidos saldría de la Segunda Guerra Mundial con un poder y una bomba capaces de frenar su avance hacia Occidente.

Con todo, no pudo evitarse que la URSS ocupara toda Europa oriental, y se tardó más de cuarenta años en derrotarla.
Hoy es obvio que si hubieran tenido que hacerlo solas, Francia y Gran Bretaña no hubieran sido capaces de lograrlo.

Es sorprendente, y a la vez ilustrativo, que España fuera, de algún modo, para la Guerra Fría lo que Chequia fue para la Segunda Guerra Mundial.
Esta historia servirá cuando menos para que nos demos cuenta de que lo que se vivió en España entre 1936 y 1939 fue mucho más que un conflicto entre fascistas y antifascistas. (Seleccionado de la web española de Libertad Digital del 01-11-09)

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