Vistas de página en total

domingo, 1 de noviembre de 2009

La Guerra Fría Comenzó En España En 1937 (Parte I)


Tradicionalmente, la guerra civil española ha sido contemplada como un preludio de la Segunda Guerra Mundial. Aunque esta forma de verla ha sido debatida y no todos, ni mucho menos, la comparten. Lo que es absolutamente infrecuente es considerarla el prólogo de la Guerra Fría. En su apoyo, Friedman llama al general Oleg Sarin y al coronel Lev Drovetsky. Estos dos militares rusos, que manejaron abundante documentación soviética poco después de ser desclasificada, afirman en Alien Wars, the Soviet Union Aggressions Against the World, 1919 to 1989 (Novato, California, 1996; p. 4):

“A juzgar por numerosos documentos que hemos examinado, Stalin comenzó a ver el Gobierno español como una especie de rama del Gobierno soviético, obediente a los dictados de Moscú. Por ejemplo, a finales de 1937, tras discutirse en el Politburó la situación en España, se aprobó una larga directiva dirigida a los españoles. En ella se trataron diversos temas (...). No es cuestión de listar los problemas y puntos que llamaron la atención de los soviéticos, sino de destacar el lenguaje en sí mismo. Las palabras elegidas y el tono empleado eran tan exigentes que la directiva parecía dirigida a un comité de distrito del partido o a algún ministerio soviético. Unas palabras y un tono completamente opuestos a lo que cabe esperar en un consejo a un Estado soberano.”

No se trata aquí de reiniciar por enésima vez el debate acerca de hasta qué punto Juan Negrín estaba conforme con que España se convirtiera en un satélite soviético. Es cierto que, durante la guerra, no planteó oposición alguna a tal posibilidad, pero es posible que no lo hiciera por entender que sólo con la ayuda de la Unión Soviética podría la República ganar la guerra. Y que ya vería el modo de librarse de los soviéticos una vez alcanzada la victoria. En cualquier caso, la República perdió la guerra y no fue posible ver si España se convertía en un satélite ruso, como quería Stalin, o si Negrín era capaz de evitarlo, como quizá pensara que podría hacer. A los efectos que aquí nos interesan, lo que importa es la intención de Stalin. Friedman está convencido de que lo que hizo fue intentar en España por primera vez lo que luego logró con éxito en Europa oriental, al terminar la Segunda Guerra Mundial.

No hay duda, a la vista de la documentación soviética desclasificada, que Stalin no vino a España a salvar la República, ni a combatir por la democracia. Vino a España para, aprovechando la crisis y la revolución desencadenada por la Guerra Civil, tratar de convertir a nuestro país en el primer satélite soviético. Si se considera que la Guerra Fría es un conflicto consecuencia del expansionismo soviético, muy bien podría ser España y el año 1937 el lugar y la fecha en que se inició.

Sin embargo, siendo como es la Guerra Fría un conflicto entre dos superpotencias, la URSS y los Estados Unidos, difícilmente puede considerarse empezado por el mero hecho de la agresión. Para que el conflicto comience es necesario que el otro antagonista, los Estados Unidos, responda de cualquier modo. La Segunda Guerra Mundial no se inició cuando Hitler se anexionó Renania, ni cuando añadió Austria al III Reich, ni siquiera cuando ocupó Chequia. Todas estas agresiones no fueron respondidas por los aliados. La Segunda Guerra Mundial empezó cuando Hitler invadió Polonia; no por el hecho de la invasión misma, sino porque, a consecuencia de ella, británicos y franceses declararon la guerra a Alemania. De igual modo, la Guerra Fría no empezó hasta que los Estados Unidos decidieron hacer frente al expansionismo ruso. Eso no ocurrió hasta 1947.

Pero estas consideraciones no son óbice para que la guerra civil española pueda ser contemplada, desde un cierto punto de vista, un prólogo no tanto a la Segunda Guerra Mundial como a la Guerra Fría. Ver nuestra contienda a través de esta óptica nos permitirá descubrir muchas otras cosas que nos ocultaba el maniqueísmo forzado de entender que se trató del primer capítulo del enfrentamiento entre el fascismo y la democracia.

El marxismo-leninismo era una ideología expansionista. No lo era por maldad intrínseca, sino por el convencimiento de que, una vez implantada en Rusia, sólo sería capaz de sobrevivir si se propagaba al resto del mundo, y más concretamente a las democracias capitalistas, por emplear su propia terminología. Lenin estaba convencido de que el comunismo no duraría en Rusia si no se implantaba en todo el mundo, porque el capitalismo no toleraría convivir con un país comunista, por miedo al contagio. Este planteamiento es el típico de una profecía autocumplida: desde el momento en que el marxismo-leninismo se hizo expansionista para que el capitalismo no acabara con él, éste se sintió amenazado, no tanto porque sobreviviera en Rusia como porque quería exportarse a los países capitalistas, cosa que éstos no tolerarían. El caso es que el comunismo, según Lenin, debía propagarse o morir.

Esta necesidad de extenderse fue sentida por el bolchevique como algo extraordinariamente perentorio. Consideró que la propagación del comunismo debía ser prácticamente inmediata: de otro modo, éste perecería al poco de haberse implantado en Rusia. Por esta razón, estimuló y financió diversas revoluciones en Europa central y oriental a partir de 1919, sin ni siquiera esperar a ganar la guerra civil que en Rusia había hecho estallar la revolución. Es más, pensó que esa guerra sería más fácil de ganar si en la frontera occidental de Rusia triunfaban, una tras otra, revoluciones comunistas que consolidaran el régimen bolchevique. Todas fueron un fracaso, especialmente en Alemania, país en el que Lenin tenía puestas grandes esperanzas.

Cuando accedió al poder Stalin, en 1923, los planteamientos dogmáticos no cambiaron, pero sí lo hicieron las estrategias. El georgiano estaba de acuerdo con que el comunismo no sobreviviría en Rusia si no era capaz de propagarse a los países capitalistas; pero, a diferencia de Lenin, no creía que hubiera tanta prisa. Lo primero que había que hacer era consolidar el socialismo en Rusia, para lo que inventó la fórmula del socialismo en un solo país, con el fin de explicar cómo el comunismo era perfectamente capaz de sobrevivir temporalmente en Rusia. Cuando llegara el momento, se propagaría con el estímulo y bajo el control de la Unión Soviética.

Había otro aspecto estratégico en el que Stalin se apartaba de Lenin. El primero no creía tanto como el segundo en la inevitabilidad del desplome del capitalismo. Por eso, pensó que era necesario esforzarse todo lo que se pudiera en ayudar a la Historia a cumplirse conforme a lo previsto por el marxismo-leninismo. Esta vena realista le condujo a hacer el siguiente análisis: el conflicto entre la URSS y las potencias capitalistas es inevitable. El nacimiento del fascismo en Italia y, sobre todo, la llegada al poder de Hitler en Alemania trajeron una oportunidad. El nazismo dividió a las potencias capitalistas en dos bandos antagónicos, las fascistas frente a las democracias burguesas. Conforme a la tradición realista, Stalin concluyó que la mejor manera de acabar con todas era aliándose primero con unas para enfrentarse a las otras y luego, una vez liquidado el primer bloque, ir a por el segundo.

Ese mismo realismo le aconsejó que lo prudente era aliarse con las más débiles, para acabar primero con las más fuertes. Supuso que las más fuertes eran las potencias fascistas, de forma que decidió que lo correcto era construir una alianza antifascista con las democracias occidentales, esto es, Gran Bretaña y Francia. En 1930, Stalin nombró a Maxim Litvinov ministro de Asuntos Exteriores, con el encargo primordial de integrar a la URSS en el concierto de las naciones. Su política, en este sentido, fue un éxito. Luego, tras el ascenso del nazismo, el bolchevique de origen judío recibió el encargo de crear un sistema de seguridad colectiva con Francia y Gran Bretaña, algo así como un frente antifascista. En esto fracasó. Se conoce que, con razón o sin ella, a británicos y franceses les dio más miedo el comunismo que el fascismo.

No hay comentarios: