Refiere Pilar Rahola, en una nota publicada en la fecha, referida a Hugo Chávez: (...) Su cacareada revolución bolivariana es un proyecto estructurado, regado con millones de dólares, y que penetra en los entresijos más olvidados de Iberoamérica con notable eficacia. Lo conocido está ahí: el papel de chavito aplicado que está haciendo el presidente de Ecuador. Sus amigos de retórica, desde Nicaragua hasta Bolivia, o Cuba, todos sustancialmente ayudados por el Padre Padrone. Y finalmente, el efecto K de Argentina, a quien Chávez le hace luz de gas, pagando deudas. Desde la perspectiva de la gran política, Chávez ha conseguido callar bocas que podrían ser sensatas y, a la vez, abrir las bocazas de los estómagos agradecidos, con lo cual, la contestación que sufre es, más allá de la lógica dureza del colombiano Uribe, muy tímida. Y, sin embargo, para los dirigentes sudamericanos, Chávez es un problema serio que no sólo hace ruido en las tribunas internacionales o eleva a categoría de interlocución a los terroristas de las FARC. También está practicando una injerencia social abiertamente colonizadora. El ejemplo peruano de las Casas del Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas) es, quizás, el síntoma más revelador de los planes colonialistas del chavismo, que ha encontrado en la estrategia del Hamas palestino o de los integristas del Magreb un modelo que seguir. Se trata de aprovechar los endémicos problemas sociales que existen en el continente para hacer obra social al tiempo que se practica un desacomplejado proselitismo revolucionario. Como la ayuda del integrismo islámico a los niños, a los que da comida y un manual de martirio. Así, Chávez penetra por ejemplo en Perú, aterriza en zonas con problemas graves, promete ayudas y limpia cerebros. Si Sudamérica sufrió la colonización española y, después, en plena guerra fría, la doble colonización norteamericana y soviética, en la actualidad empieza a sufrir la tercera colonización. Y no es menor. Porque Chávez tiene mucho a favor, para sus planes bolivarianos: dinero para comprar voluntades, problemas sociales para usar demagógicamente, palabras ruidosas de sus populistas compañeros y pesados silencios de los vecinos razonables. En Perú lo saben y preguntan. En Colombia lo saben y se indignan. En Argentina lo saben y sonríen. Y en el resto, lo saben y no saben qué hacer. Difícil reto.". (Extraído del diario digital La Vanguardia, de España del 30 de marzo de 2008)
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