De manera más o menos difusa, me identificaba con el modelo socialdemócrata sueco, el de una izquierda supuestamente democrática, neutral y pacifista en el plano internacional y partidaria de todas las causas que yo consideraba nobles.
Por supuesto, me entusiasmé como tantos –tantísimos otros con la revolución sandinista en Nicaragua. A mi juicio, aquella era una clara manifestación de que todavía las revoluciones resultaban posibles, de que un pequeño David revolucionario podría enfrentarse con el terrible Goliat yanqui y de que era viable un sistema socialista con pluralidad de partidos y sin depender de
“Mientras la gente de abajo padece el hambre, la opresión y la falta de libertad,
“Sin embargo, aquel viaje a Nicaragua no significó todavía la ruptura. Sí lo fue –para disgusto de mis amigos– el final de mi apoyo a personajes repugnantes como Daniel Ortega o Fidel Castro, pero todavía conservaba una tibia fe en que la izquierda en España podía ser diferente. Aquí debo agradecer a Felipe González y sus años de gobierno socialista que me permitieran ver la luz. El legado de aquella izquierda fue la corrupción más espectacular de la historia de España, una gestión económica deplorable vinculada a millones de parados, un intento encarnizado de domesticar las libertades lo mismo vulnerando la independencia del poder judicial que acosando a los medios de comunicación independientes y un desprecio absoluto por la legalidad que tuvo, entre otras consecuencias, la articulación del terrorismo de Estado de los GAL.”
“La realidad de España, a decir verdad, era mucho peor, pero por aquel entonces yo sólo veía aquello y me empeñé –con la misma cerrilidad que el creyente al que la fe se le desmorona porque carece de base– en considerar que el problema no era la izquierda sino esta izquierda. Fue precisamente en esa época cuando conocí a algunos de los elementos críticos del PSOE –críticos precisamente con Felipe González– que, supuestamente, podían cambiar todo. La experiencia duró unos meses, y de ella salí definitivamente convencido de que no es que la izquierda tuviera problemas, sino que el problema era la izquierda. No sabría decir si llegué a esa conclusión al ver, por ejemplo, que consideraban a Santiago Carrillo un héroe; al comprobar que eran incapaces de ver que la renovación pasaba por algo similar a Tony Blair o al percatarme de que su mensaje no era sustancialmente distinto al de Felipe González, aunque, eso sí, ellos no tenían el poder y lo deseaban. … “
“Abandoné la izquierda porque creo en el individuo. Personalmente, estoy convencido de que el sujeto de derechos es el ser humano como individuo, y no la raza, el sexo o las circunstancias médicas. A decir verdad,
“Abandoné la izquierda porque creo en la justicia. Me consta –yo fui uno de los infelices– que, históricamente, la izquierda ha captado a no pocos de sus fieles predicando la justicia. Al hacerlo, no ha pasado de representar el papel de falso profeta. Pocas ideologías hay más injustas que las de izquierda. De entrada, la justicia, por definición, debe dar a cada uno lo suyo, y además debe comportarse con todos de manera igual e imparcial, es decir, debe actuar de manera diametralmente opuesta a como pretende la izquierda. Y es que la izquierda siempre ha creído en una justicia que trate a los seres humanos de manera desigual, apelando a artificios como la justicia de clase o la discriminación positiva. En un ejemplo de dislate jurídico, el Tribunal Constitucional español ha resuelto hace unos meses que es correcta una ley que castiga por el mismo delito de manera desigual a hombres y a mujeres. Saltando por encima de los Bills of Rights del derecho anglosajón y de las constituciones liberales, el Tribunal Constitucional ha regresado a Hammurabi, que también consideraba que las penas no podían ser iguales para todos los seres humanos.”
“Por si esto –que ya de por sí es muy grave fuera poco, la izquierda tampoco da a cada uno lo suyo. Por el contrario, despoja –el término es del propio Marx– a unos para dárselo a otros. Las imágenes que surgen al decir esto son las de campesinos que reciben las tierras de los latifundistas o las de inquilinos que se quedan con los pisos de los propietarios. Semejantes realidades resultarían ya discutibles, siquiera porque no se termina de ver la justicia de que se prive del fruto de su trabajo –unos pisos o unas tierras a un ciudadano para dárselo a otros pero es que, para colmo, la izquierda tampoco ha actuado tan generosamente nunca. Por el contrario, se ha limitado –en las dictaduras a robar a unos para colocar el fruto del expolio bajo el control de una Nomenklatura que actuaba, supuestamente, en beneficio del pueblo. En Rusia nunca se repartieron tierras a los campesinos. Por el contrario, los bolcheviques se hicieron con la tierra, ligaron a ella a los campesinos con una dureza más cruel que la de los zares y, acto seguido, gracias a la incompetencia socialista en la gestión de la economía, causaron la muerte por hambre de millones de personas, algo desconocido en
“Dejé la izquierda porque creo en el esfuerzo personal y en la excelencia. Lejos de sentirme satisfecho con el mundo en el que vivo, estoy convencido de que muchas cosas han de cambiar, pero para que puedan cambiar a mejor, nosotros hemos de ser mejores, es decir, exactamente lo contrario de lo propugnado por la izquierda. En su afán por controlar nuestra vida desde el claustro materno hasta después de la muerte, la izquierda está empeñada en crear un sistema igualitarista que no afecte, por supuesto, a los miembros de
“Al fin y a la postre, la izquierda acaba instaurando una dictadura sutil en Occidente –brutal en el resto del mundo–, donde la libertad, la excelencia, el saber, la justicia y la belleza se ven sustituidas por la tiranía, la estupidez, la ignorancia, la injusticia y la zafiedad. Obsérvense determinados gobiernos y dígaseme que no es cierto y, sobre todo, que no son razones más que sobradas para abandonar la izquierda, a menos que uno desee formar parte de la dorada Nomenklatura que decide lo que los demás deben hacer, decir y pensar, mientras ella vive del fruto del trabajo de los otros.”
“Abandoné la izquierda, y resultó decisivo en mi caso, porque soy cristiano. Es cierto que durante años pensé –y estaba profundamente equivocado que los valores de la izquierda eran algo así como una visión laica de los valores propugnados por el cristianismo. Pensaba yo –y erraba gravemente que las palabras justicia, libertad o dignidad tenían el mismo significado. La realidad es que no se corresponden ni por aproximación. De la misma manera que el Jesús del Código Da Vinci sólo tiene en común con el de los Evangelios la colocación de las letras del nombre. Conceptos como los de justicia, libertad, dignidad o vida son diametralmente opuestos en la formulación de
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