Continuando con lo reseñado en anterior artículo, sobre la actuación del Papa Pío XII, antes de la Segunda Guerra Mundial y durante este conflicto armado, creemos que las apreciaciones que efectúa su autor, José Luis Restan, justifican que se otorgue amplia difusión a la valoración que del citado Papa, hace el prestigioso ensayista e investigador, en un diario español, donde se publica íntegro un artículo de su autoría. En efecto, ya hemos valorado así como al pasar, la etiología de una campaña que oportunamente se originó en la entonces URSS y se difundió en la Europa Continental, tanto detrás de la Cortina de Hierro como fuera de ella . En la primera ocasión, en el interior de la Cortina, facilitado todo por la carencia de libertad que imperaba en ese territorio y, en el resto de Europa, extramuros de aquella, las facilidades las otorgó el sistema democrático imperante allí. Aunque parezca insólito. Dos sistemas, dos jurisdicciones territoriales completa y absolutamente distintas, los mismos fines de desprestigio al Papa e idénticos resultados. Uno facilitado por el tiránico sistema de gobierno y el desconocimiento de los Derechos Humanos y otro, facilitado por el respeto absoluto del hombre como persona humana y sus derechos como tal. Por la libertad de expresión y de divulgación de las ideas por medio de la prensa escrita. Nos señala el artículo citado que: “En la época en la que Pacelli fue secretario de Estado de Pío XI, una época marcada por los totalitarismos fascista, nazi y comunista, por el puesto que ocupaba y su conocimiento de las relaciones internacionales, Pacelli fue el alma mater de la actividad doctrinal de la Santa Sede en torno a esas dramáticas amenazas, a las que dieron respuesta las tres encíclicas dadas a conocer durante su reinado. …” “Después, ya en la silla de Pedro, llegaron los años terribles de la Segunda Guerra Mundial y de la horrenda persecución contra los judíos desatada por el régimen nazi. Se han derramado ríos de tinta sobre la actitud que mantuvo Pío XII, pero conviene aclarar que no siempre fue así. Por el contrario, en los años posteriores a la guerra existió un consenso casi universal sobre la obra de salvación y protección de los judíos llevada a cabo por impulso del Papa Pacelli y buena muestra de ello son las múltiples expresiones de gratitud llegadas desde el mundo judío, como la recordada por Benedicto XVI en boca de la ministra de Exteriores de israelí Golda Meir: "Cuando el martirio más espantoso ha golpeado a nuestro pueblo, durante los años del terror nazi, la voz del Pontífice se ha levantado a favor de las víctimas". Resulta difícil pensar que la señora Meir estuviese mal informada, como tampoco podía estarlo el rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, que en 1944 afirmaba que "el pueblo de Israel no olvidará jamás lo que Pío XII y sus colaboradores están haciendo por nuestros desventurados hermanos en la hora más trágica de nuestra historia".
Entonces, ¿de dónde nace una confusión que ha hecho fortuna en amplios sectores y que ha llegado a la locura de acusar a Pío XII de complicidad con el nazismo o cuando menos de tibieza? Muchos investigadores señalan el estreno en Berlín de la obra El Vicario de Rolf Hochhuth, en 1963, como el inicio de una leyenda negra que no ha hecho sino agrandarse. En realidad esta obra teatral no aportaba nueva documentación, tan sólo presentaba una lectura ideológica de Pío XII que le hacía culpable de haber guardado silencio por cobardía e interés y también por un filogermanismo que le habría conducido a la complacencia. La historia de cómo esta reconstrucción histórica ha conquistado a amplios sectores sociales necesitaría una investigación específica, pero se pueden señalar algunos elementos: en primer lugar, la furia de una izquierda marxista que veía en Pío XII a un bastión del anticomunismo; en segundo, un nuevo debate sobre si las obras a favor de los judíos no deberían haber estado acompañadas de pronunciamientos públicos más fuertes; y en tercer lugar, la publicística anticatólica encontró aquí una fuente inagotable, con el precioso concurso de sectores eclesiales empeñados en mostrar una ruptura entre el pontificado de Pío XII y el de Juan XXIII.
Es cierto que Pío XII debió decidir, en medio de la tormenta, cómo administrar sus recursos y posibilidades. La Iglesia ya se había pronunciado claramente sobre la idolatría nazi y por otra parte sus sacerdotes estaban sufriendo una dura persecución en Alemania, Polonia y otras regiones de Europa. La experiencia parecía mostrar que los pronunciamientos duros y explícitos, como el del episcopado holandés, sólo servían para recrudecer la saña de la persecución, tanto de judíos como de católicos, y no faltaron episcopados europeos que rogaron al Papa que evitase esa posibilidad. Se comprende la encrucijada moral del pontífice, que difícilmente puede juzgarse con categorías de despacho. En todo caso, en el radiomensaje de la Navidad de 1942, Pío XII se refirió a la persecución sufrida por miles de inocentes a causa simplemente de su nacionalidad o de su raza, en evidente referencia a los judíos. No obstante, como ha recordado ahora Benedicto XVI, el Papa Pacelli prefirió actuar "a menudo de manera secreta y silenciosa, precisamente porque, consciente de las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, intuía que sólo de ese modo podía evitarse lo peor y salvar al mayor número posible de judíos". A esa tarea dedicó todas sus energías, movilizando la extensa red de las nunciaturas, las parroquias y las órdenes religiosas. Sólo así se explica el unánime reconocimiento del mundo judío en los años posteriores a la guerra, cuando no se había abierto un debate contaminado en su raíz.
Benedicto XVI ha querido también disolver el tópico de Pío XII como Papa rígido, hierático e incapaz de juzgar adecuadamente el rumbo de la historia. Por el contrario, ha subrayado su amor al pueblo, su valentía frente a las amenazas totalitarias (que no faltaron) y la apertura de su pensamiento. De hecho, lo ha presentado como precursor del Concilio Vaticano II en temas como la eclesiología, la liturgia, las ciencias bíblicas, el impulso a las misiones y la promoción del laicado. Con su valiente homilía del pasado jueves, Benedicto XVI ha arrojado luz sobre una figura que ha pretendido enfangar gente con mala conciencia y oscuros intereses, a veces en medio de un silencio inexplicable por parte del mundo católico.”. (Seleccionado de la web de Libertad Digital, del 15-10-08)
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