Es un error atribuir la ruptura chilena a una tendencia más impaciente
que otras al interior de uno de los partidos de izquierda marxista, o a una
reunión sediciosa de diputados con marineros en un barco de la Armada, o
incluso a un discurso delirante en un estadio llamando a la "insurrección
de las masas". Estos hechos, que sí ocurrieron, pueden ser detonantes,
pero la causa profunda fue una ideología y una praxis, tan sistemática como
implacable, que concebía a la violencia como "la partera de la
historia".
Son claves para comprender el origen de la ruptura democrática los dos
acuerdos oficiales del Partido Socialista de Chile adoptados, por unanimidad,
en sus Congresos anuales de 1965 y 1967.
Ya en su Congreso de Linares (julio, 1965), el Partido
Socialista de Chile, que se definía como marxista-leninista, había sostenido lo siguiente: "Nuestra
estrategia descarta de hecho la
vía electoral como método para alcanzar nuestro objetivo de toma del poder... El partido tiene un objetivo:
para alcanzarlo deberá usar los métodos y los medios que la lucha
revolucionaria haga necesarios".
Pero fue en su Congreso
de Chillán cuando la postura sediciosa alcanzó su máxima expresión. Este tuvo lugar entre el 24 y el 26 de noviembre de
1967 y asistieron 115 delegados, y hubo además "delegados fraternales" de los gobiernos
comunistas de la URSS, Alemania Oriental, Rumania y Yugoslavia, del partido
Baath socialista de Siria y del partido socialista de Uruguay.
La resolución adoptada afirmaba que "la
violencia revolucionaria es inevitable y
legítima... Constituye la única
vía que conduce a la toma del poder político y económico, y su ulterior defensa
y fortalecimiento. Sólo destruyendo el
aparato democrático-militar del Estado burgués puede consolidarse la revolución
socialista... Las formas pacíficas
o legales de lucha no conducen por sí mismas al poder. El Partido Socialista
las considera como instrumentos limitados de acción incorporados al proceso
político que nos lleva a la lucha armada. La política del frente de trabajadores se prolonga y se encuentra
contenida en la política de la Organización Latinoamericana de Solidaridad
(OLAS), la que refleja la nueva dimensión
continental y armada que ha adquirido el proceso revolucionario
latinoamericano" (Julio César Jobet,
La Historia del Partido Socialista de Chile, 1997).
El ideólogo del Partido
Socialista, y futuro Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Allende,
Clodomiro Almeyda, especuló sobre la
forma en que terminaría este proceso:
"La forma fundamental que en un país como Chile pueda asumir la fase
superior de la lucha política, cuando el proceso
vigente llegue a colocar a la orden del día el problema del poder, es impredecible en términos absolutos. Yo me
inclino a creer que es más probable que
tome la forma de una guerra civil revolucionaria, a la manera española, con intervención extranjera, pero de curso más
rápido y agudo" (Revista Punto Final, 22 de noviembre de 1967).
Cabe destacar que el Partido Socialista era el segundo de mayor tamaño
del país, que sería el principal partido en la coalición, la Unidad Popular,
que gobernó Chile entre 1970 y 1973, y que Salvador Allende era su más
destacado militante. Su partido aliado, el Partido Comunista de Chile, era el
mayor y mejor organizado de todos los Partidos Comunistas de América Latina, y
el tercero en tamaño, después de aquellos de Francia e Italia, de todo el mundo
occidental.
Por cierto, todo esto ocurría en el contexto de la Guerra Fría, en la
cual el gobierno de la Unidad Popular se había aliado con la Unión Soviética en
contra de Estados Unidos y la Europa democrática.
Posiblemente sin haber leído jamás a George Orwell, Allende llamó a la
superpotencia comunista el "hermano mayor" de Chile, en un discurso
en el propio Kremlin el 7 de diciembre de 1972, en el cual agregó, tras reunirse
con los máximos jerarcas soviéticos Leonid Brezhnev, Alexei Kosygin y Nikolai
Podgorny, que había alcanzado una "completa identidad de puntos de
vista" con los dirigentes comunistas.
Esta adhesión a los regímenes comunistas venía de mucho antes. Desde ya, en el homenaje que se le hizo a Stalin en
Santiago una semana después de su muerte en marzo de 1953, uno de los oradores
principales fue el socialista Salvador Allende.
Es ilustrativo
recordar también el increíble homenaje a Stalin del importante dirigente
comunista chileno Volodia Teitelboim: "Hoy ya duerme su gloria
eterna en la cámara ardiente de la Sala de las Columnas de Moscú el camarada José Stalin. Hace apenas un día y algunas horas que murió el
amado conductor de los trabajadores del mundo, el más grande, profundo y noble
amigo de la humanidad... Ha muerto el padre y el
jefe de toda la humanidad progresista. Ha muerto, como
Mayakovsky decía de Lenin, el más humano de todos los hombres... Dio abundancia y existencia dichosa a su pueblo…
Bajo la bandera de luto, pero siempre desplegada de Stalin, los pueblos marchan
por el camino más corto hacia la segura victoria, hacia el mundo de la
felicidad humana" (El Siglo, marzo de 1953).
En la década del
60, Allende aceptó servir como presidente de
la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), un organismo castrista
para exportar la revolución comunista al continente, la que había afirmado públicamente que "la revolución armada es la única solución para los
males sociales y económicos de Latinoamérica".
Claudio Véliz,
historiador y amigo personal de Allende, sostiene que los viajes de Allende a
Cuba tuvieron "una incidencia fundamental en el proyecto que pretendía
aplicar en Chile. Tras ver Cuba, Allende pensó que podía acortar el camino. Pero la verdad es que se apartó de la tradición
chilena... No cabe ninguna duda que el gobierno de la Unidad Popular fue un
desastre que nos llevó a la guerra civil" (El Mercurio, 28 de
noviembre, 1999).
Allende, siendo
presidente del Senado, expresó en varias ocasiones su apoyo al Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR), grupo que inició la violencia guerrillera en
Chile. Por cierto, la violencia había sido idealizada por los líderes de
izquierda de Chile y el continente por un largo tiempo.
En último término, los
dirigentes marxistas chilenos no supieron resistir el embrujo de la Revolución
comunista cubana.
El tirano del Caribe, Fidel Castro,
se transformó en el modelo y fueron intoxicados, como si fueran adolescentes, por la retórica y la acción revolucionaria del
Che Guevara, quien llamaba a
crear "múltiples Vietnam" en América Latina.
Una distinción fundamental que no se hizo fue aquella entre el noble
objetivo de querer cambiar el mundo para mejor y buscar hacerlo utilizando la
violencia. En nuestro país había al comenzar la década del 70 demasiada
pobreza, subdesarrollo, monopolios e injusticias de distinta naturaleza, como
para que muchas personas idealistas, especialmente jóvenes, no se declararan en
estado de rebeldía y buscaran, aunque con más pasión que rigor, un camino para
crear un mundo mejor. Basta leer el "Balance Patriótico" de Vicente
Huidobro, publicado en 1925, para comprobar que no mucho había cambiado en
cincuenta años.
Lo que es aberrante es que tantos dirigentes comunistas y socialistas
chilenos, de quienes era esperable un mínimo de madurez y responsabilidad
política, impulsaran, inicialmente con su retórica incendiaria, y más tarde con
sus actos de gobierno, a decenas de miles de jóvenes al abismo —y a las consecuencias-- de la violencia política.
En este contexto, es
estremecedora la honesta confesión de un ex guerrillero argentino: "Hoy puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la
victoria, porque de haber sido
así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia con Cuba, hubiéramos ahogado el continente en una barbarie
generalizada. Una de nuestras
consignas era hacer de la
cordillera de Los Andes la Sierra Maestra de América Latina, donde, primero hubiéramos fusilado a los
militares, después a los
opositores, y luego a los
compañeros que se opusieran a nuestro autoritarismo" (Jorge Masetti, El
Furor y el Delirio, 1999).
Al borde de la guerra civil
La respuesta del Presidente Allende a la Cámara no fue la única en la
que demostró su desprecio por el Estado de Derecho. Durante 1973 la Corte
Suprema le había reprochado la vulneración de las atribuciones propias de ese
cuerpo, lo que derivó en una violenta disputa epistolar entre ellos. Por
supuesto, la Unidad Popular incluso había desarrollado la insólita teoría
jurídica de los "resquicios legales", con los cuales no sólo se había
avanzado en la intervención estatal de múltiples empresas privadas de todos los
tamaños, sino que se estaba erosionando de manera fatal la necesaria confianza
pública en las instituciones fundamentales de la República.
Así, el 26 de mayo
de 1973, en protesta por una negativa del gobierno a cumplir con una decisión
judicial, la Corte Suprema resolvió por unanimidad dirigirse así al Presidente
de la República: "Esta Corte Suprema se ve obligada a
representar a Su Excelencia por enésima vez la actitud ilícita de la autoridad
administrativa en su interferencia ilegal en asuntos judiciales, así como de
poner obstáculos a la policía uniformada en la ejecución de órdenes de los
tribunales del crimen; órdenes que, bajo las leyes vigentes, deben ser llevadas
a cabo por dicha fuerza policial sin obstáculos de ninguna índole; todo lo cual
implica un desprecio abierto y voluntario de los fallos judiciales, con
completa ignorancia de las alteraciones que tales actitudes u omisiones
producen en el orden legal; como se representó a Su Excelencia en un despacho
anterior, actitudes que implican además no sólo una crisis en el estado de
derecho, sino también el quiebre perentorio o inminente de la legalidad de la
Nación".
Allende, en un
discurso público a los pocos días, respondió con una afirmación que en
cualquier país de larga tradición democrática le habría costado la inmediata
destitución de su cargo: “En un período de
revolución, el poder político tiene derecho a decidir en el último recurso si las decisiones judiciales se corresponden o no
con las altas metas y necesidades históricas de transformación de la sociedad, las que deben tomar absoluta precedencia sobre
cualquier otra consideración; en consecuencia, el
Ejecutivo tiene el derecho a decidir si lleva a cabo o no los fallos de la Justicia".
Cabe destacar que, al día siguiente del Acuerdo de la Cámara, el 23 de
agosto, la Corte Suprema adoptó otra resolución denunciando
nuevamente los intentos del gobierno de quebrar la independencia del Poder
Judicial.
A mediados de 1973,
el ejercicio antidemocrático del poder por parte del Presidente Allende y sus
ministros había conducido, entonces, no sólo a un abierto conflicto
constitucional entre el Presidente de la República y el Poder Legislativo, sino también a un gravísimo choque entre este
Presidente y el Poder
Judicial.
A estas alturas, es conveniente precisar que, aunque la creciente crisis
económica –inflación anualizada
sobre 300%, racionamientos, crisis de balanza de pagos, desempleo en aumento,
desconfianza—producía miseria y angustias generalizadas y creaba una caja de
resonancia a estos conflictos institucionales, ese no era el argumento válido
para remover al gobierno.
Como el país había llegado a ser "un campo armado", lo cual
preocupaba sobremanera a las Fuerzas Armadas, había que ser ciego para
desconocer que, durante el invierno de 1973, Chile había caído en un estado de
guerra civil (Dos libros importantes y complementarios que comprueban esta
realidad son aquellos de Paul Sigmund, The Overthrow of Allende, y de James
Wheelan, Desde las Cenizas).
Oscar Waiss, quien
fue director del diario oficial del gobierno
e íntimo amigo de Allende, al plantear
algunos escenarios posibles refleja el grado de extremismo que primaba en
algunos dirigentes de la Unidad Popular: "Había
llegado el momento de echar el fetichismo legalista por la borda; el momento de llamar a retiro a los militares
conspiradores; de destituir al
Contralor General de la República; de intervenir la Corte Suprema de Justicia y el Poder Judicial; de incautarse de El Mercurio y toda la jauría
periodística contrarrevolucionaria. Resultaba mejor dar el primer golpe, pues el que pega primero pega dos
veces" (Revista "Política Internacional" Nº 600, Belgrado, abril de
1975).
Pese a su clara responsabilidad en la introducción de la violencia
política en Chile, parece altamente improbable que el Presidente Allende
hubiese estado dispuesto a actuar con la inmoralidad extrema de los dirigentes
bolcheviques que realizaron la sangrienta Revolución de Octubre en Rusia.
Pero, gracias a Dios, nunca podrá contestarse la pregunta: ¿Quién,
dentro de la Unidad Popular, habría sido el Lenin chileno?
Frei inclina la balanza
Salvador Allende llegó a la presidencia tras el fracaso de los gobiernos
de Jorge Alessandri (1958-1964) y de Eduardo Frei Montalva (1964-1970).
Ambos gobiernos fueron incapaces de cambiar la fallida estrategia de
desarrollo, la cual generaba un crecimiento económico tan mediocre que hacía
imposible derrotar la miseria y crear un horizonte de prosperidad para todos
los chilenos, y ambos abrieron el camino para la violación del derecho de
propiedad, fundamento esencial de una sociedad libre. Esta relación
indisoluble, conceptual e histórica, entre propiedad y libertad la acaba de
demostrar Richard Pipes en su libro Property and Freedom (1999).
Oscar Godoy, Director del Instituto de Ciencia Política de la
Universidad Católica, sostiene que "la responsabilidad de los partidos de
derecha en el ascenso de la Unidad Popular al gobierno fue que no supieron
defender oportunamente y con vigor las instituciones del Estado liberal. Por
ejemplo, la defensa que se hizo del derecho de propiedad fue mínima, porque se
fue cediendo sistemáticamente. Cuando la derecha tiene la posibilidad de
recuperarse, con Jorge Alessandri, se manifiesta impotente frente a la novedad
de la Democracia Cristiana y del socialismo y extrema su debilidad. Es lamentable la escasez de hombres públicos en la
derecha dispuestos a defender sus planteamientos con el mismo vigor con que los
socialistas defendían los suyos. La campaña de Jorge Alessandri hace
concesiones múltiples para ocultar la verdadera naturaleza del proyecto
liberal. En ese tiempo existía temor a expresar las palabras mercado,
competencia, individualismo, etc. Entonces hace una claudicación que la hace
muy débil" (La Epoca, 4 de septiembre de 1995).
El debilitamiento del derecho de propiedad en Chile comenzó, en efecto,
con la reforma constitucional propiciada por el gobierno del Presidente
Alessandri con el fin de iniciar la Reforma Agraria. Fueron proféticas, aunque desestimadas, las
advertencias del ex presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura, Recaredo
Ossa: "La ruptura de estas garantías constitucionales respecto de la
agricultura es sólo el comienzo
de la quiebra de nuestro sistema democrático.
Lo que hoy se hace contra esta rama de la producción no tiene por qué no
hacerse mañana contra la propiedad urbana, la minería grande, mediana o
pequeña, el comercio y todos los bienes particulares. Decimos más: la Reforma Constitucional es la experiencia piloto
en materia de abolición del derecho de propiedad. Introducida esta cuña, que algunos miran tan
desaprensivamente, el hueco se
convertirá en inmensa grieta por donde desaparecerá
la propiedad entera" (Esta intervención radial fue reproducida por El
Mercurio el 6 de enero de 1962).
El gobierno Frei
profundizó este camino, incurriendo además en dos otros graves errores de
políticas públicas. Primero, fue débil ante el
surgimiento de la violencia política, y fue especialmente grave que no reaccionara con vigor en defensa de
la democracia y el estado de derecho cuando el Partido Socialista se declaró
partidario de la vía armada en su Congreso de Chillán en 1967. Segundo, la Reforma Agraria del gobierno Frei
multiplicó varias veces la violación del derecho de propiedad al expropiarse
miles de propiedades agrícolas sin una justa compensación. Además, su gobierno
permitió la proliferación de las "tomas" de propiedades ajenas por
grupos de agitadores. Al gobierno de Frei le "tomaron" todo: universidades, municipalidades,
centenares de predios agrícolas, sitios eriazos, carreteras, industrias, un
cuartel militar, y hasta la Catedral de Santiago. En ese ambiente no fue de
extrañar que los partidos de izquierda sintieran factible "tomarse"
el poder total.
Fracasados los gobiernos de "derecha" y "centro" de
Alessandri y Frei, y no existiendo, como hemos visto, una "izquierda"
democrática, la conclusión era predecible. En agosto de 1965, el mismo Frei
había dicho "Si mi gobierno falla, tendremos un gobierno de la extrema
izquierda" (Leonard Gross, The Last, Best Hope, 1967).
Lo que resultó tan impredecible como extraordinario, fue que una figura
política tan temerosa de aparecer como "anticomunista", como Eduardo
Frei Montalva, decidiera ante la encrucijada en que lo colocó la Historia,
jugarse entero para salvar a Chile de caer en una dictadura marxista.
Frei vivía bajo el
peso de la durísima acusación que se le hizo a fines de los sesenta de que, si le entregaba el gobierno a Allende, pasaría a la Historia como el "Kerensky chileno". Sin
embargo, decide permanecer en Chile durante este período, en circunstancias de
que su ex ministro del Interior y
heredero político, Edmundo Pérez Zujovic, es asesinado en 1971 por terroristas
de izquierda, lo que hacía evidente que también su propia vida corría alto
peligro. Ello contrasta con la actitud de Alexander Kerensky, quien escapa de San
Petersburgo y muere en Nueva York (precisamente en 1970, año en que Frei
entrega el poder a Allende) escribiendo libros sobre cómo fue incapaz de evitar
que una banda de audaces bolcheviques se tomara Rusia por la fuerza.
Frei tiene que haber sabido que su postura sería criticada no sólo por
sus adversarios, sino que incluso por muchos de sus amigos, como efectivamente
lo hizo su ex Ministro del Interior, Bernardo Leighton, quien atribuiría esta
actitud a "un verdadero peso de conciencia por el triunfo de la Unidad
Popular, que vi caer sobre tu espíritu, abrumándolo, en los días posteriores a
la elección de Salvador Allende" (Carta a Frei, 26 de junio, 1975).
Frei retornó a la arena política contingente presentándose en las
elecciones parlamentarias de marzo de 1973 como candidato a senador por
Santiago, y una vez elegido aceptó la presidencia del Senado, transformándose,
por lo tanto, en el adversario principal de Allende.
Su muy cercano colaborador, el senador DC Patricio
Aylwin, había presentado, el 12 de mayo de 1973, una moción en la Asamblea
General de la DC, la cual fue aprobada, en la que se acusaba al gobierno de Allende de buscar establecer
en Chile una "tiranía
comunista".
Posteriormente, Aylwin revisa el proyecto de Acuerdo, redacta sus
conclusiones, y, sin duda tras obtener el asentimiento de Frei (presidente del
senado y líder indiscutido de la DC), le transmite a Orrego la aprobación
final. Más aún, es Aylwin quien le replica públicamente a Allende tras la
respuesta de este al Acuerdo.
Por cierto, los dirigentes del Partido Nacional, encabezados por un
valiente y combativo presidente, Sergio Onofre Jarpa, habían denunciado desde
muy temprano el creciente alejamiento de la legalidad del gobierno de la Unidad
Popular.
Sin embargo, es lógico afirmar que lo que inclinó la balanza, tanto en
la ciudadanía como en los mandos militares, fue la postura que Eduardo Frei
asumió, con inusitada fuerza, en esos meses cruciales de 1973. Como Presidente
del Senado, era el líder con mayor poder de convocatoria de la oposición y era
también el dirigente chileno que, de lejos, tenía el mayor prestigio
internacional. Desde ya, el Times de Londres lo había calificado como "la
personalidad política más importante de América Latina".
Existen testimonios de que en algún momento, Frei llegó al
convencimiento de que sólo las Fuerzas Armadas podían impedir que Chile se
transformara en una segunda Cuba.
En la significativa "Acta Rivera", se describe
una reunión el 6 de julio de 1973 entre Frei y la directiva de la Sociedad de
Fomento Fabril, la máxima entidad gremial que agrupaba a los industriales
chilenos. En ella estos dirigentes le plantean
que "el país estaba desintegrándose y que si no se adoptaban urgentes
medidas rectificatorias fatalmente se caería en una cruenta dictadura marxista,
a la cubana".
La respuesta de Eduardo Frei es reveladora: "Nada
puedo hacer yo, ni el Congreso ni ningún civil. Desgraciadamente, este problema
sólo se arregla con fusiles... les aconsejo plantear crudamente sus
aprensiones, las que comparto plenamente, a los comandantes en Jefe de las
Fuerzas Armadas, ojalá hoy mismo".
El testimonio más extenso de Frei en esta materia es su carta del 8 de
noviembre de 1973al Presidente de la Democracia Cristiana Internacional, el político italiano
Mariano Rumor. Allí Frei reitera las acusaciones que antes había hecho el
Acuerdo de la Cámara: "Trataron de
manera implacable de imponer un modelo de sociedad inspirado claramente en el Marxismo Leninismo. Para lograrlo aplicaron
torcidamente las leyes o las atropellaron abiertamente, desconociendo a los Tribunales de Justicia... En
esta tentativa de dominación llegaron a plantear la
sustitución del Congreso por una Asamblea Popular y la creación de Tribunales
Populares, algunos de los cuales llegaron a funcionar, como fue denunciado
públicamente. Pretendieron asimismo transformar todo el sistema educacional, basado en un proceso de concientización marxista. Estas tentativas fueron vigorosamente rechazadas
no sólo por los partidos políticos democráticos, sino por sindicatos y
organizaciones de base de toda índole, y en cuanto a la educación ella
significó la protesta de la Iglesia Católica y de todas las confesiones
protestantes que hicieron públicamente su oposición. Frente a estos hechos
naturalmente la Democracia Cristiana no podía permanecer en silencio. Era su
deber –y lo cumplió-- denunciar esta tentativa totalitaria que se presentó
siempre con una máscara democrática para ganar tiempo y encubrir sus verdaderos
objetivos".
Frei también comprendió
que un Chile comunista habría apuntado, como una larga espada, al corazón de
una vulnerable América Latina. Frei le dice a Rumor que "la
caída de Allende ha sido un retroceso para el comunismo mundial. La combinación
de Cuba con Chile, con sus 4.500 kms. de costa en el Océano Pacífico y su
influencia intelectual y política en América Latina, fue un paso decisivo en el
intento de control del hemisferio. Eso explica esa violenta y exagerada
reacción. Chile iba a ser una base de operaciones para todo el continente".
Esta perspectiva es confirmada por Brian Crozier, fundador del London's
Institute for the Study of Conflict: "Durante
sus tres años en el poder, Allende transformó
su país, de hecho, en un satélite cubano,
y por lo tanto una adición incipiente al Imperio Soviético... para entonces Chile podía ser francamente descrito como un estado
marxista en términos ideológicos y económicos...
desde una perspectiva estratégica, se le había transformado en una importante base para operaciones
subversivas soviéticas y cubanas, incluyendo el
terrorismo para toda América Latina... la KGB soviética estaba reclutando miembros
para cursos de entrenamiento en terrorismo... especialistas de Corea del Norte
estaban enseñando a miembros jóvenes del Partido Socialista de Allende".
(The Rise and Fall of the Soviet Empire, 1999).
En una conversación con un
periodista del diario español ABC, publicada el 10 de octubre de 1973, Frei ya
había hecho juicios durísimos contra la Unidad Popular y justificado plenamente
la intervención militar: "El país no
tiene más salida salvadora que el gobierno de los militares"; "El mundo no sabe que el marxismo chileno
disponía de un armamento superior en número y calidad al del Ejército"; "Los militares
fueron llamados, y cumplieron una obligación legal, porque el poder ejecutivo y
el judicial, el Congreso y la Corte Suprema habían denunciado públicamente que
la presidencia y su régimen quebrantaban la Constitución"; "La guerra civil estaba preparada por
los marxistas"; "Es alarmante que en Europa no se enteren de la realidad: Allende
dejó la nación destruida".
Posteriormente Frei realizó una declaración pública en que reconoce
haber hablado con el periodista Luis Calvo del ABC, pero en la que señala que
la entrevista no reflejó exactamente sus palabras, sin aclarar cuáles fueron
esas imprecisiones. Más tarde, en la carta citada a Leighton, Frei se refiere
específicamente a que no hizo la durísima descripción de Allende que allí se le
atribuye (y que por eso no se reproduce aquí), pero no desmiente el resto.
Leighton le acepta esa retracción sobre Allende, pero le dice que los demás
juicios son los mismos que le escuchó decir de manera consistente por años.
Un tercer texto clave de Frei es el prólogo que escribe en el libro --de
elocuente título-- del cientista político DC Genaro Arraigada, De la Vía
Chilena a la Vía Insurreccional (1974). Allí Frei sostiene planteamientos
similares a aquellos contenidos en la carta a Rumor y como epígrafe de su
prólogo, Frei elige esta advertencia de Píndaro: "Fácil es, incluso para
el más débil, destruir una ciudad hasta sus cimientos; pero es, en cambio, muy
dura empresa levantarla de nuevo".
No deja de ser asombroso que en ese mismo 1973 en que se extendía el
certificado de defunción de la democracia chilena y morían muchos de los nobles
sueños de los fundadores del PDC, también fallecía en Francia Jacques Maritain,
el filósofo-político francés que tanto admiraba Eduardo Frei y a quien había
visitado en su lecho de enfermo en su exitosa gira a Europa de 1965.
Las Fuerzas Armadas obedecen
En la madrugada del martes 11 de septiembre de 1973, 18 días después de
que los ministros militares recibieran formalmente el Acuerdo de la Cámara de
Diputados, las Fuerzas Armadas chilenas iniciaron en todo el territorio un
operativo militar para cumplir el mandato parlamentario.
Así lo entendió el historiador Richard Pipes, profesor de la Universidad
de Harvard, quien ha sostenido que, con el Acuerdo, "la Cámara le solicitó
a las Fuerzas Armadas que restauraran las leyes del país. Obedeciendo este
mandato, a los 18 días los militares chilenos, liderados por el general Augusto
Pinochet, removieron por la fuerza a Allende de su cargo" (Communism. A
Brief Story, 2001).
El 13 de septiembre de 1973, la influyente revista de opinión británica,
The Economist, publicó un editorial titulado "El fin de Allende", cuyo
contenido es tan revelador que merece ser analizado íntegramente.
La revista es clarísima en asignar la responsabilidad por la ruptura
ocurrida dos días antes: "La muerte transitoria
de la democracia en Chile será lamentable, pero la responsabilidad directa
pertenece claramente al Dr. Allende y a aquellos de sus seguidores que
constantemente atropellaron la Constitución".
El editorial incluso va más allá y le asigna a Allende la
responsabilidad por la violencia posterior: "La batalla parece apenas
haber comenzado. Con la mayoría de los canales de comunicación de Chile con el
mundo exterior aún restringidos, es difícil tener una idea más completa de la
violencia que aparentemente continúa. Pero
si una sangrienta guerra civil
comenzara, o si los generales que ahora controlan el poder deciden no llamar a nuevas elecciones, no habrá
duda alguna respecto de quien tiene la responsabilidad por la tragedia de
Chile. La responsabilidad es del Dr. Allende y de aquellos en los partidos
marxistas que aplicaron una estrategia para controlar el poder total, al punto
que la oposición perdió las esperanzas de controlarlos por medios
constitucionales".
La explicación que hace la revista británica de la situación en Chile
podría haberla firmado cualquiera de los diputados que aprobó el Acuerdo:
"Lo que ocurrió en Santiago no es un golpe típicamente latinoamericano.
Las fuerzas armadas toleraron al Dr. Allende por casi tres años. En ese período,
él se las ingenió para hundir al país en la peor crisis social y económica de
su historia moderna. La expropiación de
campos y empresas privadas provocó una alarmante caída en la producción, y las
pérdidas de las empresas estatales, según cifras oficiales, superaron los
$1.000 millones de dólares. La inflación alcanzó a 350% en los últimos 12
meses. Los pequeños empresarios quebraron; los funcionarios públicos y
trabajadores especializados sufrieron la casi desaparición de sus sueldos por
causa de la inflación; las dueñas de casa tenían que hacer interminables colas
para obtener alimentos esenciales, y si es que encontraban. La creciente
desesperación originó el enorme movimiento huelguístico que los camioneros
iniciaron hace seis semanas. Pero el gobierno de Allende fue más allá de la
destrucción de la economía. Violó la letra y el espíritu de la Constitución. La
forma en que sobrepasó duramente al Congreso y a los Tribunales de Justicia
debilitó la fe en las instituciones democráticas del país".
The Economist fue de los escasísimos medios extranjeros que mencionaron
entonces el crucial Acuerdo del 22 de agosto: "El mes pasado, una
resolución aprobada por la mayoría opositora en el Congreso señalaba que
"el gobierno no es responsable sólo por violaciones aisladas de la
Constitución y la ley; ha convertido tales violaciones en un método permanente
de conducta".
Para la revista británica el detonante para el golpe "fueron los
esfuerzos de los extremistas de izquierda para promover la subversión dentro de
las fuerzas armadas. El señor Carlos Altamirano, ex secretario general del
partido socialista, y el señor Oscar Garretón del Movimiento de Acción Popular
Unitaria, ambos líderes de la Unidad Popular de Allende, fueron señalados por
la Armada como los autores intelectuales del plan de amotinamiento de los
marinos en Valparaíso... El sentimiento de que el Parlamento era ya irrelevante
aumentó por la violencia en las calles y por la forma en que el gobierno toleró
el surgimiento de grupos armados de extrema izquierda que se estaban preparando
de manera abierta para la guerra civil".
The Economist justifica plenamente la intervención militar cuando
sostiene que "las fuerzas armadas intervinieron sólo cuando estuvo
claramente establecido que existía un mandato popular para la intervención
militar. Las Fuerzas Armadas tuvieron que intervenir porque fallaron todos los
medios constitucionales para frenar a un gobierno que se comportaba de modo
inconstitucional", y realiza una importante precisión: "El General Pinochet
y los oficiales que lo acompañan no son peones de nadie. Su golpe fue preparado
en casa, y los intentos por hacer creer que los norteamericanos estaban
implicados son absurdos, especialmente para quienes conocen la cautela
norteamericana en sus recientes tratativas con Chile".
The Economist adelanta, primero, que la tarea de reconstrucción será
difícil y que habrá excesos e injusticias: "Cualquiera sea el gobierno que
surja del golpe militar, no se pueden esperar tiempos fáciles. También aquellos
que sufrieron bajo el gobierno de Allende sentirán la tentación de ajustar
cuentas con el bando derrotado". Segundo, anticipa la colaboración militar
con economistas civiles al adelantar: "El gobierno militar-tecnocrático
que está aparentemente tomando forma intentará reconstruir el tejido social que
el gobierno de Allende destruyó". Y concluye con un lamento y una verdad:
"Esto significará la muerte transitoria de la democracia en Chile, lo cual
será deplorable, pero no debe ser olvidado quien lo hizo inevitable".
El desenlace natural
Alexander Solzhenytsin, el gran escritor e intelectual ruso que denunció
el horror de los campos de concentración en la Unión Soviética, afirmó que
"el comunismo sólo se detiene cuando encuentra una muralla".
A medida que el gobierno de la Unidad Popular fue restringiendo las
libertades económicas, sociales y políticas con el propósito de hacer su
revolución marxista, surgió, desde los más diversos ámbitos de la sociedad
chilena, una fuerte resistencia civil que se transformó pronto en una avalancha
de protestas, manifestaciones, huelgas y denuncias.
Al final fue esta presión de la civilidad la que empujó a los partidos
políticos de oposición a la aprobación del Acuerdo de la Cámara de Diputados, y
después a las Fuerzas Armadas a obedecer el llamado del Acuerdo y remover por
la fuerza al presidente que estaba violando "sistemáticamente” la
Constitución de la República.
La resistencia civil generalizada que concluyó con el Acuerdo de la
Cámara de Diputados fue "la muralla" con la que se encontró el
comunismo en Chile. Este Acuerdo, entonces, constituye la partida de defunción
del gobierno del Presidente Allende y el certificado de bautismo del gobierno
del Presidente Pinochet.
Como afirmó uno de
los hombres claves detrás del Acuerdo y entonces Presidente de la Democracia
Cristiana, Patricio Aylwin: "El gobierno de
Allende había agotado, en el mayor fracaso, la vía chilena hacia el socialismo
y se aprestaba a consumar un autogolpe para instaurar por la fuerza la
dictadura comunista. Chile estuvo al borde del 'Golpe de Praga', que habría
sido tremendamente sangriento, y las Fuerzas Armadas no hicieron sino
adelantarse a ese riesgo inminente" (El Mercurio, 17 de septiembre de
1973).
No fue una afirmación aislada del futuro Presidente de Chile. Un mes
después, Aylwin ratificó su pensamiento así: "La verdad es que la acción de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de
Carabineros no vino a ser sino una medida preventiva que se anticipó a un
autogolpe de Estado, que con la ayuda de las milicias armadas con enorme poder
militar de que disponía el Gobierno y con la colaboración de no menos de diez
mil extranjeros que había en este país, pretendían o habrían consumado una
dictadura comunista" (La Prensa, 19 de octubre de 1973).
Es imposible, a la luz de todos estos antecedentes, no concluir que la
intervención militar fue el resultado de una rebelión civil ante una tiranía.
Resumen y conclusiones
Los hechos demuestran entonces que:
a) El Presidente Salvador Allende fue el responsable de su propia caída,
pues cometió un suicidio político al declararse en rebelión contra la
Constitución de la República.
b) Estas acciones del gobierno de la Unidad Popular generaron una masiva
y valiente resistencia civil, la cual se expresó de múltiples maneras, y fue
ella la que concluyó impulsando a las dirigencias políticas a enfrentar
frontalmente al Presidente Allende y exigir su remoción.
c) El ex Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva, fue el líder
determinante en el Acuerdo de la Cámara de Diputados que acusó al Presidente
Allende de haber cometido veinte violaciones a la Constitución y que concluyó
con un llamado desesperado a la intervención de las Fuerzas Armadas.
d) Las Fuerzas Armadas, al remover al gobierno socialista-comunista de
la Unidad Popular, no realizaron un típico "golpe de estado"
latinoamericano, sino que obedecieron un mandato moral y político de la Cámara
de Diputados, un brazo del mismo Congreso que en 1970 había elegido Presidente
a Salvador Allende.
Pero algo sorprendente sucedió en esa fría noche del 22 de agosto de
1973 inmediatamente después de terminada la votación del Acuerdo. Algunos
diputados de la oposición comenzaron a cantar la Canción Nacional. Y ese gesto
comenzó a ser imitado por otros hasta que al final toda la Cámara estaba de pie
entonando el himno patrio.
En ese amor a Chile, compartido por todos, sobrevivía la esperanza.
POST SCRIPTUM. He escrito este ensayo como una contribución a la causa
de que nunca más se quiebre la democracia en Chile, para lo cual estimo
imprescindible conocer las razones que la destruyeron y concordar hacia el
futuro tres principios fundamentales para una convivencia cívica pacífica: a)
Bajo ninguna circunstancia, con ninguna justificación, y en ninguna forma, un
grupo debe propugnar, y mucho menos iniciar, la violencia como mecanismo de
cambio económico, social o político bajo un régimen democrático; b) Iniciada la
violencia por algún sector, ella debe ser atajada de inmediato por el gobierno
de ese momento, dentro de la ley pero aplicando toda la fuerza de la ley; y c)
El rechazo a los que propician y ejercen la violencia, y el apoyo al gobierno
que la combate con mano firme, debe contar con el respaldo unánime y decidido
de la sociedad política y de la sociedad civil.
(Seleccionado de la web http://www.elcato.org/como-allende-destruyo-la-democracia-en-chile)
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