"Como es bien sabido, el marxismo español siempre fue nulo teóricamente–si exceptuamos a Gustavo Bueno, cuyo marxismo ofrece rasgos muy especiales–. Tenía mucho de parodia de creencia religiosa, mezclada con resentimiento social y una aspiración absolutamente inmoderada de poder para, entre otras cosas, transformar al ser humano, construir un "hombre nuevo" a imagen y semejanza de aquellos marxistas. Aspiración cómica en su absoluta inmodestia, pues los diseñadores del hombre nuevo se distinguieron siempre por una mediocridad extrema, en rigor por una notable estupidez mal disimulada con una agresividad también extrema adobada con la "lengua de madera" de la doctrina más vulgarizada.
Lógicamente, esta forma de no pensar engarzó bastante bien con los aspectos más toscos del cristianismo a partir del Vaticano II, es decir, con la Teología de la liberación y mejunjes por el estilo: llegó a cuajar una alianza informal entre tales teólogos y revolucionarios, que benefició tanto a los comunistas como perjudicó a los cristianos. Este fue uno de sus mayores éxitos en España e Hispanoamérica, cuyos frutos resultan suficientemente ilustrativos.
La inepcia teórica de nuestros marxistas les impidió el análisis más elemental cuando cayó el muro de Berlín. Incapaces de entender la ineludible relación entre la teoría y la práctica de su doctrina, se recluyeron momentáneamente, confusos y pasmados, ocultaron sus viejas ideíllas sin sustituirlas por nada; y hoy, con la crisis económica, afirman triunfantes el fin del sistema liberal-capitalista y ven no muy lejano el momento en que ellos puedan dictar a la gente lo que ha de hacer, pensar y consumir para ser un hombre nuevo. Curiosamente, es lo mismo que decían y preveían cuando la depresión de los años 30. Su rasgo principal consiste en la incapacidad de cambiar. Ligada, ya digo, a su otra incapacidad, la teórica. (Seleccionado de la web española de El Economista del 10-02-09)
Lógicamente, esta forma de no pensar engarzó bastante bien con los aspectos más toscos del cristianismo a partir del Vaticano II, es decir, con la Teología de la liberación y mejunjes por el estilo: llegó a cuajar una alianza informal entre tales teólogos y revolucionarios, que benefició tanto a los comunistas como perjudicó a los cristianos. Este fue uno de sus mayores éxitos en España e Hispanoamérica, cuyos frutos resultan suficientemente ilustrativos.
La inepcia teórica de nuestros marxistas les impidió el análisis más elemental cuando cayó el muro de Berlín. Incapaces de entender la ineludible relación entre la teoría y la práctica de su doctrina, se recluyeron momentáneamente, confusos y pasmados, ocultaron sus viejas ideíllas sin sustituirlas por nada; y hoy, con la crisis económica, afirman triunfantes el fin del sistema liberal-capitalista y ven no muy lejano el momento en que ellos puedan dictar a la gente lo que ha de hacer, pensar y consumir para ser un hombre nuevo. Curiosamente, es lo mismo que decían y preveían cuando la depresión de los años 30. Su rasgo principal consiste en la incapacidad de cambiar. Ligada, ya digo, a su otra incapacidad, la teórica. (Seleccionado de la web española de El Economista del 10-02-09)
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