" Daniel Cohn Bendit, el célebre Dany el Rojo de Mayo del 68, es hoy la gran esperanza blanca de la izquierda europea. Tiene 64 años y más vidas políticas que un gato, pero el domingo fue capaz de obtener el mismo porcentaje de votos (16%) que el Partido Socialista francés. Lo superó, incluso, en la influyente región de París. Estamos ante un político profesional -aunque lo disimule- que a mediados de los ochenta repartía octavillas ecologistas en Davos entre los altos ejecutivos que acudían al World Economic Forum.
Hoy, sin embargo, representa la dulce cara del triunfo en medio de la desolación de la izquierda tradicional, que no sólo ha cosechado los peores resultados de su historia en unas elecciones europeas (el 21,9% de los votos), sino que, además, tiene por delante una auténtica travesía del desierto. Nadie da un euro por su recuperación a corto plazo, pese a que Europa está sumida en la mayor recesión desde 1945. El viejo modelo acción-reacción ya no parece funcionar. La crisis económica ya no genera revueltas sociales. Pero tampoco los caladeros tradicionales de voto de la izquierda dan ya fruto alguno. Están esquilmados.
Giulio Andreotti, una vez más, tenía razón. Lo que realmente desgasta no es el poder, sino estar en la oposición. Al menos en Europa y en el momento actual. Y lo cierto es que los socialdemócratas no han sabido capitalizar –ni mucho menos canalizar- el descontento de la ciudadanía con la situación económica. Lo curioso del asunto, sin embargo, es que el ecologista Cohn Bendit ha obtenido los mejores resultados aliándose con la vieja guardia de la izquierda europea. Ha ido de la mano del bigotudo José Bové, prócer de la lucha contra la globalización, y de la ex jueza Eva Joly, el azote contra la corrupción financiera en Francia, en particular en el caso de la petrolera Elf. Ellos son prácticamente los únicos que se han salvado de la quema.
El panorama es verdaderamente desolador para la izquierda europea. Los socialdemócratas alemanes apenas han logrado el 20,8% de los sufragios, mientras que en Italia el Partido Democrático -con todo a favor- sólo ha obtenido el 26% de los votos. En Portugal y Austria, más de lo mismo. Un 26% en el primer caso y un 23% en el segundo. Mientras que en el Reino Unido la debacle del Partido Laborista convierte a la izquierda en una caricatura de sí misma. Con el 15,3% de los votos, el Partido Laborista es la tercera fuera del país. Ni en los tiempos de Margaret Thatcher los laboristas habían mordido tanto polvo.
¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cómo es posible que la izquierda esté a la deriva en medio de tanta crisis económica? La respuesta que da el sociólogo José Félix Tezanos es contundente. “La izquierda tradicional no sólo ha sido incapaz de construir un proyecto global para Europa, sino que, además, no ha sabido aglutinar a todas las formaciones que compiten por el mismo espacio político”. Léase ‘verdes’, ex comunistas, pacifistas o desencantados con la política tradicional.
El sociólogo Pere J. Beneyto, de la Universidad de Valencia, incide en la misma idea. “La izquierda, asegura, ha sido incapaz de consolidar una estrategia mínimamente articulada de salida a la crisis, y eso le ha pasado factura”. En una palabra, la izquierda no tiene “visibilidad”, sostiene.
Lo paradójico, sin embargo, es que el desencanto de sus bases tradicionales con los escasos avances en la Europa social no ha derivado en un aumento de la conflictividad. Crece, por el contrario, el desencanto con la cosa pública. No hay huelgas, y eso supone un escenario nuevo en la Historia de Europa en medio de una formidable crisis económica. “El desapego política va directamente a la abstención”, asegura este sociólogo que dirige un Observatorio sobre afiliación sindical. Y los datos que ofrecen no invitan, precisamente, al optimismo desde el punto de vista del tradicional granero de votos de la izquierda: los centros de trabajo.
La media de afiliación sindical en Europa se sitúa en un 25% de los trabajadores, pero con una gran dispersión. Mientras que en Dinamarca alcanza el 80%, en Francia (el país con menos afiliados) apenas llega al 8%. España, con un 19% de cotizantes, se sitúa por debajo de la media, pero sin progresos desde hace 30 años.
A menudo se culpa de la pérdida de afiliación sindical al proceso de tercerización de las economías europeas, pero lo cierto es que los mayores nichos de afiliación están, precisamente, en el sector servicios: transporte, comunicaciones o enseñanza. Y esos sectores no tienen el componente obrerista que en muchas ocasiones esgrimen los partidos socialdemócratas para atraer a su electorado. Al contrario de lo que sucede en España, el ‘voto del miedo’ –que viene la derecha- no funciona, y eso explica la debacle de los partidos socialdemócratas, debilitados en el juego político por el imparable envejecimiento de la población. Algo que favorece -a priori- el voto más conservador. Y hoy casi el 20% de la población europea tiene más de 65 años.
Lo sorprendente, sostiene Tezanos, es que el modelo que ha fracasado –el de la desregulación del sistema económico- es, precisamente, el que se presenta como la tabla de salvación. El director de la revista Temas lo achaca a que la izquierda “hace mucha filosofía, pero es incapaz de articular propuestas concretas”, mientras que los partidos conservadores disponen de un discurso más homogéneo, más claro. La mayoría de los ciudadanos sabe, por lo tanto, qué quiere el centro derecha, pero desconoce el modelo económico de la izquierda, fagocitado -además- por los partidos conservadores mediante el impulso de políticas de corte keynesiano de gasto público que dan rienda suelta a los estabilizadores automáticos (desempleo) en aras de compensar la caída de la demanda. Pero sin poner en peligro la sostenibilidad de las finanzas públicas. La socialdemocracia ya no tiene ni siquiera su icono favorito en política económica, el célebre profesor de Cambrigde.
La consecuencia no puede ser otra. Los ciudadanos, que “son cada vez cada vez más complejos”, han dejado de creerse los “camelos” que lanzan algunas formaciones. “La vieja cultura de la izquierda no casa con las nuevas demandas sociales”, asegura Tezanos. El desarme ideológico y las políticas populistas han hecho el resto.
La falta de liderazgo dentro de la izquierda europea ha influido también en su derrota electoral. Mientras que el centro derecha cuenta con dirigentes de la talla de Angela Merkel o Nicolás Sarkozy, la socialdemocracia carece de referentes a nivel comunitario. Y no sólo eso. Ha sido incapaz de dotarse de procedimientos más democráticos de elección de sus líderes, como son las elecciones primarias, arrinconadas en la mayoría de los países, entre ellos España.
Dicho en otros términos. La izquierda en lugar de buscar sociedades permeables con procedimientos de democracia participativa, ha optado por la consolidación de sistemas políticos cerrados en los que los partidos conservadores se desenvuelven mucho mejor. “El fenómeno Obama, un líder que empieza desde abajo, es impensable en Europa”, sostiene Tezanos. Y no le falta razón.
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