(continuación) Finalmente, otro cable de un enviado especial, aparece en La Vanguardia de esa fecha, reseñando diversos episodios relacionados con la estadía de Evita en Francia, donde los comunistas e izquierdistas que estaban al frente de la central obrera, mostraban abiertamente su repulsa tanto al general Juan Domingo Perón, como a Evita y al peronismo todo. Téngase en cuenta que son los mismos grupos ideológicos que, en la actualidad, hacen de Evita su “bandera de lucha”. Al parecer cuando ella vivía, los comunistas y marxistas no habían advertido ni una sola de las cualidades que ahora ensalzan. Señala el periódico citado: “París, 24. (Crónica remitida a Londres por correo aéreo y retransmitida por radio, de nuestro enviado especial.) — El lunes pasado, mientras esperaba en el aeródromo de Orly a la esposa del presidente Perón, recordaba el curioso desarrollo de las campañas que se han hecho aquí en Francia contra la ilustre estadista argentina. Fueron sus iniciadores los comunistas y la violencia de las mismas no cesó hasta la negociación, de cierto Tratado o Acuerdo comercial que vino a demostrar cómo, países ideológicamente distintos, pueden establecer contactos en el terreno económico cuando los intereses de ambos coinciden en ellos. Entonces, la Prensa comunista francesa puso momentáneamente sordina a sus vituperaciones y procuro eludir el tema. Pero el impulso estaba dado y otros siguieron su inercia. Hay que tener presente para comprender esto que durante bastante tiempo «L'Humanité» pretendió expresar la ortodoxia pura de la resistencia. Se asistía con sorpresa a la repetición de campañas claramente marxistas en periódicos que no lo eran, como si grandes sectores de la opinión francesa hubiesen perdido durante la guerra su contenido político y fuesen concavidades sin voz, sólo aptas para el eco.
Esta carencia de iniciativa en los sectores no comunistas, que ha desaparecido en parte ya, concedía de hecho una especie de monopolio al que lo era. Aunque no sus entusiasmos, se acataban casi todos sus odios. Para liberarse de un juicio reaccionario o simplemente antimarxista, que entonces era bastante comprometedor, ciertos publicistas trataban de hacer méritos. Y quien sentía un vago sentimiento de pudor que le impedía tomar a sus propios compatriotas como blanco de su reciente rigor revolucionario, lo buscaba en el terreno internacional. Y con «L'Humanité » a la vista, disparaban unas veces contra el jefe del Estado argentino y otra» contra el Jefe del Estado español. Se echaba de ver que ni siquiera se habían tomado la molestia de enterarse. Eran simples maniobras políticas de tipo personal.
Todo esto me venía a la memoria, repito, en el aeródromo de Orly, donde dos centenares de personas aguardaban a la ilustre dama argentina. Si en vez de haber dado a su estancia en París un carácter puramente protocolario se hubiese hecho algo más popular, no habrían sido doscientas, sino dos mil las que hubiesen estado en el aeropuerto, parisiense para recibir a la esposa del presidente Perón, que goza aquí de innumerables simpatías. Ni es cierto que haya en Francia, como afirma parte de la Prensa de este país, un sentimiento espontáneo de antipatía hacia el presidente Perón ni hacia la política que encarna. Hay reacciones provocadas artificialmente en los medios colonizados por el marxismo, que no es lo mismo. Antes de ir a Orly, conversé un momento con el padre Benítez," organizador de esta triunfal embajada europea. El pensaba que los artículos indecorosos publicados estos días en la Prensa parisiense, habían sido inspirados por ricos argentinos antiperonistas, de la capital francesa, y que un hombre liberal que ocupaba la más alta magistratura del Estado por elección popular y cuya política social alarma a la plutocracia, no debería despertar recelo alguno entre los trabajadores. A lo que yo contesté:
—Padre: todo lo que usted dice es verdad. Pero aquí, en Europa, el marxista odia menos a un régimen antiobrero, de cuyo derrocamiento está seguro, que a otro que pueda superarle en el terreno de la justicia social, 1o cual considera su monopolio. Al quedarse únicamente con la exclusiva de la sequedad espiritual, piensan que han sido objeto de despojo.
Eran poco más de las cinco de la tarde, cuando el aparato de la Flota Comercial Aérea. Argentina dónde viajaba la señora de Perón, apuntaba en el cielo.
Nuestro embajador señor Aguirre de Carcer y el ministro de Asuntos Exteriores francés, señor Bidault, que habían conversado durante la espera, se adelantaron hacia el lugar del aterrizaje, donde les habían precedido el embajador de la Argentina y otros diplomáticos sudamericanos. El avión se posó, giró para presentar su flanco izquierdo, el de la portezuela a las personalidades congregadas en él aeródromo, y se detuvo. La señora de Perón, comenzó a descender la escalerilla arrimada al trimotor. Iba vestida de blanco, y sonreía. Una salva de aplausos la acogió. Los fotógrafos de Prensa sé precipitaron hacia ella después de desigual combate con la policía, que pretendía alejarlos. La retrataron, sola primero, luego con el señor Bidault que le había dado efusivamente la bienvenida. Cinco minutos después, una caravana compuesta por unos treinta o cuarenta coches, se dirigía rápidamente hacia la capital.
A la puerta del Ritz, en la plaza de Vendóme, un centenar de argentinos, que no habían podido ir al aeródromo, esperaban a la ilustre embajadora. Nuevamente sonaron aplausos. De cada tienda de los alrededores asomaban enracimadas las cabezas rubias de las vendedoras. Algunos transeúntes se detuvieron sorprendidos.
Dos obreros que pasaban en bicicleta preguntaron a un guardia:
— ¿Quién es?
—Madame Perón — contestó éste.
—Es muy gentil — dijo uno, de ellos, contemplándola mientras entraba al hotel. He repetido la frase para que se aprecie el matiz. Gentil. Es decir «gentil» revela en los labios de un hombre del pueblo. Un movimiento cordial, el que habría manifestado todo París, si el sectarismo no actuase como corrosivo en los impulsos espontáneos de la multitud. En esta ocasión el Gobierno y el pueblo de Francia habrían podido coincidir en una misma manifestación de gratitud y simpatía.
Pero aquel ha estado solo, y a éste, que sería feliz si recobrase su antigua capacidad de entusiasmo, no se le invita a aplaudir, sino a amenazar.
Ha sido en la misma plaza Vendóme, en el breve espacio, que media entre la calzada y la puerta del Ritz, donde doña María Eva Duarte de Perón ha logrado su primera victoria parisiense: Dos obreros se han detenido a contemplarla. Unas vendedoras, han mezclado sus aplausos a los de la Colonia argentina. Así, con pequeños hechos, al parecer insignificantes, es cómo se conquista en esta capital la auténtica popularidad. No hay cómo la presencia para destruir la leyenda. Y la presencia de la señora de Perón ha tenido la virtud, como explicaré mañana, de disipar muchas de las nieblas que artificialmente se creaban aquí para ocultar la espléndida realidad que es hoy la República Argentina. Luis G.de De Linares”. (Seleccionado de la web del diario español LaVanguardia)
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