Los pueblos que han sufrido los rigores, de un enfrentamiento bélico entre hermanos, generalmente enfrentan el futuro, tratando de que el pasado, sólo sirva para evitar que se repitan los eventos que dieron inicio al conflicto. Salvo algunos pueblos que neciamente, pueden gritar que ellos tienen el destino que se merecen ... Lo que pasó en España, me permite concluir que la senda que emprendemos, nos llevará inexorablemente a la balcanización de nuestra Patria. A continuación un relato que data de la década del 30 del pasado siglo, pero que para nosotros es actual, muy actual ...
"A José fueron a buscarlo muy de madrugada. Le taparon los ojos, le esposaron las manos y, junto a otros muchos de sus compañeros, lo subieron a un camión con destinó a un lugar del que ya habían tenido noticia y en el que sabían perfectamente lo que les deparaba el destino: la muerte. Al frente del destacamento que los trasladaba a él, capitán del Ejército de Tierra, y a otros militares y civiles no republicanos, se encontraba un hombre cuya voz había escuchado José muchas veces, aunque nunca llegó a ver su rostro. Volvió a oírla de nuevo: “¡Matemos a estas ratas lo antes posible, camaradas, y volvamos a por más!”. El camión atravesaba las calles de Madrid con las primeras luces del alba. Algunos vecinos se asomaban a las ventanas para verlo pasar, y las mujeres se santiguaban pues sabían cuál era el destino de sus ocupantes. Los milicianos que encontraba a su paso saludaban con el puño en alto al hombre que iba al frente en un jeep. Al llegar a Paracuellos, un pelotón de fusilamiento esperaba dispuesto a descargar sus ráfagas sobre los cuerpos de los condenados. Fue rápido. José solo tuvo tiempo de encomendar su alma a Dios y de gritar un sentido “¡viva España!” antes de caer al suelo abatido por los disparos. Su cuerpo fue tirado a una fosa común y allí yace todavía, sin que ninguno de sus familiares haya podido nunca recuperarlo para darle cristiana sepultura. José era mi tio-abuelo, y murió en Paracuellos asesinado por Santiago Carrillo.
Si yo fuera de izquierdas y José hubiese sido fusilado por las tropas de Franco, hoy sería un hombre con el corazón inundado de odio, rencor y resentimiento. En lugar de eso, he mostrado muchas veces, -y lo he dejado puesto por escrito en un libro- mi reconocimiento a Santiago Carrillo por su inestimable labor en la Transición y, sobre todo, por su decidida apuesta en aquellos años por la reconciliación nacional, así como mi más absoluto rechazo a la dictadura. Lo que pasó hace más de setenta años fue fruto de una guerra, y en las guerras es cuando el ser humano se deja llevar por sus instintos más animales y sus pasiones más bajas, cometiendo las mayores barbaridades que puedan imaginarse. Y eso ocurrió en ambos bandos. Aquella guerra enfrentó dos modos de totalitarismo, uno de izquierdas y otro de derechas. Ganó el segundo, es verdad, y me adelanto a los lectores que me dirán que yo no siento rencor porque formo parte del bando vencedor. Mentira, mentira vil y ruin. No creo ni en la venganza, ni en el resentimiento, sino en la libertad y en la convivencia, y la victoria de cualquiera de los dos bandos hubiese sido y era, para mí, una derrota. Por eso mi fe es en la democracia, y en la reconciliación. Mi victoria, como la de muchos españoles que creemos en la libertad, se produjo el 6 de diciembre de 1978, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos aprobaron la Constitución de la Concordia cerrando con ella una página negra de nuestra reciente historia y abriendo un porvenir de esperanza. Porvenir que ahora, en manos de tándem Rodríguez-Garzón, vuelve a tornarse negro y pesimista.
Yo no tengo nada contra el hecho de que haya quienes quieran abrir las fosas y enterrar a sus muertos. Me parece lógico que familiares de desaparecidos de uno y otro bando deseen dar sepultura a los restos mortales de los suyos. Pero si en 1978 abrimos una página de concordia, lo que cabría esperar de un Gobierno responsable es que esta exhumación de cadáveres no se convierta de nuevo en un motivo de enfrentamientos y de reapertura de heridas, y dado que los impuestos los pagamos todos, la Administración debería poner sus recursos al servicio de familiares de ambos bandos, no solo de uno. Ni por un millón de muertos vale la pena volver a enfrentarnos así. Pero este no es, ni mucho menos, un Gobierno responsable, y podemos escuchar declaraciones como la del ministro Bermejo –hijo y nieto de fascistas y falangistas, así le va- dándole ánimos al juez Garzón en una iniciativa para la que no es, ni siquiera, competente. ¿De qué va esto? Simplemente de desviar la atención sobre lo verdaderamente importante, la crisis económica y la nefasta gestión del Gobierno. Para ello, Rodríguez no duda en instaurar una cultura de muerte y de odio. Rescatamos cadáveres y asesinamos niños para que la gente se olvide del IPC y del coste del precio del dinero. Rodríguez es responsable de una de las mayores afrentas a la dignidad nacional que haya podido sufrir este país. Es un político nefasto, un verdadero embaucador sin moral y sin principios, dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder, acudiendo a la mentira y al engaño como recurso de conexión con la sociedad a la que gobierna.
Lo digo como lo siento y llevado, eso sí, por la profunda tristeza que supone ver como el hombre al que los españoles han elegido para dirigir el país los próximos cuatro años actúa desde el más absoluto sectarismo y, tal y como hizo en la primera legislatura, siembra la cizaña y provoca el enfrentamiento y la polarización de la sociedad. En eso, Rodríguez es igual que Bush. Nunca antes había vivido Estados Unidos un nivel de polarización política tan elevado como el de estos últimos años, gracias a la ineptitud de un político mediocre y falto de ideas, exactamente igual que Rodríguez. Y además es un político mentiroso e inmoral. Con esto de la memoria histórica y la exhumación de cadáveres de la guerra del bando republicano, quiere conseguir que los españoles se olviden de lo que pasó hace un par de semanas en nuestro país y, sobre todo, de la responsabilidad que tiene el propio Gobierno en el accidente del avión de Spanair. Independientemente de las razones del accidente, insisto en lo que ya dije: ha habido dejación de funciones, y puede haber alguna clase de responsabilidad más allá de lo esperado, porque es evidente que fallaron los sistemas de alerta y que debido a eso los servicios sanitarios llegaron al lugar del accidente tres cuartos de hora después de que éste se produjera. ¿Cuántas vidas hubieran podido salvarse de haber funcionado todo correctamente? ¿Cuándo va a dimitir Magdalena Álvarez por haber mentido al Parlamento?
Muertos de una guerra resucitados para enterrar a los muertos de un accidente en la memoria colectiva. Nueva provocación a los sectores más conservadores de la sociedad promoviendo la muerte indiscriminada de bebés nonatos para ocultar la realidad de las colas en las oficinas del Inem. Sé que es duro decirlo así, pero Rodríguez asienta su poder sobre una cultura de muerte y resentimiento, tan lejana a esa otra de esperanza y conciliación que hizo posible una de las páginas más bellas de nuestra reciente historia. Al contrario que Rodríguez, que ha convertido a su abuelo –un militar fascista y represor de trabajadores, sin escrúpulos ni moral alguna- en el guía espiritual de su proyecto vital, nunca he sentido la necesidad de reivindicar memoria histórica particular o colectiva alguna, porque como la mayoría de los españoles creo que el futuro son páginas que debemos escribir juntos, los que estamos ahora aquí, y los que nacerán en años venideros con permiso de Bibiana Aído –triste papel el tuyo, querida ministra, triste y cruel papel el tuyo-, sin resentimientos, sin rencores, y con una enorme fe en nuestro país, en la libertad y en la capacidad de todos para superar las peores y la mayores dificultades. (Seleccionado de la web del diario español El Confidencial del 08-09-089
Si yo fuera de izquierdas y José hubiese sido fusilado por las tropas de Franco, hoy sería un hombre con el corazón inundado de odio, rencor y resentimiento. En lugar de eso, he mostrado muchas veces, -y lo he dejado puesto por escrito en un libro- mi reconocimiento a Santiago Carrillo por su inestimable labor en la Transición y, sobre todo, por su decidida apuesta en aquellos años por la reconciliación nacional, así como mi más absoluto rechazo a la dictadura. Lo que pasó hace más de setenta años fue fruto de una guerra, y en las guerras es cuando el ser humano se deja llevar por sus instintos más animales y sus pasiones más bajas, cometiendo las mayores barbaridades que puedan imaginarse. Y eso ocurrió en ambos bandos. Aquella guerra enfrentó dos modos de totalitarismo, uno de izquierdas y otro de derechas. Ganó el segundo, es verdad, y me adelanto a los lectores que me dirán que yo no siento rencor porque formo parte del bando vencedor. Mentira, mentira vil y ruin. No creo ni en la venganza, ni en el resentimiento, sino en la libertad y en la convivencia, y la victoria de cualquiera de los dos bandos hubiese sido y era, para mí, una derrota. Por eso mi fe es en la democracia, y en la reconciliación. Mi victoria, como la de muchos españoles que creemos en la libertad, se produjo el 6 de diciembre de 1978, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos aprobaron la Constitución de la Concordia cerrando con ella una página negra de nuestra reciente historia y abriendo un porvenir de esperanza. Porvenir que ahora, en manos de tándem Rodríguez-Garzón, vuelve a tornarse negro y pesimista.
Yo no tengo nada contra el hecho de que haya quienes quieran abrir las fosas y enterrar a sus muertos. Me parece lógico que familiares de desaparecidos de uno y otro bando deseen dar sepultura a los restos mortales de los suyos. Pero si en 1978 abrimos una página de concordia, lo que cabría esperar de un Gobierno responsable es que esta exhumación de cadáveres no se convierta de nuevo en un motivo de enfrentamientos y de reapertura de heridas, y dado que los impuestos los pagamos todos, la Administración debería poner sus recursos al servicio de familiares de ambos bandos, no solo de uno. Ni por un millón de muertos vale la pena volver a enfrentarnos así. Pero este no es, ni mucho menos, un Gobierno responsable, y podemos escuchar declaraciones como la del ministro Bermejo –hijo y nieto de fascistas y falangistas, así le va- dándole ánimos al juez Garzón en una iniciativa para la que no es, ni siquiera, competente. ¿De qué va esto? Simplemente de desviar la atención sobre lo verdaderamente importante, la crisis económica y la nefasta gestión del Gobierno. Para ello, Rodríguez no duda en instaurar una cultura de muerte y de odio. Rescatamos cadáveres y asesinamos niños para que la gente se olvide del IPC y del coste del precio del dinero. Rodríguez es responsable de una de las mayores afrentas a la dignidad nacional que haya podido sufrir este país. Es un político nefasto, un verdadero embaucador sin moral y sin principios, dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder, acudiendo a la mentira y al engaño como recurso de conexión con la sociedad a la que gobierna.
Lo digo como lo siento y llevado, eso sí, por la profunda tristeza que supone ver como el hombre al que los españoles han elegido para dirigir el país los próximos cuatro años actúa desde el más absoluto sectarismo y, tal y como hizo en la primera legislatura, siembra la cizaña y provoca el enfrentamiento y la polarización de la sociedad. En eso, Rodríguez es igual que Bush. Nunca antes había vivido Estados Unidos un nivel de polarización política tan elevado como el de estos últimos años, gracias a la ineptitud de un político mediocre y falto de ideas, exactamente igual que Rodríguez. Y además es un político mentiroso e inmoral. Con esto de la memoria histórica y la exhumación de cadáveres de la guerra del bando republicano, quiere conseguir que los españoles se olviden de lo que pasó hace un par de semanas en nuestro país y, sobre todo, de la responsabilidad que tiene el propio Gobierno en el accidente del avión de Spanair. Independientemente de las razones del accidente, insisto en lo que ya dije: ha habido dejación de funciones, y puede haber alguna clase de responsabilidad más allá de lo esperado, porque es evidente que fallaron los sistemas de alerta y que debido a eso los servicios sanitarios llegaron al lugar del accidente tres cuartos de hora después de que éste se produjera. ¿Cuántas vidas hubieran podido salvarse de haber funcionado todo correctamente? ¿Cuándo va a dimitir Magdalena Álvarez por haber mentido al Parlamento?
Muertos de una guerra resucitados para enterrar a los muertos de un accidente en la memoria colectiva. Nueva provocación a los sectores más conservadores de la sociedad promoviendo la muerte indiscriminada de bebés nonatos para ocultar la realidad de las colas en las oficinas del Inem. Sé que es duro decirlo así, pero Rodríguez asienta su poder sobre una cultura de muerte y resentimiento, tan lejana a esa otra de esperanza y conciliación que hizo posible una de las páginas más bellas de nuestra reciente historia. Al contrario que Rodríguez, que ha convertido a su abuelo –un militar fascista y represor de trabajadores, sin escrúpulos ni moral alguna- en el guía espiritual de su proyecto vital, nunca he sentido la necesidad de reivindicar memoria histórica particular o colectiva alguna, porque como la mayoría de los españoles creo que el futuro son páginas que debemos escribir juntos, los que estamos ahora aquí, y los que nacerán en años venideros con permiso de Bibiana Aído –triste papel el tuyo, querida ministra, triste y cruel papel el tuyo-, sin resentimientos, sin rencores, y con una enorme fe en nuestro país, en la libertad y en la capacidad de todos para superar las peores y la mayores dificultades. (Seleccionado de la web del diario español El Confidencial del 08-09-089
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