Los soviéticos tienen rodeado Berlín y las tropas del general
Zhúkov se preparan para el asalto final al búnker donde se refugia Hitler. El mariscal Pétain, escondido
en Suiza, se entrega a los tribunales de la Francia liberada para ser juzgado
por colaboracionismo. A las 7.30 de ese lunes, 23 de abril de 1945, en la pista
secundaria del aeropuerto de El Prat de Llobregat, en Barcelona, toma tierra un
avión trimotor Savoia-Marchetti SM83 que había salido
tres horas antes con diez pasajeros desde el aeropuerto milanés de Linate, aún
en manos de los seguidores de Mussolini. El aparato lleva pintadas unas
improvisadas insignias croatas que tratan de esconder las esvásticas alemanas y
está cargado con 5.000 litros de combustible para asegurar que puede hacer el
viaje de regreso sin repostar. Al poco tiempo, se envía un telegrama a Milán
para confirmar su llegada. El vuelo clandestino levanta las lógicas sospechas. ¿Quién viene en
su interior? ¿Habrá decidido Mussolini refugiarse en España?
No era del todo extraño. Francisco Franco y el
«Duce» italiano, unidos por filosofía política a pesar de sus desavenencias
personales, habían mantenido numerosas conversaciones telefónicas durante la
Guerra Civil española y se habían carteado a lo largo de la segunda Guerra Mundial. Junto con Hitler, era uno de los escasos líderes
a los que el Generalísimo había visitado fuera de territorio español para
conocerlo personalmente —el 12 de febrero de 1941, en la ciudad de Bordighera—.
Quizá por eso, saltaron todas las alarmas de los servicios de inteligencia
extranjeros. Sin embargo, hasta ahora no se ha podido conocer con certeza qué
ocurrió exactamente y resolver el misterio de ese viaje clandestino al final de
la contienda bélica.
Las revelaciones están contenidas en un informe
secreto de la OSS —el servicio de espionaje norteamericano de esa
época—
fechado el 14 de agosto de 1945 y desclasificado ahora por la CIA. Se refiere a un documento del 19 de mayo de 1945 enviado desde la
oficina de Roma bajo el título «Vuelo desde Italia a España de líderes
fascistas» y relata los pormenores del viaje según la información obtenida por
el MI6, el
servicio de inteligencia británico, de sus fuentes en la Embajada italiana en
Madrid.
La historia de la posible fuga de Mussolini a España se origina mucho
antes. Pero, al igual que el caso del vuelo clandestino, se inicia en Milán y
tiene un protagonista común: Enrico Mancini —uno de los
pasajeros que ocupan asiento en el avión que llega a El Prat el 23 de abril—,
quien es el encargado de ponerse en contacto con el cónsul español en esa
ciudad, Fernando Canthal y Girón, para articular una
posible fuga para el «Duce» y sus íntimos. Canthal tenía muy buenos contactos y
no se limitaba a pasar el tiempo en la sede del consulado, ya que cada semana
se trasladaba a Roma para ir a la Embajada española, que, entre otras cosas,
organizaba fugas a Suiza.
De hecho, el médico que certificó la muerte de Mussolini, Pierluigi Cova,
declaró años después que encontró en el bolsillo trasero del pantalón del
dictador antes de efectuarle la autopsia un salvoconducto extendido por el consulado español en Milán para él y su amante, Clara (Claretta) Petacci, bajo nombres supuestos. Según Cova, el salvoconducto tenía la fecha del
14 de septiembre de 1944, estaba escrito en español y extendido a nombre de
«Isabella y Alfonso», seguido de un apellido que no recordó. «Se ruega a las
autoridades españolas que acojan a los señores (Isabella y Alfonso…), prófugos
de la actual guerra y ciudadanos españoles, que quieren regresar a su patria»,
decía el texto, según el doctor italiano.
Como el Gobierno español ya había prohibido el 20 de abril el aterrizaje de cualquier
avión alemán en su territorio por las presiones de los Aliados, que
buscaban evitar la huida de criminales de guerra o fondos expoliados, el avión
Savoia-Marchetti SM83 había sido entregado a manos italianas y se urgió cambiar
su documentación y distintivos para que pareciera un aparato croata, aunque era
fácil descubrir aún las esvásticas alemanas. Entre otras cosas, se falsificó
el título de propiedad y se puso a nombre del conde Eugenio
Monti di Valsassina, un diplomático croata de origen italiano que
durante la guerra había combatido para la Luftwaffe y después había aceptado
colaborar con las SS de Himmler. Ferviente católico y con contactos dentro del
Vaticano, supuestamente fue él quien también se había encargado de contratar la
tripulación civil que lo llevó hasta Barcelona. Según sus propias
declaraciones, todos eran miembros militares de la Real Aeronáutica Italiana y habían aceptado
voluntariamente la misión diplomática secreta pensando que su objetivo era
proponer la paz con los Aliados. Además de los cuatro miembros de la
tripulación, el avión transportó a España a un grupo de diez personas de cuatro
nacionalidades distintas —italianos, alemanes, franceses y croatas—, así como
grandes y pesados baúles y maletas. De acuerdo con la información recogida por
el servicio de espionaje italiano, la lista de pasajeros era: señora Von Halem
(Viktoria Margerete) e hijo de cinco años (Víctor); señor Rossetti y señora;
señor Enrico Mancini y señora; conde Eugenio Monti di Valsassina y señora (la
alemana Irene); señor Guérard y señor Gilbaud.
Von Halem era la esposa del embajador alemán en Lisboa y,
nada más desembarcar, abandonó con su hijo la capital catalana con destino a
Portugal. Respecto a los dos franceses, se trataba de destacados
colaboracionistas del Gobierno de Vichy que con su huida a España lograron
escapar de la detención y la condena. Los servicios de espionaje aliados no
tuvieron problemas para identificar a Jacques Guérard, ya que era una persona
bastante conocida, aunque después no lograron que Franco lo entregara. Secretario
general del Gobierno de Pierre Laval, había participado directamente en la
persecución de judíos franceses y en el envío de miles de conciudadanos como
trabajadores forzosos a Alemania. El
caso de Gilbaud, en realidad George Guilbaud, es aún más curioso. Su nombre fue
añadido al pasaje en el último momento, quizá ante la persistente
negativa de Clara Petacci a acompañar a sus padres. A su llegada, se
identificó como alemán y afirmó que llevaba a cabo una «misión diplomática»,
que se negó a revelar. Laval lo nombró embajador en Túnez en 1942 y después, en
1944, ante el último Gobierno de Mussolini, y, al parecer, su «misión secreta»
era negociar con Franco las condiciones de la huida a España de Laval, algo que
ocurrió días después. Los pasajeros más relacionados con Mussolini eran,
claramente, los supuestos «Rossetti» y Mancini. Aunque los primeros llegaron
con pasaportes falsos, fueron reconocidos como los padres de la amante de Mussolini,
y desaparecieron sin dejar rastro. El pasajero más significativo
era, sin duda, Enrico Mancini, como lo probaba su pasaporte diplomático como
agregado comercial oficial de la RSI. Su supuesta esposa, Miriam Di San Servalo, era en realidad María, hija menor de los Petacci —es decir, hermana de Clara—, que no estaba casada con Mancini, pero sí era su
amante.
De acuerdo con la información recogida por los servicios de espionaje,
Mancini, que pretendía establecer en Madrid un negocio cinematográfico, era el
verdadero cerebro de la misión, que parecía encaminada a utilizar el mismo aeroplano para traer al «Duce» más tarde o incluso para transportar «importantes documentos secretos o fondos». Mancini era portador de tres cartas
personales de Mussolini destinadas al propio Franco, al exministro de Asuntos
Exteriores Ramón Serrano Suñer —que algunos dicen se encontraba personalmente
en El Prat para recibirle, algo muy poco probable— y a José Félix de Lequerica,
máximo representante de la diplomacia española desde agosto de 1944. Asimismo,
portaba dos misivas más. Una para Morreale, representante de la RSI en Madrid,
en la que le pedía que asistiera a la tripulación y entregara a su enviado la
cantidad de 30.000 pesetas, correspondientes a dos meses de sueldo; y otra para
la Embajada alemana en Madrid, a fin de solicitar asistencia para todos los
pasajeros.
Según el representante de Mussolini, la dirigida a Lequerica solicitaba al
ministro español que aprobara el nombramiento de su emisario como agregado
comercial y requería que resolviera directamente con él la deuda pendiente de
la Guerra Civil, lo que en pocas palabras quería decir que le aportara dinero
para sobrevivir. El periodista Martín de Pozuelo, que investigó el tema y
publicó una serie de reportajes en 2005, sugiere que la carta enviada a Serrano Suñer se refería a la fortuna que Mussolini habría ido
ocultando en España con su ayuda, pues los
servicios de espionaje norteamericanos mantenían que a lo largo de 1942 se había hecho llegar a nuestro país no menos de 42
títulos negociables, dinero y otros valores. Según este mismo
periodista, los Petacci y Mancini llegaron a España con 80 millones de liras en
joyas, seis millones de libras en abrigos de piel, cinco millones de francos
franceses y 300.000 francos suizos, cuyo destino, de existir, se desconoce. Lo
cierto es que la Embajada italiana y el Gobierno británico solicitaron la incautación
de los bienes que hubieran traído a Barcelona, ante «la
completa sospecha de que se tratara de objetos robados y propiedad del Estado».
Una vez abandonan el aeropuerto, el entonces Gobernador Civil de Barcelona, Antonio Correa Veglison, curtido en los campos de batalla
africanos y convencido falangista, se hizo cargo de los «suegros» de Mussolini, Mancini y
matrimonio Monti Di Valsassina, a los que no dudó en instalar en el lujoso
hotel Ritz como «refugiados políticos». Según el propio Correa, Monti
Di Valsassina cambió sin problema 400.000 francos suizos en pesetas, una
verdadera fortuna. El propio Correa Veglison, que a finales de los años 60 fue
procesado por el Tribunal Supremo por estafa a pesar de ser diputado en Cortes,
se quedó encargado de la parte más delicada de la misión secreta: la última
comunicación manuscrita de Mussolini a Franco. La misiva estaba incluida en un
sobre cerrado dirigida al «Caudillo, Generalísimo Franco» y fue remitida a El
Pardo el 30 de abril como «Personal y Reservado». En ella, el dictador italiano
no solicitó en su último respiro el refugio de Franco, aunque sí quiso poner a salvo a la familia
de su amante, quien, sin embargo, rehusó el exilio y decidió correr su mismo
destino: la muerte. (Seleccionado de un artículo de Rafael Moreno Izquierdo, en la web española del diario ABC del 11-06-2012)
Rafael Moreno Izquierdo / Madrid 11-6-12 diario
ABC
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