Sobre las cifras del terror en los dos bandos, los datos más fiables hoy son los de Ángel David Martín Rubio, que he citado varias veces: da un número algo superior de muertes en el bando nacional, pero la intensidad del terror fue mayor en el Frente Popular, ya que, por la evolución de la guerra, solo pudo aplicarse en una extensión menor de territorio y población.
"Ello aparte, hay que señalar tres diferencias fundamentales en el terror de un bando y otro: a) en cuanto a los odios; b) en cuanto al terror entre las propias izquierdas; c) en cuanto al sadismo empleado.
Por lo que respecta al primer punto, importantísimo, el odio fue cultivado por las izquierdas, con ese nombre y desde el principio de la república, dando lugar a una serie de brutales agresiones que terminaron por despertar en parte de la derecha un odio de respuesta. En todo momento llevó la izquierda la iniciativa en el cultivo de ese sentimiento y en las agresiones. La derecha se retrajo, en parte por influencia del catolicismo, que procuraba mitigar esas pasiones, mientras que las izquierdas, en especial socialistas, veían en ellas un arma revolucionaria.
El segundo punto lo he comentado muchas veces, por lo revelador: las peleas entre las izquierdas por el poder y el botín derivaron en dos pequeñas guerras civiles entre ellas y en cientos o miles de asesinatos, además de torturas, detenciones ilegales, etc.
En cuanto a la crueldad y el sadismo, también se manifestó en el Frente Popular con una intensidad sin paralelo en el bando nacional. Estoy leyendo Los catalanes en la guerra de España, de José María Fontana, reeditado por Ediciones Grafite hace cinco años, un libro muy, muy recomendable para recuperar la historia. Extraigo de él algunos párrafos indicativos:
“El simple hecho de ser religioso o sacerdote, o mero seminarista, equivalía a llevar implícita la sentencia de muerte, hallándose cualquiera facultado para ejecutarla, sin previa incoación de causa ni formalidad alguna (…) El clero sufrió la más sañuda persecución, llegándose incluso, con frecuencia, a los más espeluznantes martirios”
“Se dieron bastantes casos de personas quemadas vivas. En Tarragona pereció así el médico Vives. Un dirigente rojo llamado Recasens, con otros varios, lo sacó de casa en pijama y lo llevó a poca distancia de la ciudad; cerca de la carretera lo roció con gasolina y le prendió fuego, contemplando divertido la horrenda agonía de la víctima, que lanzaba gritos espeluznantes. Antes del año moría el asesino, cosido a balazos por sus ex amigos rojos. Josefa Nicolau Fabra era vendedora en el mercado de Tortosa, y fue detenida como represalia por haberse escapado su marido de la cárcel instalada en el colegio de San Luis. Cuando ya había sido detenido de nuevo su marido, Emilio Lucía Izquierdo, y después de azotado lo habían asesinado, la sacaron de prisión y, a unos dos kilómetros de Tortosa, en la carretera de Barcelona, fue quemada viva.
Ramón Segura Piñol, de Ulldemolins, fue asesinado atado a un pino después de un largo y horrible martirio. A Juan Valle, de Guiamets, lo mataron e Gavá después de sacarle los ojos, herirle en las extremidades y colgarle boca abajo. Páginas y más páginas podrían llenarse con la escueta relación de monstruosidades parecidas (…) Ojos reventados como horrendos mejillones. Carnes achicharradas. Gritos de horror y desesperación (…) Caras espeluznantes en la agonía…”
“En los años 1937 y 1938 (…) en la culta ciudad de Barcelona, bajo la “República” española y el Estatuto catalán, los hombres construyeron ergástulas de tortura refinada, infinitamente más completas y perfectas que las de los siglos bárbaros, para hacer sufrir, física y psíquicamente a otros hombres por el solo hecho de no pensar en la misma forma que sus verdugos”
“La cheka llamada de Vallmajor era el local social de la Sección sexta del SIM (…); a pesar de su relativa pequeñez, la población penal existente en ella fue de unos 350 a 550 reclusos. El otro “preventorio” del SIM estaba situado en la calle Zaragoza, y albergaba una población penal de unos 300. En ambos “centros penitenciarios” se empleaban bastantes métodos de tortura: la “nevera”, la “verbena” la “silla eléctrica”, o el “huevo”, a más de traumatismos directos en verdadera riqueza de modalidades, ora el puñetazo, cuyos resultados iban desde el manto cardenalicio con hemorragia hasta la rotura de huesos y extirpación de ojo, o bien el “vergajazo” o la delicada ingeniosidad de saltar sobre los pies desnudos del presos, o tostárselos a fuego lento.
La “verbena” consistía en un cajón de madera cuyas dimensiones obligaban a estar encogido, ni de pie ni sentado, dando frente a una mirilla con una potente lámpara encendida, mientras la tapa superior golpeaba sobre la cabeza con fuerte ruido. Se consiguió por este método un máximo de sufrimiento físico y psíquico.La “silla eléctrica” servía para convulsionar al que en ella se sentaba, con descargas De diferente y creciente intensidad (…)
Eran tan horribles y espantosos los sufrimientos, que se produjeron muchos intentos de suicidio. M. Robles se tiró al patio, y aquel sonriente y bondadoso viejo, Francisco Morera, regresó de un interrogatorio lleno de sangre que le manaba hasta por las orejas, y, después de unas horas de insensibilidad en el suelo, se ahorcó de un grifo a setenta centímetros del piso, con su cinturón. Son dos botones de muestra”.
Otra especialidad fueron los campos de concentración, llamados eufemísticamente “de trabajo”, mucho más brutales que cualesquiera del bando contrario: “Entre tales campos, el más célebre por su negra historia fue el número 3, situado en Omells de Nagaia (Lérida), que, en los últimos tiempos tuvo por jefe a un tipo (…) llamado Monroy, que tenía más muertos sobre su conciencia que pelos en la espesa barba. Allí, entre muchísimos otros, mataron a varios amigos; me acuerdo siempre del jovial médico Casimiro Torrens, apolítico, tan buena persona y llena de vida… a quien asesinaron porque se negó a certificar la defunción, por enfermedad, de un preso muerto tras un bárbaro y prolongado martirio. El campo núm. 1 estuvo en Hospitalet del Infante, y tuvo como jefe también a Monroy. Mucha fue, asimismo, la gente en él asesinada, en virtud de la opinión del Mandamás de que “quien no podía trabajar no servía a la República” y, por tanto, se le pegaba un tiro en la nuca. Solía curar a los enfermos de febrículas obligándoles a permanecer, en pleno invierno, veinte minutos dentro del mar, escogiendo para ello la hora del atardecer y buscando, incluso, los días ventosos, tan frecuentes en aquella costa. Deporte favorito en el tal “campo” era el de lanzar piedras sobre los desdichados presos (…) Sin duda por esto y por su ferviente espíritu republicano, le nombraron (a Monroy) jefe de los campos de concentración, durante cuyo mando se mató a los recluidos en ellos por los motivos más nimios...”
Hay que decir que sobre las chekas y los campos de concentración dieron también testimonio diversos izquierdistas que los sufrieron en las represalias mutuas entre las izquierdas. (...).(Seleccionado de la web española de Libertad Digital, “Sadismo Republicano”, del 03-01-11, de D.Pío Moa)
Nos señala, además que “Uno de los tópicos sobre nuestra guerra civil –después de caer por tierra el embuste de que la represión nacional fue muy superior a la roja– afirma que en los dos bandos hubo un terror parecido. Quizá en cifras absolutas sea así, pero no, desde luego, en la intensidad de los odios y de la crueldad, en la cual el Frente Popular superó, con mucho, a sus contrarios. Hice algunas referencias al hecho en Los mitos de la guerra civil, un rasgo casi siempre mezclado con robos y pillajes masivos.
Como, en términos puramente humanos, los dos bandos pertenecían al mismo país, resultan un poco chocantes estas diferencias. La clave no está, desde luego, en las personas mismas, sino en las concepciones y sistemas políticos implicados. He expuesto en varias ocasiones y libros la frecuente invocación al odio como arma revolucionaria por parte del PSOE y de otros partidos de izquierda. A menudo la derecha ha calificado de "fratricida" a la guerra civil, pero este era un concepto muy alejado de la izquierda: incluso una persona relativamente moderada como Federica Montseny negaba cualquier posible sentimiento fraternal, afirmando que entre su bando y el contrario había más diferencias que entre los habitantes de la Tierra y los eventuales marcianos. Según las doctrinas izquierdistas, las derechas no representaban otra cosa que la opresión, el atraso, la explotación de los trabajadores y el oscurantismo religioso. No había, por tanto, ninguna razón para tenerles consideraciones. Admitiendo ese punto de vista, su odio resultaba mucho más radical de lo que podía ser el de la derecha, pues esta, debía admitirse, se veía obligada a limitar su terror y a respetar a la masa de las izquierdas, ya que vivía de explotarlas (aunque la mitad del pueblo, al menos, votase a los explotadores). En cambio las izquierdas nada tenían que perder, más bien al contrario, exterminando a sus enemigos. Y con tanta mayor saña y despreocupación moral podían hacerlo cuanto que, desdeñosos de ideas religiosas, sabían que no había otra vida en la que debieran penar por ningún crimen. Si alguna contención hubo, derivó del mal efecto de su terror en otros países a cuya ayuda aspiraban, y del miedo creciente a perder la guerra y sufrir las consecuencias.
La propaganda "republicana", es decir, del Frente Popular y de inspiración básicamente comunista, ha achacado las atrocidades a los anarquistas, cuando en verdad todos las cometieron; o, alternativamente, a "venganzas" lamentables pero comprensibles por parte de gente inculta y secularmente oprimida. En realidad fueron los dirigentes de los partidos, gente relativamente culta e imbuida de doctrinas utópicas, quienes con sus propagandas incitaron a la gente año tras año, y organizaron de forma sistemática el terror mediante las chekas, el SIM y otros medios. Una variante de esa falsedad, en Cataluña, consistió en la atribución de los crímenes a "los murcianos y andaluces" inmigrados. Pero, observa José María Fontana (Los catalanes en la guerra de España), la intensidad del terror en Cataluña fue superior al de otras regiones, y en él participaron todos los partidos y toda clase de apellidos regionales. (Seleccionado de la web de Libertad Digital, del 07-01-11)
"Ello aparte, hay que señalar tres diferencias fundamentales en el terror de un bando y otro: a) en cuanto a los odios; b) en cuanto al terror entre las propias izquierdas; c) en cuanto al sadismo empleado.
Por lo que respecta al primer punto, importantísimo, el odio fue cultivado por las izquierdas, con ese nombre y desde el principio de la república, dando lugar a una serie de brutales agresiones que terminaron por despertar en parte de la derecha un odio de respuesta. En todo momento llevó la izquierda la iniciativa en el cultivo de ese sentimiento y en las agresiones. La derecha se retrajo, en parte por influencia del catolicismo, que procuraba mitigar esas pasiones, mientras que las izquierdas, en especial socialistas, veían en ellas un arma revolucionaria.
El segundo punto lo he comentado muchas veces, por lo revelador: las peleas entre las izquierdas por el poder y el botín derivaron en dos pequeñas guerras civiles entre ellas y en cientos o miles de asesinatos, además de torturas, detenciones ilegales, etc.
En cuanto a la crueldad y el sadismo, también se manifestó en el Frente Popular con una intensidad sin paralelo en el bando nacional. Estoy leyendo Los catalanes en la guerra de España, de José María Fontana, reeditado por Ediciones Grafite hace cinco años, un libro muy, muy recomendable para recuperar la historia. Extraigo de él algunos párrafos indicativos:
“El simple hecho de ser religioso o sacerdote, o mero seminarista, equivalía a llevar implícita la sentencia de muerte, hallándose cualquiera facultado para ejecutarla, sin previa incoación de causa ni formalidad alguna (…) El clero sufrió la más sañuda persecución, llegándose incluso, con frecuencia, a los más espeluznantes martirios”
“Se dieron bastantes casos de personas quemadas vivas. En Tarragona pereció así el médico Vives. Un dirigente rojo llamado Recasens, con otros varios, lo sacó de casa en pijama y lo llevó a poca distancia de la ciudad; cerca de la carretera lo roció con gasolina y le prendió fuego, contemplando divertido la horrenda agonía de la víctima, que lanzaba gritos espeluznantes. Antes del año moría el asesino, cosido a balazos por sus ex amigos rojos. Josefa Nicolau Fabra era vendedora en el mercado de Tortosa, y fue detenida como represalia por haberse escapado su marido de la cárcel instalada en el colegio de San Luis. Cuando ya había sido detenido de nuevo su marido, Emilio Lucía Izquierdo, y después de azotado lo habían asesinado, la sacaron de prisión y, a unos dos kilómetros de Tortosa, en la carretera de Barcelona, fue quemada viva.
Ramón Segura Piñol, de Ulldemolins, fue asesinado atado a un pino después de un largo y horrible martirio. A Juan Valle, de Guiamets, lo mataron e Gavá después de sacarle los ojos, herirle en las extremidades y colgarle boca abajo. Páginas y más páginas podrían llenarse con la escueta relación de monstruosidades parecidas (…) Ojos reventados como horrendos mejillones. Carnes achicharradas. Gritos de horror y desesperación (…) Caras espeluznantes en la agonía…”
“En los años 1937 y 1938 (…) en la culta ciudad de Barcelona, bajo la “República” española y el Estatuto catalán, los hombres construyeron ergástulas de tortura refinada, infinitamente más completas y perfectas que las de los siglos bárbaros, para hacer sufrir, física y psíquicamente a otros hombres por el solo hecho de no pensar en la misma forma que sus verdugos”
“La cheka llamada de Vallmajor era el local social de la Sección sexta del SIM (…); a pesar de su relativa pequeñez, la población penal existente en ella fue de unos 350 a 550 reclusos. El otro “preventorio” del SIM estaba situado en la calle Zaragoza, y albergaba una población penal de unos 300. En ambos “centros penitenciarios” se empleaban bastantes métodos de tortura: la “nevera”, la “verbena” la “silla eléctrica”, o el “huevo”, a más de traumatismos directos en verdadera riqueza de modalidades, ora el puñetazo, cuyos resultados iban desde el manto cardenalicio con hemorragia hasta la rotura de huesos y extirpación de ojo, o bien el “vergajazo” o la delicada ingeniosidad de saltar sobre los pies desnudos del presos, o tostárselos a fuego lento.
La “verbena” consistía en un cajón de madera cuyas dimensiones obligaban a estar encogido, ni de pie ni sentado, dando frente a una mirilla con una potente lámpara encendida, mientras la tapa superior golpeaba sobre la cabeza con fuerte ruido. Se consiguió por este método un máximo de sufrimiento físico y psíquico.La “silla eléctrica” servía para convulsionar al que en ella se sentaba, con descargas De diferente y creciente intensidad (…)
Eran tan horribles y espantosos los sufrimientos, que se produjeron muchos intentos de suicidio. M. Robles se tiró al patio, y aquel sonriente y bondadoso viejo, Francisco Morera, regresó de un interrogatorio lleno de sangre que le manaba hasta por las orejas, y, después de unas horas de insensibilidad en el suelo, se ahorcó de un grifo a setenta centímetros del piso, con su cinturón. Son dos botones de muestra”.
Otra especialidad fueron los campos de concentración, llamados eufemísticamente “de trabajo”, mucho más brutales que cualesquiera del bando contrario: “Entre tales campos, el más célebre por su negra historia fue el número 3, situado en Omells de Nagaia (Lérida), que, en los últimos tiempos tuvo por jefe a un tipo (…) llamado Monroy, que tenía más muertos sobre su conciencia que pelos en la espesa barba. Allí, entre muchísimos otros, mataron a varios amigos; me acuerdo siempre del jovial médico Casimiro Torrens, apolítico, tan buena persona y llena de vida… a quien asesinaron porque se negó a certificar la defunción, por enfermedad, de un preso muerto tras un bárbaro y prolongado martirio. El campo núm. 1 estuvo en Hospitalet del Infante, y tuvo como jefe también a Monroy. Mucha fue, asimismo, la gente en él asesinada, en virtud de la opinión del Mandamás de que “quien no podía trabajar no servía a la República” y, por tanto, se le pegaba un tiro en la nuca. Solía curar a los enfermos de febrículas obligándoles a permanecer, en pleno invierno, veinte minutos dentro del mar, escogiendo para ello la hora del atardecer y buscando, incluso, los días ventosos, tan frecuentes en aquella costa. Deporte favorito en el tal “campo” era el de lanzar piedras sobre los desdichados presos (…) Sin duda por esto y por su ferviente espíritu republicano, le nombraron (a Monroy) jefe de los campos de concentración, durante cuyo mando se mató a los recluidos en ellos por los motivos más nimios...”
Hay que decir que sobre las chekas y los campos de concentración dieron también testimonio diversos izquierdistas que los sufrieron en las represalias mutuas entre las izquierdas. (...).(Seleccionado de la web española de Libertad Digital, “Sadismo Republicano”, del 03-01-11, de D.Pío Moa)
Nos señala, además que “Uno de los tópicos sobre nuestra guerra civil –después de caer por tierra el embuste de que la represión nacional fue muy superior a la roja– afirma que en los dos bandos hubo un terror parecido. Quizá en cifras absolutas sea así, pero no, desde luego, en la intensidad de los odios y de la crueldad, en la cual el Frente Popular superó, con mucho, a sus contrarios. Hice algunas referencias al hecho en Los mitos de la guerra civil, un rasgo casi siempre mezclado con robos y pillajes masivos.
Como, en términos puramente humanos, los dos bandos pertenecían al mismo país, resultan un poco chocantes estas diferencias. La clave no está, desde luego, en las personas mismas, sino en las concepciones y sistemas políticos implicados. He expuesto en varias ocasiones y libros la frecuente invocación al odio como arma revolucionaria por parte del PSOE y de otros partidos de izquierda. A menudo la derecha ha calificado de "fratricida" a la guerra civil, pero este era un concepto muy alejado de la izquierda: incluso una persona relativamente moderada como Federica Montseny negaba cualquier posible sentimiento fraternal, afirmando que entre su bando y el contrario había más diferencias que entre los habitantes de la Tierra y los eventuales marcianos. Según las doctrinas izquierdistas, las derechas no representaban otra cosa que la opresión, el atraso, la explotación de los trabajadores y el oscurantismo religioso. No había, por tanto, ninguna razón para tenerles consideraciones. Admitiendo ese punto de vista, su odio resultaba mucho más radical de lo que podía ser el de la derecha, pues esta, debía admitirse, se veía obligada a limitar su terror y a respetar a la masa de las izquierdas, ya que vivía de explotarlas (aunque la mitad del pueblo, al menos, votase a los explotadores). En cambio las izquierdas nada tenían que perder, más bien al contrario, exterminando a sus enemigos. Y con tanta mayor saña y despreocupación moral podían hacerlo cuanto que, desdeñosos de ideas religiosas, sabían que no había otra vida en la que debieran penar por ningún crimen. Si alguna contención hubo, derivó del mal efecto de su terror en otros países a cuya ayuda aspiraban, y del miedo creciente a perder la guerra y sufrir las consecuencias.
La propaganda "republicana", es decir, del Frente Popular y de inspiración básicamente comunista, ha achacado las atrocidades a los anarquistas, cuando en verdad todos las cometieron; o, alternativamente, a "venganzas" lamentables pero comprensibles por parte de gente inculta y secularmente oprimida. En realidad fueron los dirigentes de los partidos, gente relativamente culta e imbuida de doctrinas utópicas, quienes con sus propagandas incitaron a la gente año tras año, y organizaron de forma sistemática el terror mediante las chekas, el SIM y otros medios. Una variante de esa falsedad, en Cataluña, consistió en la atribución de los crímenes a "los murcianos y andaluces" inmigrados. Pero, observa José María Fontana (Los catalanes en la guerra de España), la intensidad del terror en Cataluña fue superior al de otras regiones, y en él participaron todos los partidos y toda clase de apellidos regionales. (Seleccionado de la web de Libertad Digital, del 07-01-11)
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