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lunes, 18 de mayo de 2009

El Creole La Nave Maldita


Corría el año 1926 cuando el millonario Alec Cochran quiso regalarse un barco. Pero no un barco cualquiera. Él quería el barco más bonito del mundo. Estaba enfermo de tuberculosis y, sabiéndose cerca de la muerte, quería – y podía- permitirse tal capricho. Y con este deseo de millonario moribundo empieza la historia del Creole, la nave maldita más bonita del mundo. Veamos qué encontramos sobre ello en la hemeroteca…

Alec Cochran contactó con Camper & Nicholson, un famoso astillero que fabrica barcos de lujo, para encargar su "nuevo juguete". Se lo hicieron, cumpliendo las expectativas, y cuando se lo entregaron, Alec Cochran quiso bautizarlo como manda la tradición: lanzándole una botella de champán. Se decidió por el nombre de 'Vira' y cedió el honor del bautizo a su amigo Fred Hughes. Pero Hughes era viejo y su fuerza ya flaqueaba. Hicieron falta tres intentos para que lograra romper la dichosa botella. Y eso, como bien sabe todo marinero, significa… ¡maldición! El Vira iniciaba su vida con mal pie.

Pasado el susto, Cochran quiso estrenar su nuevo juguete. Pero los altísimos mástiles le provocaban poco menos que vértigo y los hizo cortar. Fue entonces cuando se dio cuenta que con esta mutilación el barco le resultaba demasiado pesado y poco manejable, y finalmente decidió venderlo sin haber llegado tan siquiera a navegar en él.

Y aquí el pobre barco empieza el periplo que lo iba a llevar a la ruina. Primero, en 1928, lo compró un tal Maurice Pope, que lo rebautizó con el nombre de 'Creole', en honor a su postre preferido, el que le preparaba su cocinero de Nueva Orleans. Luego, en 1937, el Creole pasó a manos de Sir Connop Guthrie, quien pidió a los de Camper & Nicholson que restauraran la arboladura original.

De nuevo reformado, el barco tuvo que participar del devenir de la historia. Había empezado la Guerra Mundial y al Creole fue requisado y destinado a patrullar, como caza minas, las costas escocesas. En una de sus "acciones bélicas", la pobre nave perdió los mástiles y fue abandonada.

No es hasta 1947 que el Creole "vuelve a la vida". Y lo hace por todo lo alto. Stavros Niarchos, un rico armador griego, lo compra y lo restaura. Lo quiere, básicamente, para hacerse ver. Su principal objetivo es ganar en glamour a su cuñado, que es ni más ni menos que el magnate Onassis. Si uno salía a la mar con una embajadora americana, el otro se apresuraba a invitar a alguna otra personalidad que estuviera a la altura. Y así pasaban sus días de millonarios. Aunque que Niarchos consiguiera que los príncipes Juan Carlos y Sofía pasaran la luna de miel en su barco, cuando su famoso cuñado también les había ofrecido su barco, puede considerarse una pequeña victoria para el ego del dueño del Creole.

Pero lo glamoroso terminó de golpe en 1970, cuando la esposa de Niarchos falleció en el barco en extrañas circunstancias. El diagnóstico: sobredosis de barbitúricos. La versión oficial: un accidente. La versión de las malas lenguas: un suicidio… o un asesinato. Fuera lo que fuera, fue suficiente para que el armador decidiera venderse "la nave de la mala suerte" y empezar una nueva vida casándose de nuevo ni más ni menos que con su propia cuñada, la ex mujer de Onassis. (Onassis, como muchos sabrán, se había casado con Jacqueline Kennedy).

El Creole quedó de nuevo huérfano y abandonado. Y volvió a pasar de mano en mano. En 1977 lo compró el ejército danés, que lo convirtió en un barco-escuela para jóvenes problemáticos. Durante cinco años, el Creole acogió a drogadictos, landronzuelos, alcohólicos… hasta que, malogrado y bastante descuidado, fue de nuevo puesto a la venta.

Lo compró, en 1983, el empresario y diseñador de moda Maurizio Gucci. Lo ancló en Mallorca y lo restauró minuciosamente. El Creole volvió a ser "la nave más bonita del mundo".

Tardó 12 años, pero la maldición volvió. En 1995 Gucci muere asesinado a manos de unos matones contratados por su esposa.

El Creole está ahora en manos de las hijas del diseñador. Intentaron venderlo, con todas las pertenencias incluidas, pero nadie quiso comprarlo. ¿Por miedo a la maldición? A saber. (Seleccionado de la web del diario español La Vanguardia,del 18-05-09)

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