Miniatura medieval procedente de Barcelona y conservada en la British Library de Londres que refleja la celebración de un rito judío
Son protagonistas de la historia de España, con la que
siempre mantuvieron vínculos y a cuya nacionalidad podrían optar más de cinco
siglos después de ser expulsados por los Reyes Católicos.Un anteproyecto
de ley que prevé concederles la nacionalidad española a sus
integrantes ha colocado a la comunidad sefardita en el primer plano de la
actualidad. La medida, que todavía debe concretarse en el trámite
parlamentario, ha suscitado enorme expectación en Israel y en otros países
donde residen. Como explica María Royo, portavoz de la Federación de Comunidades Judías en
España, «para muchas personas se abre la esperanza de reparar una
injusticia histórica».
Los sefarditas forman hoy un
colectivo numeroso y disperso, cuya indiscutible relevancia en el pasado
español podrían recobrar con una iniciativa legal que promete devolverles la
patria arrebatada hace ya más de 500 años. Pero, ¿de quiénes estamos hablando?
Su peso en la España medieval es reconocido unánimemente por los historiadores.
Uno tan respetado como Américo Castro escribió: «La historia del resto de
Europa puede entenderse sin necesidad de situar a los judíos en un primer
término; la de España, no». Ha llovido ya mucho desde que en 1492, pocos meses
después de la toma de Granada, los Reyes Católicos publicaron un edicto que
daba a los judíos un plazo de cuatro meses para convertirse al cristianismo o
abandonar sus reinos.
No fueron Isabel y Fernando los
únicos reyes europeos que optaron por la expulsión
Pese a la leyenda negra y la fama
de intolerancia religiosa que la aplicación de la drástica medida hizo caer
sobre España, lo cierto es que no fueron Isabel y Fernando los únicos soberanos
europeos que optaron por deshacerse de los judíos. Tampoco el solar ibérico el
único que tenía antecedentes de episodios de violencia antisemita. En un mundo, el del
tránsito del Medievo a la Edad Moderna, en el que las monarquías tendían a
consolidarse sobre los poderes feudales, la homogeneización política y la
religiosa iban de la mano y ambas se convirtieron en prioritarias. Como otras
minorías, los judíos fueron víctimas de ello. Prueba elocuente es el hecho
significativo de que la Inquisición, concebida como poderoso guardián de la
ortodoxia, fue la única institución que compartieron las coronas de Castilla y Aragón,
que en todo lo demás mantuvieron sus peculiaridades a pesar del enlace real
entre sus respectivos monarcas.
Conversión dudosa
En España, no obstante, dada la
importancia hebrea en todos los órdenes, el edicto de expulsión tuvo
enorme impacto. Con el núcleo mejor situado en la ciudad de Sevilla, los judíos
formaban una comunidad próspera en lo económico e influyente en lo político. De
hecho, una de las principales vías de financiación de las campañas militares de
las tropas cristianas contra el reino musulmán de Granada fue el dinero de los
comerciantes y hombres de negocios judíos. Eso no los salvó.A la disyuntiva de la conversión
o el destierro se dieron diferentes respuestas. Según la estimación del hispanista
británico John Lynch, de un total de 80.000 judíos, entre 40.000 y 50.000
eligieron marcharse. El resto se bautizaron, pero es dudoso que su conversión
fuera sincera, por más que la Inquisición acosara con celo a lo que se denominó
como «judaizantes», los conversos que mantuvieron clandestinamente su culto y
costumbres judaicas. Fue el inicio de la fiebre por la pureza de sangre. A
partir de entonces, tener antepasados judíos, por remotos que fueran, cernía
sobre uno la sombra de la sospecha y se convirtió en un estigma que podía vetar
el acceso a cargos políticos o a un mejor estatus social. Los judíos que abandonaron el
país formaron una diáspora que se dispersó sobre todo por Francia, el norte de
África y el Imperio Otomano. Lynch no duda en asegurar que estos desterrados
conservaron paradójicamente «su lengua castellana y un intenso odio hacia
España».
Añoranza y afecto
Ahora, según las cifras que la
prensa israelí ha publicado estos días, los judíos sefarditas forman un grupo
de nada menos que tres millones y medio de personas. En la actualidad se
asientan mayoritariamente en Israel, el Magreb, Turquía y Estados Unidos. Según
explica María Royo, constituyen «un fenómeno único, porque en lugares como
Bulgaria te puedes encontrar gente que habla un ladino (castellano medieval)
perfecto y que mantiene sus costumbres, tradiciones y hasta los refranes,
porque se lo han transmitido por vía oral de generación en generación, no
porque hayan pisado nunca España». El odio inicial del que habló Lynch se
transformó, según esta portavoz, en un «fuerte vínculo de añoranza y afecto
hacia Sefarad, el término que la tradición identifica con la Península Ibérica.
Muchos conservaron la lengua y el
odio a España
España ha sido siempre para estas
gentes sinónimo de nostalgia. Ahora, de confirmarse los planes del Ministerio
de Justicia, podría convertirse además en un hogar de acogida, porque, como
cuenta Royo, «aunque la mayoría no se haya planteado cambiar su residencia, los
que están en países donde sufren el rechazo de la población y las autoridades
locales, como Turquía o Venezuela, tendrían la posibilidad de acogerse a la
hospitalidad española».El judaísmo tiene dos grupos
étnicos mayoritarios, el formado por los asquenazíes, procedente de Europa central
y oriental, y los sefardíes, que son los que hunden sus raíces en la Península
Ibérica. A estos últimos los caracterizan el ladino, el castellano medieval que
han transmitido de generación en generación durante más de medio milenio, y
algunas prácticas especiales en el rito y en el rezo. (Seleccionado del diario español ABC del 16-02-14)
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