El sobrino de San Ignacio de Loyola, Martín de Loyola, casó con la ñusta Beatriz Clara Coya, sobrina de Tupac Amaru
La nobleza Inca y los caciques de Centroamérica emparentaron
con los españoles, promoviendo el nacimiento de una nueva sociedad. ¿Fue el mestizaje en Perú un
producto de la sumisión de las mujeres indias a manos de los conquistadores
españoles? No es tan simple. Otra vez los hechos contradicen la leyenda negra de España en América. Y no es
porque durante la conquista española del imperio inca no se produjesen hechos
sangrientos ni las graves injusticias que se asocian a una campaña como aquella.
Claro que hubo violaciones y desafueros, pero no fueron la tónica dominante.
Según la investigación de la historiadora Carmen Martín Rubio, que ultima una
nueva biografía de Francisco Pizarro que va a dar mucho que
hablar, conviene estudiar sin los prejuicios de la leyenda negra los tempranos
amores de los primeros españoles en el Nuevo Mundo.
¿Y si la curiosidad y la
atracción mutuas entre los exitosos guerreros blancos, venidos de los confines
del mundo, y las princesas incas hubieran puesto el ejemplo nada más comenzar
la conquista? ¿Fue también una conquista, digamos, galante? Martín Rubio
mantiene que no fue solo el producto de la sumisión de las mujeres indias, ni
de la violación generalizada y el rapto como esclavas y criadas. No se trata de negar la historia,
sino de conocerla mejor. Los españoles hemos asumido, a menudo sin rechistar,
sin sentido crítico, esa visión culpable de un hecho que dio nacimiento a un
mundo diferente, más de lo que los conquistadores esperaban. «La mayoría de las
veces, esta situación fue voluntaria -explica Martín Rubio-, pues los conquistadores
despertaron en ellas una gran curiosidad y, sobre todo, el deseo de conocerlos
íntimamente».
La momia inca y coreana
Como base, la historiadora
investiga las numerosas relaciones esporádicas que voluntariamente brotaron
durante esos años, «de las cuales comenzaron a surgir los mestizos y las
mestizas: es decir una nueva raza, o casta, mezcla de la amerindia y de la
europea». Lo más curioso es que el mestizaje ya existía entre los incas: según
han demostrado los análisis científicos de la momia Juanita de Arequipa -una joven ofrendada hacia 1450 al apu o monte
Ampato-, «su padre procedía de Corea y su madre era natural de Puno, ciudad
situada al sur del actual Perú. Este dato revela una realidad de la historia de
América poco conocida en España, tristemente: la navegación de los pueblos del
Pacífico», añade la historiadora. En el Caribe, por otra parte, los
caciques entregaban a sus hijas a los capitanes una vez que establecían la paz
con los españoles. De estas uniones surgieron algunas apasionadas historias de
amor «como la de Alonso de Ojeda y Guaricha, bautizada Isabel; la de Vasco
Núñez de Balboa con Anayansi, hija de cacique de Caretas, y asimismo la
relación que Diego de Almagro mantuvo en Panamá con una mujer aborigen, de la
que nació su hijo Diego de Almagro el Joven. Y en Perú también, según
reivindica Martín Rubio. El gran cronista Garcilaso de la Vega Inca era hijo de
la princesa Isabel Chimpu Ocllo y del capitán Garcilaso de la Vega, pariente
del poeta de igual nombre», o los hijos que los hermanos de Francisco Pizarro,
Juan y Gonzalo, tuvieron con señoras pertenecientes a la nobleza inca.
Las princesas incas estaban
rodeadas por el lujo y el misterio en aquellos primeros años de conquista.
«Según relata el cronista Pedro Pizarro, las que Atahualpa llevó a Cajamarca
cuando fue hecho prisionero eran muy hermosas, tenían los cabellos largos y
caídos sobre los hombros; sus túnicas estaban adornadas con piedras preciosas y
llevaban los rostros ocultos por máscaras de oro fundido». El Inca escogía a
las más bellas del imperio. Su alto rango social «constituía un gran atractivo
para los conquistadores, máxime al legalizar sus propiedades la corona española»
con el matrimonio mestizo.
El propio Francisco Pizarro «no
se libró de caer rendido ante los encantos de dos de aquellas princesas, cuando
ya era un hombre de edad avanzada y, aunque no se casó con ellas, las tomó por
esposas en los últimos años de su vida», agrega la historiadora. Desde luego,
cualquiera que fuese su intención, en los albores de la sociedad hispánica en
América se promovió el mestizaje desde la cúspide social. No solo era una
cuestión simbólica que reflejaba el encuentro de dos mundos, sino también una
herramienta de legitimación de un poder que sin duda estaba en plena
transformación. Y la legitimación a través del matrimonio, recordemos, era un
modelo para hombres que servían a los Reyes Católicos y sus hijos, que la
habían practicado logrando que su reino, España, cobrase una nueva dimensión. (Seleccionado del diario español ABC
del 16-02-14)
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