La reacción española a la muerte de Chávez no está tan polarizada como la Venezuela política y mediática que vive los siete días de luto oficial a la espera de acontecimientos. La tendencia dominante es poco o nada benevolente con el fallecido presidente, al que se dispensa el trato de un dictador incompatible con el respeto a los derechos y libertades. Tampoco faltan quienes le reconocen haber ganado en las urnas el derecho a gobernar en nombre de los más desfavorecidos. Me llama especialmente la atención el artículo del profesor Íñigo Errejón, doctor en Ciencia Política de la Complutense, que denuncia “la vieja pretensión colonial de dar lecciones de democracia”.
Se entienden estas y otras advertencias frente a quienes tratamos de entender el fenómeno chavista con mentalidad española. Vale, se entienden, pero sólo en parte, porque uno no puede ignorar los supuestos previos a la formación del criterio. Son el pespunte de nuestra propia memoria cultural, política y social. Derivan de una común y pacífica aspiración al bienestar ciudadano a la luz de valores como la libertad, la justicia, la seguridad, el pluralismo, el imperio de la ley y el respeto a la voluntad popular como fuente de todos los poderes.
La situación de la Venezuela de Chávez, la que deja a su muerte, no encaja ni de lejos en esa plantilla. Después de sus catorce años de poder no han desaparecido los grandes males que aquejan al pueblo venezolano, cuya tercera parte vive con menos de dos dólares diarios. Es cierto que los datos del Banco Mundial reconocen una caída del 62% al 31% de los índices de pobreza en la etapa 2003-2011, pero hay coincidencia general en que esa rebaja se ha conseguido por vías asistenciales y no mediante cambios estructurales orientados, por ejemplo, a la creación de puestos de trabajo.
El Chávez extravagante, populista y arbitrario que hemos conocido fue el resultado del fracaso de la política convencional dominada en la segunda parte del siglo XX por los democristianos de Caldera y los socialdemócratas de Carlos Andrés Pérez. Sin embargo, tampoco ha sido capaz de mejorar las condiciones de vida de su gente. De todo lo cual se deduce que el impulso social logrado para su país por este “salvador de los pobres” tiene los pies de barro, y puede ser muy efímero. Sobre todo si incorporamos al análisis dos datos determinantes de la situación de los más desheredados. Por un lado, el hachazo de la inflación. Registra índices galopantes en la economía venezolana a la muerte de Hugo Chávez. Y por otro, los índices de inseguridad ciudadana o violencia urbana, que afectan a los sectores de más baja extracción social con cifras de difícil asimilación. Desde que tomó posesión por primera vez en 1998 hasta el año 2011, el número de asesinatos pasó de 4.550 a 19.336.
Por mucho que queramos ponernos en el lugar de los venezolanos y por mucho que nos esforcemos en evitar nuestras propias coordenadas europeas al juzgar el legado de Chávez, es imposible entender el lugar que eligió en las relaciones internacionales. A partir de su retórica animadversión a los Estados Unidos, apostó por una absurda alianza con el eje Irán-Siria-Hezbolá como estrambote surrealista al ALBA latinoamericano junto a Castro, Morales y Correa.
El Chávez extravagante, populista y arbitrario que hemos conocido fue el resultado del fracaso de la política convencional dominada en la segunda parte del siglo XX por los democristianos de Caldera y los socialdemócratas de Carlos Andrés Pérez. Sin embargo, tampoco ha sido capaz de mejorar las condiciones de vida de su gente por las buenas (formalmente democrático) después de haberlo intentado por las malas (intentona golpista en febrero de 1992). (Seleccionado de la web española de El Confidencial del 07-03-2013)
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