"El presente artículo está basado en un amplio trabajo que realicé para la Universidad de Cádiz sobre los conceptos de democracia y mercado en los textos de Historia de Bachillerato. (….). Estoy en condiciones de aseverar, como conclusión general, que el enfoque de estos textos está sesgado –con más o menos intensidad, con tal o cual matiz, según el manual y según el asunto que se estudie– hacia lo que denominamos materialismo histórico. Esta interpretación, cuyo fundamento es el conflicto de clase como motor de la Historia, es adoptada también por editoriales tradicionalmente conservadoras o incluso eclesiásticas. Como dice César Alonso de los Ríos, ello está en consonancia con el dominio que el pensamiento de izquierdas tiene sobre los aparatos de reproducción ideológica, la escuela, la prensa, la universidad, el arte y la cultura desde hace cuarenta años. Tanto es así, que la interpretación de clase ya no se reconoce como marxista, sino que el conjunto del pensamiento histórico la asume como propia. Se ha impuesto como el único enfoque válido, en apariencia sin sesgo ideológico, en la mayoría de los libros de divulgación histórica, y aun en la mayoría de los especializados, si bien hoy comienzan a cambiar las cosas.
Los manuales consideran que la "nueva sociedad" es la socialista, pero se trata de una calificación que corresponde, ciertamente, a la liberal-democrática. Conviene recordar, en este punto, que todas las demásrevoluciones antepusieron el colectivismo, la clase, la religión, la raza o la nación, a los derechos del individuo. "La verdadera revolución no está en Cuba, sino en California", sentenció en su día Revel. En consonancia con el recelo hacia el mercado, se justifica –o, en algunos casos, incluso se contempla con simpatía– todo proceso revolucionario totalitario. La Revolución Rusa, por ejemplo, se cuenta según las pautas de la propaganda estalinista. La mayor parte de los textos explican el desencadenamiento de la revolución por la insoportable autocracia zarista.En realidad, Rusia era el país más libre del mundo cuando se produjo el golpe bolchevique. Es verdad que entre 1825 y 1917 el zarismo ejecutó a 3.932 personas, pero en ningún lugar se dice que, cuando tomaron el poder, los bolcheviques rebasaron tal cifra en sólo cuatro meses. El zarismo fue "apenas una sombra de los horrores del bolchevismo". En cuanto a los cambios de corte democrático que se registraron en 1905 y en febrero de 1917, son despachados como reformas burguesas que no satisfacían las "verdaderas" necesidades del pueblo. .
La disolución de la Asamblea Constituyente por parte de los bolcheviques, luego de que éstos perdieran las elecciones, no se explica como un atentado a la democracia, mientras que sí se resalta, acertadamente, el carácter dictatorial de los desmanes del régimen zarista. Tras la disolución de la Asamblea vino el silenciamiento de la oposición. Pero los textos de que nos estamos ocupando no entran en el asunto del terror de masas, o sólo en el desatado por Stalin. En todo caso, jamás se habla de la naturaleza criminógena del comunismo en todo tiempo y lugar.
Del terror rojo, programado por Lenin y Trotski desde los inicios de la revolución (en realidad, se trató de un elemento de gobierno concebido bastantes años atrás, al menos desde 1908), no se habla, o en todo caso se justifica como una respuesta al terror blanco. En la mayor parte de los manuales consultados la represión soviética, a la que cabe atribuir más de 20 millones de crímenes, ocupa el mismo número de líneas que el episodio macartista de las listas negras.
Muy frecuentemente, el comunismo aparece tratado como una ideología "progresista" asociada a la defensa de la democracia. En pocas ocasiones se analiza su programa liberticida, frente a lo que, acertadamente, se hace con el fascismo, ni el parecido que en todos los sentidos mantiene con este último. Jamás se dice, por ejemplo, que los campos hitlerianosestaban inspirados en los de Lenin (de los que apenas se habla, por cierto)
Hay una tendencia a emplear un lenguaje eufemístico para encubrir al comunismo allí donde se manifiesta una gran sensibilidad hacia otros totalitarismos. A partir de la victoria bolchevique, los manuales ya no vuelven a hablar de los derechos sindicales ni del derecho de huelga, ambos inexistentes en la URSS, ni de explotación obrera. De lo que hablan entonces es de esfuerzo, sacrificio y resignación. La sobreexplotación atribuida a otros regímenes, incluso democráticos, es, cuando de la URSS se trata, "estímulo a la productividad". El estajanovismo (A. G. Stajanov hacía el trabajo de 16 hombres) no es explotación, sino, como dice el texto de Bruño, "competitividad entre los propios trabajadores o, como afirma el de Vicens Vives, "esfuerzo por la continua superación en el rendimiento en el trabajo".
Por lo que hace al periodo de entreguerras, los manuales analizados no hablan apenas del peligro revolucionario totalitario. Se dice que es la época del "ascenso de los totalitarismos", pero sólo se hace referencia al fascismo. No se asocia el totalitarismo con las huelgas revolucionarias promovidas por Stalin en Italia y Francia, ni con las actividades de la III Internacional, ni con el frentepopulismo español. Ni se presenta como una de las claves del auge nazi los ataques comunistas contra los socialistas antes del año 34.
El único manual que rompe con el mito marxista del ensalzamiento de una clase obrera de entreguerras ávida de redención social, y del miedo reaccionario asimilado al fascismo de las clases medias, es el de SM. Citando a C. C. Jover (Los fascismos), informa de que los trabajadores por cuenta ajena, y en especial los obreros industriales y agrícolas, eran mayoritarios tanto en las filas nacionalsocialistas como en las fascistas.
Son éstos unos libros de texto que, por lo general, evitan comparar a Stalin con Hitler. Pero resulta que dicha comparación es muy instructiva, pues permite comprender la similitud de los regímenes políticamente dictatoriales que adoptan la planificación estatal como sistema económico. Como dijo Ernst Nolte, la equiparación entre ambos llegó a la "correspondencia extrema" en lo que se refiere a las medidas de exterminio. También conviene reparar en estas líneas de El conocimiento inútil de Revel:"En su Estado omnipotente, Ludwig Von Mises, uno de los grandes economistas vieneses emigrados a causa del nazismo, se divierte en relacionar las diez medidas de urgencia preconizadas por Marx en elManifiesto comunista (1847) con el programa económico de Hitler. 'Ocho sobre diez de esos puntos –observa irónicamente Von Mises– han sido ejecutados por los nazis con un radicalismo que hubiera encantado a Marx'".
Puede que se deba a que el comunismo no ha tenido un juicio como el que se siguió contra el nazismo en Núremberg, pero el caso es que ni en los textos que nos ocupan ni en el imaginario colectivo se mide con el mismo rasero a ambos totalitarismos: todo el mundo conoce a Himler, a Goering, a Eichmann, pero pocos saben quiénes fueron Yagoda y Yezhov. Además, Lenin, Ho Chi Minh, incluso Stalin, siguen disfrutando de un sorprendente reconocimiento.
En realidad, tanto el comunismo como el fascismo odian, en primer lugar, al liberalismo. El supuesto antifascismo comunista sólo duró desde 1934 hasta 1939, año en que tuvo lugar el famoso pacto de Hitler con Stalin, y sólo se reproduce –ahora sí de forma clara– después de que Hitler atacase por sorpresa a Stalin. Cuando se firmó el pacto nazi-soviético, anota Revel, "los comunistas franceses exhortaron, en nombre de la lucha contra el capitalismo, a los obreros de las fábricas de armas a que sabotearan su trabajo e incitaron a los soldados a desertar, cuando faltaban pocas semanas para que los ejércitos nazis ocuparan París". Una vez terminada la guerra, Stalin reclutó a especialistas nazis en cámaras de gas.
Los manuales abordan con confusión el asunto de la crisis económica de entreguerras, pero todos atribuyen la responsabilidad última al mercado. Hay unanimidad también a la hora de enjuiciar positivamente a Keynes, es decir, en considerar acertadas las soluciones izquierdistas; soluciones que, por cierto, han sido progresivamente abandonadas incluso por la socialdemocracia.
Raras veces se presenta la Guerra Fría claramente como lo que fue: una confrontación entre el comunismo y las democracias occidentales.Hay un deseo de equiparar ambos bloques (dos modelos distintos con sus "aciertos" y sus "errores"), básicamente mediante la ocultación del carácter tiránico del comunista. El caso de China es significativo: se habla con absoluta normalidad de una revolución que tiene sobre sus espaldas el triple de crímenes que el nazismo: 65 millones. Así, la Revolución Cultural, producto de una feroz lucha por el poder que dejó China sembrada de cadáveres, se cuenta en estos libros de texto como lo hace la propaganda maoísta, es decir, como si se tratara de un arranque de furia juvenil por reverdecer la revolución. En el manual de MacGraw Hill se hace referencia a los "logros" económicos del maoísmo, pero no se dice una palabra de los millones de chinos –cuarenta en dos años (1959-61), estima, lógicamente escandalizado, Revel– que perecieron de hambre por culpa de las políticas colectivistas.[26]
Cuba es otro de los asuntos que muestran la tendenciosidad de los textos analizados. Para empezar, la mayoría habla de una falsedad histórica: el bloqueo. Cuba ni está ni ha estado jamás aislada. Sólo el denostado capitalismo estadounidense se ha negado a comerciar con ella, después de que la dictadura castrista expropiara los bienes americanos sin indemnización. La castrista supera a las demás dictaduras iberoamericanas en duración y número de crímenes, pero no parece ser suficiente para que en los libros que han de estudiar los bachilleres españoles se preste a su represión la debida atención: el contraste con el espacio y la intensidad de las condenas dedicados a la represión de otras dictaduras, sobre todo a las de Pinochet y los militares argentinos, es asombroso.Tampoco se detienen en dar cuenta de la miseria que padece la Isla, sobre todo tras la desaparición de las subvenciones rusas. "Cuba, el país que era en los años 50 con Argentina y Uruguay uno de los más prósperos de América, ha sido reducido a una miseria más atroz que la de Haití", se lamentaba hace unos años el llorado Guillermo Cabrera Infante. A veces se llega a maquillar el carácter totalitario del castrismo: Bruño define el sistema que impera en Cuba como una "democracia directa con un régimen de partido único y un sistema de participación popular".
Indochina es otro ejemplo de lo que venimos sosteniendo. Ningún manual cuenta qué pasó allí tras la retirada de los americanos de Vietnam. Lo que importa de aquella guerra ("de liberación", según los textos de Editex y Bruño) es la derrota del "imperialismo" americano a manos del "pueblo vietnamita". Pues bien, en los tres primeros meses que siguieron a la toma comunista del Sur fueron fusiladas 60.000 personas; otras 20.000 correrían la misma suerte poco después. En los años siguientes, unos 300.000 vietnamitas murieron a causa de los malos tratos que sufrieron en los campos de concentración. La victoria norvietnamita tuvo como consecuencia, además, el dramático éxodo de la tristemente célebre boat people. El Extremo Oriente quedó esclavizado por el comunismo. En Camboya, recuerda César Vidal, "Pol Pot entró en una política genocida en virtud de la cual llegó a ordenar el exterminio de los que llevaban gafas (lo que revelaba que sabían leer) o de los que hablaban inglés".
En estos manuales, la descolonización fue un fenómeno asociado al "imperialismo" americano. En realidad, el resentimiento contra Occidente fue aprovechado por la URSS y China para extender el odio a la democracia occidental e implantar por la fuerza la dictadura marxista-leninista en casi la mitad del globo, lo que tuvo por consecuencia un retraso de medio siglo en la modernización de los países afectados; algunos sólo ahora empiezan a recuperarse, tras adoptar las instituciones políticas o económicas de Occidentales.
Los libros que han de leer los bachilleres españoles no hablan de la responsabilidad revolucionaria en el empobrecimiento y atraso del Tercer Mundo. Nuestros bachilleres no podrán leer nada parecido a esto: "Durante el decenio 1980-1990, casi todas las víctimas de la privación de alimentos se situaban en África, y más particularmente en los países provistos de un régimen marxista: Etiopía, Madagascar, Angola, Mozambique, a los que hay que añadir Sudán, que no es marxista". Sí leerán, en cambio, explicaciones que vinculen la pobreza en el Tercer Mundo, y especialmente en África, con las secuelas de la colonización occidental y obvien cosas que tienen mucho más que ver con la realidad de hoy. Volvamos a Revel: "Además de las mortíferas copias del koljozismo soviético-chino por las nomenclaturas de África y el desvergonzado saqueo de los recursos internos y de la ayuda exterior por las oligarquías revolucionarias locales, las incesantes guerras civiles o interestatales, las guerras de religión, las exterminaciones étnicas, el racismo intertribal, las matanzas y los genocidios son las principales, si no las únicas, explicaciones de la caída de las poblaciones africanas en la indigencia".
A la hora de explicar la indigencia del Tercer Mundo, abundan las referencias al "intercambio desigual", el "desarme arancelario", el "neocolonialismo" y la deuda externa, pese a que la economía diga cosas muy distintas de las que dice esta suerte de neomarxismo, y las duras críticas a Occidente, especialmente a los EEUU, a cuyo sistema democrático y de mercado se responsabiliza de la situación. Suele suceder que se trata con mayor consideración moral a cualquier líder tercermundista totalitario antiamericano que a un presidente de democrático occidental de derechas o liberal.
A EEUU se le acusa de fariseísmo por apoyar regímenes autoritarios, como hizo Reagan para derrotar al comunismo. Una crítica acertada, pero que resulta sesgada si no se repudia a todos los gobiernos democráticos que se hayan aliado con dictaduras para derrotar a enemigos totalitarios más peligrosos. Para ser coherentes, se debería entonces criticar la alianza de los demócratas europeos y americanos con la Rusia de Stalinpara derrotar a Hitler.
Se me quedan en el tintero un sinfín de ejemplos que abundan en el sesgoprogresista de los textos de Historia de Bachillerato. Aun así, quisiera referirme sucintamente a unos cuantos más:
- Se critica la falta de ayuda occidental al Tercer Mundo, pero no se dice que África ha recibido el equivalente a varios planes Marshall y, entre 1960 y 2000, cuatro veces más créditos (no devueltos) y ayudas per cápita que Asia. Tampoco se explica, claro, por qué Asia despega y el Continente Negro no.
- Se estigmatiza el "neoliberalismo", por mucho que la mayoría de los economistas actuales lo defiendan por su vinculación con la libertad, el pleno empleo y la eficacia en la creación de riqueza, y se ensalza la socialdemocracia, aunque para ello haya de ocultarse sus sonados fracasos (desempleo, precariedad de los servicios públicos, empobrecimiento de la ciudadanía como consecuencia de los altos impuestos...).
- Se condena la globalización por su supuesta responsabilidad en el empobrecimiento del Tercer Mundo, pero no se aportar cifras rigurosas; cifras como las que aporta el profesor Sala i Martín: "Los datos demuestran que la fracción de la población que es pobre va decreciendo. En ese sentido, el progreso de China y la India vuelve a ayudar, porque ha hecho que 300 millones de personas hayan abandonado la pobreza absoluta". Tampoco se aportan testimonios como el de la nada sospechosa de conservadurismo Emma Bonino, que afirma que el único continente donde no se ha progresado es en África, justo donde no llega la globalización; o éste de Revel:"Desde hace cincuenta años (...) en el Tercer Mundo ha habido un triple aumento: el de la renta media, el de la población y el de la esperanza de vida".
Por último, me gustaría resaltar lo curioso que resulta que sea siempre EEUU el malo de la película, y no Europa, dueña del mundo entre los siglos XVI y XIX, exportadora de guerras mundiales y de los totalitarismos nazi y comunista, de los que finalmente se deshizo gracias a la ayuda de... EEUU. Llama igualmente la atención la predilección que nuestros manuales de Historia han tenido siempre por la tradición jacobina, modelo de tantas revoluciones devenidas finalmente en el terror y la dictadura, y su desprecio o condena del sistema anglosajón, paradigma de la estabilidad democrática desde hace más de 200 años. ¡Cuánto bien haría a los bachilleres españoles saber más de países como Gran Bretaña, EEUU, Canadá o Australia, que no sólo no han padecido dictaduras, sino que en varias ocasiones han defendido prácticamente en solitario la libertad en el mundo!. (Seleccionado de un artículo de Rafael Zaragoza Pelayo en web española del diario Libertad Digital).
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