"Hay por lo menos tres lecciones que extraer del reñidero árabe. La primera es que los regímenes caudillistas y sin instituciones legítimas tienden a desembocar en la violencia cuando llegan a su agotamiento. El reemplazo se produce a cañonazos porque no hay modos pacíficos de transmitir la autoridad. Eso ha ocurrido en Túnez, en Egipto y luego en Libia.
Quienes desprecian el Estado de Derecho a la manera de las democracias estables y prósperas de Occidente no entienden que la gran virtud del sistema radica, precisamente, en la sustitución y renovación pacífica de los gobernantes, seleccionados de un abanico de opciones diferentes. Es posible que elijamos a un cretino o a un inepto, incluso a un canalla (ocurre con frecuencia), pero a estos indeseables se les puede reemplazar sin dificultades en los próximos comicios. (Raúl Castro debería estudiar cuidadosamente lo que ocurre en el norte de Africa y sacar las conclusiones adecuadas).
La segunda lección tiene que ver con el petróleo. ¿Hasta cuándo las naciones importadoras de petróleo van a seguir aplazando el desarrollo masivo de fuentes alternas de energía? Recuerdo un vibrante discurso de Richard Nixon en 1973, hace casi cuarenta años, en el que juraba que Estados Unidos pondría fin a las importaciones petroleras. En ese año, los países árabes productores de energía castigaron a Occidente por el apoyo dado a Israel durante la guerra de Yom Kippur. El costo del petróleo se multiplicó por cinco, y medio planeta cayó en recesión. Desde entonces, todos los ocupantes de la Casa Blanca han repetido la patriótica cháchara de Nixon, con más o menos énfasis, pero el país, irresponsablemente, continúa dependiendo de las importaciones de crudo.
¿Por qué ese fracaso? Porque a la hora de valorar la factura del petróleo los norteamericanos se limitan a abonar el precio que indica el mercado al barril, sin tomar en cuenta los costos ocultos de un oligopolio controlado por unas veinte compañías –trece de ellas estatales–, establecido en regiones inestables e impredecibles y parcialmente regulado por un cártel de productores que mantiene artificialmente los precios del combustible, práctica que en cualquier otra actividad es un delito severamente penado por las leyes.
¿Cuál es el gasto militar de proteger las instalaciones en el Medio Oriente? ¿Cuánto cuestan las recesiones provocadas por estos vaivenes del precio del petróleo? Cada vez que se produce una catástrofe petrolera y el mundo entra en recesión se destruyen billones de dólares de capital acumulado, y todos nos empobrecemos súbitamente. Si esa suma fantástica pero real fuera agregada al costo de la factura del petróleo, veríamos que no es cierto que sea la fuente más barata de energía. Es la más costosa.
La tercera lección tiene que ver con el cinismo infinito de los amigos de Gadafi. Los tres líderes que más descaradamente han salido a defender a este extraño dictador son Hugo Chávez, Daniel Ortega y Fidel Castro. El trío, mientras condena, conmovido, las muertes de inocentes provocadas por Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán, respalda con entusiasmo los bombardeos de Gadafi contra civiles desarmados, efectuados por la aviación libia sin otro objetivo que sembrar el terror por medio de una masacre.
Chávez, además, ha dedicado a los países de ALBA a tratar de salvar a su colega libio. El coronel venezolano, hoy bajo la tutela de Fidel Castro, no olvida que en los años noventa estaba bajo la influencia intelectual y política de Norberto Ceresole, un peronista-fascista argentino, muerto en 2003, tan descaradamente colocado al servicio de Libia y de Irán que hasta negaba la existencia del Holocausto.
Chávez, de la mano de Ceresole, había leído con fascinación las tonterías escritas por Gadafi en El libro verde y defendía con ardor la "tercera teoría universal", como pomposamente llamaba el libio a unas autoritarias maquinaciones ideológicas en las que prescribía un modelo de Estado basado en la existencia de un caudillo iluminado, ligado a una sabia masa por medio de un ejército popular.
El resto de los países integrados en ALBA –Ecuador, Bolivia y un par de risueños islotes caribeños–, más los observadores (Granada, Haití, Paraguay, Uruguay, acompañados por la satrapía siria), deben tomar nota de que aquélla es mucho más que una organización dedicada a estimular el comercio: es un instrumento diplomático de Chávez, Castro y Ortega para respaldar las peores tiranías. Es muy grave prestarse a esas componendas. (Seleccionado de un artículo de C.A.Montaner, en la web española de Libertad Digital, del 18-03-10)
Quienes desprecian el Estado de Derecho a la manera de las democracias estables y prósperas de Occidente no entienden que la gran virtud del sistema radica, precisamente, en la sustitución y renovación pacífica de los gobernantes, seleccionados de un abanico de opciones diferentes. Es posible que elijamos a un cretino o a un inepto, incluso a un canalla (ocurre con frecuencia), pero a estos indeseables se les puede reemplazar sin dificultades en los próximos comicios. (Raúl Castro debería estudiar cuidadosamente lo que ocurre en el norte de Africa y sacar las conclusiones adecuadas).
La segunda lección tiene que ver con el petróleo. ¿Hasta cuándo las naciones importadoras de petróleo van a seguir aplazando el desarrollo masivo de fuentes alternas de energía? Recuerdo un vibrante discurso de Richard Nixon en 1973, hace casi cuarenta años, en el que juraba que Estados Unidos pondría fin a las importaciones petroleras. En ese año, los países árabes productores de energía castigaron a Occidente por el apoyo dado a Israel durante la guerra de Yom Kippur. El costo del petróleo se multiplicó por cinco, y medio planeta cayó en recesión. Desde entonces, todos los ocupantes de la Casa Blanca han repetido la patriótica cháchara de Nixon, con más o menos énfasis, pero el país, irresponsablemente, continúa dependiendo de las importaciones de crudo.
¿Por qué ese fracaso? Porque a la hora de valorar la factura del petróleo los norteamericanos se limitan a abonar el precio que indica el mercado al barril, sin tomar en cuenta los costos ocultos de un oligopolio controlado por unas veinte compañías –trece de ellas estatales–, establecido en regiones inestables e impredecibles y parcialmente regulado por un cártel de productores que mantiene artificialmente los precios del combustible, práctica que en cualquier otra actividad es un delito severamente penado por las leyes.
¿Cuál es el gasto militar de proteger las instalaciones en el Medio Oriente? ¿Cuánto cuestan las recesiones provocadas por estos vaivenes del precio del petróleo? Cada vez que se produce una catástrofe petrolera y el mundo entra en recesión se destruyen billones de dólares de capital acumulado, y todos nos empobrecemos súbitamente. Si esa suma fantástica pero real fuera agregada al costo de la factura del petróleo, veríamos que no es cierto que sea la fuente más barata de energía. Es la más costosa.
La tercera lección tiene que ver con el cinismo infinito de los amigos de Gadafi. Los tres líderes que más descaradamente han salido a defender a este extraño dictador son Hugo Chávez, Daniel Ortega y Fidel Castro. El trío, mientras condena, conmovido, las muertes de inocentes provocadas por Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán, respalda con entusiasmo los bombardeos de Gadafi contra civiles desarmados, efectuados por la aviación libia sin otro objetivo que sembrar el terror por medio de una masacre.
Chávez, además, ha dedicado a los países de ALBA a tratar de salvar a su colega libio. El coronel venezolano, hoy bajo la tutela de Fidel Castro, no olvida que en los años noventa estaba bajo la influencia intelectual y política de Norberto Ceresole, un peronista-fascista argentino, muerto en 2003, tan descaradamente colocado al servicio de Libia y de Irán que hasta negaba la existencia del Holocausto.
Chávez, de la mano de Ceresole, había leído con fascinación las tonterías escritas por Gadafi en El libro verde y defendía con ardor la "tercera teoría universal", como pomposamente llamaba el libio a unas autoritarias maquinaciones ideológicas en las que prescribía un modelo de Estado basado en la existencia de un caudillo iluminado, ligado a una sabia masa por medio de un ejército popular.
El resto de los países integrados en ALBA –Ecuador, Bolivia y un par de risueños islotes caribeños–, más los observadores (Granada, Haití, Paraguay, Uruguay, acompañados por la satrapía siria), deben tomar nota de que aquélla es mucho más que una organización dedicada a estimular el comercio: es un instrumento diplomático de Chávez, Castro y Ortega para respaldar las peores tiranías. Es muy grave prestarse a esas componendas. (Seleccionado de un artículo de C.A.Montaner, en la web española de Libertad Digital, del 18-03-10)
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