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sábado, 22 de marzo de 2014

Venezuela comenzó con los precios "cuidados" y así finalizó ...













Corrían los primeros compases del chavismo sin Hugo Chávez cuando a los venezolanos les plantearon un dilema sin precedentes: “¿Ustedes quieren patria o papel toilette?” Quien puso al país en semejante brete fue ni más ni menos que el ministro de Exteriores, Elías Jaua, quien durante un acto de entrega de créditos en junio pasado le explicaba al líder opositor Henrique Capriles cómo digerir su malestar y sus críticas sobre el creciente desabastecimiento. “Puede agarrar su rollo de papel toilette este burguesito y se lo mete por donde mejor le quepa, porque acá sí tenemos patria bolivariana, revolucionaria, socialista", gritaba indignado. La patria no se mide en un supermercado, concluyó, jaleado por la fiel concurrencia. Diez meses después, si el canciller quisiera formular esa misma pregunta, necesitaría una oración mucho más larga. Algo así como ¿qué prefieren: arroz, aceite, margarina, mayonesa, café, habichuelas, carne de res, pollo, queso blanco o patria? También podría incluir medicinas, automóviles y pasajes de avión entre la lista de grandes ausentes, así como repuestos, materias primas y bienes intermedios de todo tipo que están golpeando con fuerza a la esmirriada industria nacional. Detrás de todo, los dólares. O más bien, su tenaz ausencia. El desabastecimiento es el síndrome de abstinencia de una nación adicta a las importaciones que sólo puede pagar a costa de la ingente renta petrolera. 'La escasez -ausencia total de producto- puede generar una rebelión que ponga en aprietos al poder, mientras que el desabastecimiento -ausencia parcial- genera que la gente se habitúe. No estás tan preocupado porque no hay leche, sino por cómo conseguirla. No sales a la calle a tumbar un Gobierno sino a tratar de hacer mercado', cuenta a El Confidencial el director de Datanálisis. El Gobierno asegura que son problemas puntuales de flujo de caja para ajustar el control de cambio y acusa a los empresarios de especular, acaparar y contrabandear la mercancía en una “guerra económica” contra la revolución. La oposición replica que los controles de precios, de divisas y de ganancias inspirados en el socialismo primitivo están llevando a la quiebra al país con mayores reservas mundiales de crudo.

Mientras los analistas tratan de calibrar el riesgo de que las protestas -que ya se han cobrado más de 30 vidas- prendan un enfrentamiento civil a gran escala, los venezolanos hace tiempo que son testigos de auténticos episodios guerracivilistas” en la cola del súper. Improvisados maratones por la harina, filas kilométricas por el azúcar, estampidas por el pollo o peleas a sopapo limpio por la leche son escenas esperpénticas en los mercados de Venezuela que dejaron de ser novedad hace tiempo. “Dios mío, a lo que hemos llegado”, sentenciaba quejumbrosa una señora que grababa hace unos días una trifulca épica ante un camión que vendía botes de leche en polvo. Las colas se han instalado de forma permanente en el paisaje venezolano. Mientras los disturbios políticos siguen focalizados en ciertas zonas, el desabastecimiento ha permeado todo el país y todas las clases sociales, con especial inquina en los más pobres que acuden a las redes de distribución subsidiadas por el Estado. Los sufridos consumidores se quejan de los madrugonazos, las horas de sol, la tensa espera con la incertidumbre de si estará el producto que buscan. Salir a comprar a veces parece un acto de fe.  El desabastecimiento es el síndrome de abstinencia de una nación adicta a las importaciones que sólo puede pagar a costa de la ingente renta petrolera.  La imagen de estantes vacíos, frigoríficos pelados y carteles de “no hay” adornan desde hace meses los supermercados públicos y privados. Muchos establecimientos limitan el número de unidades que pueden comprar los usuarios en los rubros más codiciados. Cada vez son más frecuentes el desvío y los robos de ciertos alimentos, que luego los comerciantes informales revenden en la calle 10 veces más caros que el precio regulado.


Ante semejante panorama, el Gobierno va a implementar la tarjeta de “abastecimiento seguro” para limitar los días y cantidades de compra en la red pública de alimentación y evitar las bochornosas escenas de avalanchas y reyertas por la comida. Para sus críticos, la tarjeta no es más que un mal circunloquio para decir “cartilla de racionamiento”, un paso decisivo hacia la temida “cubanización” de la economía.
Políticamente tiene sentido para manejar la situación. El Gobierno necesita ganar tiempo mientras llegan las importaciones masivas de alimentos y arranca el nuevo esquema cambiario que oxigenará la circulación de divisas y la actividad económica. No pocos analistas ven las bombas lacrimógenas lanzadas indiscriminadamente contra las manifestaciones como una literal cortina de humo para ocultar problemas más graves. Se trata de administrar ausencias. La escasez -ausencia total de producto- puede generar una rebelión que ponga en aprietos al poder, mientras que el desabastecimiento -ausencia parcial- genera que la gente se habitúe. No estás tan preocupado porque no hay leche, sino por cómo conseguirla. No sales a la calle a tumbar un Gobierno, sino a tratar de hacer mercado”, cuenta a El Confidencial Luis Vicente León, director de la encuestadora Datanálisis, en una entrevista telefónica. La dicotomía “patria versus papel higiénico”, además de sorna, tiene miga, pues resume el fondo de la crisis económica venezolana. Avanzar a toda costa en el modelo de planificación centralizada con el que el chavismo promete proteger a los más necesitados o desmontar los férreos controles que asfixian al sector privado y por extensión a todo el país, como reclaman sus adversarios. El papel higiénico se convirtió en protagonista en mayo del año pasado, cuando el Gobierno anunció que importaría 50 millones de rollos adicionales de emergencia para “saturar” el mercado y combatir la “campaña mediática” sobre la escasez. Este tragicómico episodio nos dio un inesperado vistazo a la vida íntima del país, como la noticia de que los venezolanos usan 125 millones de rollos al mes -algo más de un rollo por persona a la semana-.

Pero ni la compra masiva, que se diluyó como sal en agua, ni la ocupación militar de una planta de papel sanitario para garantizar su plena productividad, ni la restricción de compra en los puntos de venta ha servido para paliar la zozobra en los excusados de Venezuela.  Para el oficialismo esa carencia no es sino una virtud de la revolución, como terció el presidente del Instituto Nacional de Estadística al explicar que las políticas sociales de redistribución de renta implementadas por el chavismo mejoraron el nivel de consumo de la mayoría pobre de la población. “Definitivamente la gente está comiendo más” y por tanto, se va más al baño. Las compras nerviosas promovidas por la “prensa fascista y la mala fe de los “empresarios burgueses” completan la fatal ecuación para los dirigentes socialistas. Como suele suceder, en los sondeos de opinión los venezolanos están menos divididos que en los titulares de la prensa y la mayoría coincide en culpar tanto al Gobierno como al sector privado. No les faltan razones. Los empresarios -opositores y chavistas- llevan años lucrándose en el nido de corrupción en el que se ha convertido el sistema cambiario.

Tan sólo en 2012, al menos 20.000 millones de dólares fueron a parar a empresas fantasma, un tercio del total asignado a tipo preferencial. Mientras, la pesada burocracia militarizada hace que miles de toneladas de alimentos y medicinas se pierdan cada año en los puertos sin que a nadie le duela. El desabastecimiento de valores y ética en la elite política y empresarial es el grillete que ancla al país en el subdesarrollo desde hace décadas. En febrero, el Banco Central de Venezuela decidió no publicar el dato de desabastecimiento general que suele acompañar al susto mensual de la inflación (que el mes pasado superó el 57% interanual). Así sería la cifra, tras el récord del 30% registrado el mes anterior. Un estudio titulado Mistery shopping de la firma privada Datanálisis estimó que la ausencia de productos regulados alcanzó casi el 50%, es decir, que el consumidor sólo podía obtener un promedio de 9 de los 18 productos de primera necesidad analizados en el estudio. En algunos casos, como el azúcar, la leche en polvo o la harina precocinada de maíz, la ausencia supera el 80%. El desabastecimiento no sólo es alimenticio. Hay problemas para conseguir el 50% de las medicinas, incluyendo remedios para la diabetes, la hipertensión, enfermedades cardiovasculares y oncológicas. En los hospitales escasean gasas, jeringas, máscaras o guantes quirúrgicos. 'Tenemos suministros para mes y medio', aseguran desde el Colegio de Enfermeras de Caracas. El desabastecimiento no sólo es alimenticio. La semana pasada, el presidente de la Federación Farmacéutica Venezolana, Freddy Ceballos, alertó de que hay problemas para conseguir el 50% de las medicinas, incluyendo remedios para la diabetes, la hipertensión, problemas del sistema nervioso, enfermedades cardiovasculares y oncológicas. En los hospitales escasean gasas, jeringas, máscaras, guantes quirúrgicos. “Tenemos suministros para mes y medio”, aseguran desde el Colegio de Enfermeras de Caracas. La enfermedad es ahora un enorme problema logístico.
La falta de insumos se están propagando por otros sectores de la economía con virulencia, como las ensambladoras de automóviles, y podría volverse fatal si sigue afectando a industrias intermedias. La semana pasada, empresas Polar, la mayor compañía privada del país y principal productora de alimentos, anunció la paralización de una de sus fábricas de latas para cervezas y refrescos por falta de materia prima. Mientras los cirujanos plásticos también aseguran que escasean los implantes mamarios. “Sin caña y sin lolas? Ahora sí va a caer el Gobierno”, afirmó un usuario de Twitter, haciéndose eco de la extendida profecía popular que apunta a que el noveno consumidor mundial de cerveza puede aguantar todo, menos una abstemia forzosa. Pero no toda escasez tiene motivos económicos. La prensa privada forcejea desde hace meses con la ausencia de divisas para importar papel. Al menos nueve periódicos del interior del país se han visto obligados a parar las rotativas, según la ONG Espacio Público, y muchos otros han adelgazado sus ediciones a extremos anoréxicos. El caso de El Nacional, uno de los más antichavistas y de mayor difusión nacional, es significativo. 

Redujo su volumen casi a la mitad y rebajó su tirada a 85.000 ejemplares desde casi 250.000 (un 65%) para evitar el cierre técnico. El director del diario, Miguel Henrique Otero, aseveró que les estaban negando las divisas sin justificación alguna y que su empresa “no está pidiendo un regalo, ni un favor. Está reclamando un derecho”. La prohibición como acto reflejo para gobernar es el síntoma de mayor debilidad del chavismo, que cada día se parece más a los gobiernos pasados que tanto criticó, cada vez con más leyes y menos soluciones. Al menos media docena más de rotativos privados han tenido que reducir su paginación y otros avisan del inminente fin de sus existencias. En un gesto sin precedentes, la Asociación Colombiana de Editores de Diarios y Medios ha ofrecido a sus pares venezolanos enviarles papel para hacer frente a la contingencia. Tiritas para una severa hemorragia que amenaza con desangrar el periodismo local. El gremio denuncia que está siendo sometido a una lenta muerte por asfixia para controlar la información escrita, el último bastión informativo de la oposición tras la neutralización de las voces críticas en televisión y radio. El oficialismo asegura que las empresas periodísticas especularon con las divisas otorgadas para el papel y ahora deben hacer frente a su irresponsabilidad. “Que compren su papel, el Gobierno no les debe nada!”, clamó encendido Diosdado Cabello, presidente del Parlamento venezolano y jefe del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). “Son parásitos y mutan, se transforman, toda la vida vivieron del Estado y ustedes, periodistas, son asalariados de esos dueños", apostilló el segundo hombre fuerte del chavismo. (…)  Para el oficialismo esa carencia de papel no es sino una virtud de la revolución, como terció el presidente del INE al explicar que las políticas sociales implementadas por el chavismo mejoraron el nivel de consumo de la mayoría pobre de la población. Definitivamente la gente está comiendo más y, por tanto, dijo, se va más al baño.  Aunque no lo parezca, esta es la escasez más peligrosa para el Gobierno. (Seleccionado del diario español El Confidencial del 22-03-13)

martes, 11 de marzo de 2014

Un mensaje conmovedor de Alvaro Uribe, ex presidente de Colombia







El 20 de Febrero de 2014 el ex presidente de Colombia dio a conocer un mensaje conmovedor, donde sintéticamente, señala los motivos que determinan que su desgraciado país sea visto entre sus pares,  como un pobre sentado en una silla de oro. Al leer la nota no pudimos menos que pensar, de inmediato, en que nosotros, como país similar en sus rasgos esquizofrénicos  somos presa fácil de quienes actuan de esta forma e idénticos fines. He aquí la misiva dada a publicidad por el mismo Uribe:  "Declarar empate en Venezuela es como mandar condolencias al asesino por las molestias que en su agonía le causó la víctima. Lo que pasa en Venezuela tenía que llegar y llegó, así sea que todavía falte lo peor. Por desgracia.2

El castrochavismo será recordado como autor de un milagro económico a la inversa, de los que se registran tan pocos en el devenir de los pueblos. Convertir en país miserable el más rico de América no es hazaña de todos los días. Habiendo tanta pobreza en tantas partes, en pocas tiene que pelear la gente, a dentelladas, por una bolsa de leche, por una libra de harina o por un pedazo de carne.
Convertir en despojos una de las más organizadas, pujantes y serias empresas petroleras del mundo no es cualquier tontería. Llevar a la insolvencia una nación ante las líneas aéreas, los proveedores comerciales y los que suministran material quirúrgico y hospitalario no es cosa que se vea cualquier día. Y arruinar al tiempo el campo y la industria, el comercio y los servicios, la generación eléctrica, la ingeniería, la banca y las comunicaciones es tarea muy dura, cuando se recuerda que la sufre el país que tiene las mayores reservas petroleras del mundo.


En esa frenética carrera hacia el desastre, el gobierno castrochavista tuvo que proceder a la eliminación paulatina de todas las libertades, al sacrificio del pensamiento y la conciencia, a la ruina de las instituciones, del periodismo, de los partidos, de la universidad, de los gremios, de los sindicatos.  Pues todo se ha cumplido tras el designio implacable de los ancianos inspiradores del sistema, Fidel y Raúl Castro, que una vez más han demostrado su audacia, su carencia total de consideración y respeto por los valores más caros de la especie humana, pero también su falta absoluta de talento. Llevar a Venezuela a la ruina total es matar su propia fuente de subsistencia. Y es lo que han hecho, moviendo los resortes del fanatismo más imbécil, de los odios más cerriles, de los desquites más torpes.


Nicolás Maduro tiene la inteligencia y el tacto político que exhibe en cualquiera de sus discursos. Pero al fin de cuentas es un pobre rehén de los intereses inconfesables de la clase corrupta que ha llevado a Venezuela a su perdición. Si ese títere fuera libre, hasta de sus menguadas condiciones de estadista pudiera esperarse algún acto de rectificación, algún gesto de apaciguamiento, alguna voluntad de comprender el desastre y de corregirlo. Pero Maduro es el primer esclavo de las pasiones atroces que dominan en Venezuela. Los saqueadores de esa gran nación no están dispuestos a que nadie ensaye el menor examen de su conducta. En los antros del delito se pierde todo, empezando por el pudor.


El régimen de Venezuela se va a caer, porque se tiene que caer. No podría subsistir sino amordazando totalmente al pueblo, imponiendo cartillas de racionamiento, levantando un paredón, como el del Che Guevara en La Cabaña. Y no están dadas las condiciones para que el mundo soporte estas afrentas. Con una Cuba le basta a América.  El pueblo está en las calles, dispuesto a hacerse matar. Y lo están matando. La juventud estudiantil, que sabe cerrados los caminos del porvenir, le apuesta a cualquier cosa, menos al continuismo cobarde. Los empresarios lo perdieron todo hace rato. No tienen cuentas para hacer. Y los paniaguados del sistema ven con horror que el sistema ya no tiene mercados para comprar sus conciencias.


Y ante esta catástrofe, el presidente Santos no ofrece más que su silencio perplejo. Porque, si sigue ofendiendo a ese pueblo, tendrá un enemigo formidable. Y si ofende a Maduro, se le cae el proceso de paz. Esa es la consecuencia del primero de sus actos torpes, el de tomar por nuevo mejor amigo a un tirano despreciable. Y el de montar un proceso que llama de paz sobre los hombros caducos de unos patriarcas en su ocaso.